2. Combustión espontánea

El trampero dispuso primero esa amenaza de la jauría, explicando que para operar el molino de esta ciudad, sólo hacían falta huevos y un órgano callado, compuesto de lumbre y alambre; mansedumbre y sopesar.

Repensé el fraseo y las metáforas dichas al paso. El amanecer se llenó de lúpulo tieso y — como si no estuviera ahuecando la botella — la montaña de esbozos. Me dieron la charla técnica y me asignaron la butaca, justo en el fondo amorfo y cruento de la sala. ¿Cine mudo? Ja. Clásica industria nacional. ¿Sabrán los que dejan propina que la queja entre dientes no simpatiza con el cambio sino con la soledad?

Se canibaliza para sobrevivir. Es un sesgo de miope pretender mentirle a la palma glamurosa del pasado. La sombra ataca de nuevo y yo sé que estás cansado de estirarle la pata, de flaquearla de prestado. Es cuestión de tiempo para que uno de los dos declame en voz alta lo que la otra quiere escuchar, porque cuando se evade el asunto sin entender del todo los resquicios, en la menor chanza justiciera, se empañan los caninos.

¡La playa es el pueblo! Concordamos y nos paramos de nuestros lugares. Tomamos un atajo por las diagonales mientras la luna compartía la ascensión. Barajé las opciones y me tente con la ignorancia, anclando mis indecencias en una hora específica de tu isla desierta. Pusimos en marcha los motores y pecamos de presuntuosos. Sentí el mal augurio al despojarle el tedio a los trozos sin mascar, figura que acrecentó su hostigamiento en la medida en que nos engullíamos y nos deshumanizábamos descomedidamente.

El termo vacío, el mate lavado. En plena carnicería, me pregunté si la combustión de los cuerpos coincidía con el punto de hervor del agua y de la locura, porque cuando el hartazgo por lo tuyo se hace carne, me somete y me la pone dura. Entonces mi piromanía fluctúa, indecisa por dilucidar si quiere sacrificarse o ver que te consumas.

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