Si bien ves esto ahora, porque nunca bien lo hemos visto, sabremos pues, diría Dios, discernir entre esto y aquello. Ahora, si antes el gris inundaba casa desde las calles, ahora no hay calles y el gris se emana del cuerpo. Con la bella música que resuena en la acústica conocida de la casa paterna ¿Qué otro confort ante esta helada vida que palidece exangüe? De ya tan pocos años la vida se destiñe transparente; se descolora, realmente primero palidece rememorando marmóreas pieles y luego piedra verdadera, verdadero mármol, convirtiéndose la intuición de su esencia en cristal de alta pureza que se opaca con el polvo de la calle que llega hasta la ventana, sin un sol en el cielo, en ese infinito cielo que parece caer lentamente con todo su peso incalculable.
Y dentro de todo esto que sigue sin vida, uno tras otro, deseando vivir, detrás del sentido, la muerte acechando, el olor a podredumbre, totalmente a cadaverina; el hedor natural de la natural vida deshecha.
Y aquel bello recuerdo de una sonrisa simpática y femenina llegando para iluminar todo un segmento de la vida, o ese otro momento donde la divina materialización llegó con llanto y no con alegría; llegó al lado del futuro amante y se desparramó en lagrimas, vaticinando el futuro de sí misma y todo el género humano.
Y los años mozos, los juveniles y juguetones, hoy únicamente recuerdo vago de una felicidad encapsulada en jabón. Ahora, rota la burbuja, se repasa la historia que detrás nuestra se despliega y vemos, unas tras otra, claudicaciones y fracasos.
Mañana no hay nada y es por esto que ya no vemos el futuro, caminar por la calle, por la baldosa, por el césped, por el río y por el fondo, ya ni por el aire bastaría, caminar es de por sí un recuerdo constante de esta ruindad.
Y la que desde su balcón reza a ninguno y a todos, y la que desde su escritorio escribe a todos y a ninguno y a ella y sólo a ella. Y llega, llega la recompensa de vender el alma y, a la que reza, le llega el milagro y, a la que escribe, el reconocimiento, ambas llegadas inesperadas y la fe destruida ante la obra de dios.
No lo siento en el pecho ni en ningún sitio de lo que en constante descomposición se esmera en continuar. Quien lee ¿Qué siente y dónde? Ahora parece que para nada ni lo uno ni lo otro.
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