Necesito más control, más disciplina para la razón,
pero, ¿cuánto de mí debo quemar para brillar?
Aguanto en silencio, sin pronunciar palabra,
mientras la tormenta dentro de mí no cesa.
Veo en mí lo que escondo y me rompo,
soy un peligro, me consumo, me carcomo.
No puedo concentrarme, un tictac me domina,
su eco es un peso, un ritmo que arruina.
No recuerdo el inicio, apenas el final,
soy un desierto, denso, árido, inmortal.
Sigo de pie, pero no entiendo cómo,
ni por qué este vacío aún me nombra.
“No volveré a hacerlo”, juré a mi reflejo,
pero aquí estoy de nuevo… ya está hecho.
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