Desde que nació Aura a sido una niña especial, tiene una mirada diferente a sus hermanos, una mirada de quien ha vivido mucho, sabe mucho y nada le sorprende. Aprendió a hablar muy rápido, casi sin balbucear, con mucha propiedad, sin los altibajos de alguien que está aprendiendo y más con la discreción de quien llevaba años en un voto de silencio. Aura es la de en medio, 5 años menor que su hermana y 3 años mayor que su recién nacido hermanito, aunque cuando la conoces pareciera mucho mayor que sus padres y abuelos. Le gusta despertar temprano, no hace ruido, espera su desayuno sin berrinches y a veces mientras espera finge que lee el periódico, se viste sola desde pequeña y le gusta amarrar su cabello con una cinta. No ve televisión y le gusta más la radio. No juega con muñecas, prefiere la tierra y las mascotas.  Le gusta observar el sol de la tarde y se sienta en su silla a sentir la brisa de la noche. Un día de esos, mientras esperábamos la salida de la luna dijo “a mi hermano le gustaba pescar en días así, ahí fue cuando encontró a -picarito-“. La verdad no supe que decir, nadie, su hermana la miro con curiosidad y le dijo “Aura, ¿que dices?, yo nunca he ido a pescar, y que es eso de picarito”. Ella sin inmutarse contestó “tú no, mi otro hermano, el que tenía antes, mucho más grande que tú. Picarito es el loro que trajo a la casa para mí, Picarito era mi Lorito en mi otra casa”. Un sentimiento extraño recorrió mi piel, una sensación de miedo y de consternación solo pude decirle “hija, no digas esas cosas, tú no tienes otra casa y otro hermano, deja de inventar cosas para asustar a tu hermana”, aunque en realidad algo me decía que no estaba inventando nada. Aura me miro, como muchas veces me veía, con la compasión que mira un abuelito a sus nietos asustados, como diciendo “no te preocupes, no pasa nada”. Nos quedamos en silencio hasta que entramos. Cuando iba a dormir, ella entró sigilosamente en mi cuarto, se acercó a mi cama y me dijo “mamá, tú eres una buena mamá, pero no por eso dejo de extrañar a mi familia, quisiera saber qué pasó con mi hermano, quisiera saber qué pasó con picarito, quien cuidó de él…” hizo una pausa y continuó “cuando yo tuve que irme” concluyó. No podía respirar, no estaba bromeando, esa niña tan pequeña, que apenas dos años antes sostenía en mis brazos estaba ahí plantada preguntando por una familia que no existía. Mis manos y piernas empezaron a temblar, como si hubiera un frío descomunal y mi mandíbula no podía despegarse para emitir una palabra. Me miro y siguió “no recuerdo mucho, no recuerdo sus caras, ni su voz, ni su aroma, ni mi dirección, solo recuerdo que estábamos cerca de un lago, que mi hermano pescaba cuando estaba triste, cuando murió el abuelo, cuando murió mi otro hermano y ese día… cuando murió mi mamá. El trajo un pez muy feo, que no sabía nada bien, pero no importó porque traía a Picarito, a él si lo recuerdo, no tenía plumas, temblaba y sus ojos eran casi del tamaño de su cabeza, mi hermano dijo que si sobrevivía esa noche podría quedármelo, Picarito y yo sobrevivimos esa y muchas noches”. Algo me impedía seguir oyéndola, le dije gritando “basta, deja de decir mentiras, ya estoy cansada de tus fantasías, vete a tu cuarto”. Ella me miro de nuevo con eso ojos de compasión y se fue sin decir más. Tarde en recuperar el aliento, ese nudo en el cuello, esa sensación de intranquilidad, ese miedo. “Y si lo que ella dice es verdad” pensé. “No, no eso no puede ser, a esa edad los niños inventan muchas cosas”. La noche duró muchas horas y cerca del amanecer mi mente se rindió y se teletransporto en un sueño… era una casa cerca de un lago, una casa de palitos, con piso de tierra y techo de paja, sin puertas ni ventanas, dentro no había nada más que una silla cerca de un fogón y un tapete de mimbre en el piso. Afuera un pequeño árbol cerca de un charco de lodo y un pedazo de tronco. Ahí había un hombre mayor, no puedo decir de que edad, solo que aunque se veía físicamente de 50 tenía el semblante de un anciano. No tenía zapatos y su ropa era blanca casi transparente de lo relavada que estaba. Aunque su cabello y su barba eran largas, no parecía sucio. Estaba llorando, sostenía algo en sus manos. Me acerqué, si estaba llorando, pero era como si mi presencia no le molestara, como si me conociera. Cuando estuve a la altura de su hombro, abrió las manos, lo que estaba ahí, no lo podía creer, era un loro muerto, con las plumas opacas, muchas desprendidas en las manos de ese señor, las lágrimas cubrían parte de su cuerpo. Sin mirarme dijo “Picarito, mi pequeño Picarito, te cansaste de esperarlo afuera, pero tú amo no iba a regresar, ahora lo vas a alcanzar a donde quiera que esté, pero me has dejado solo,  lo que es peor has hecho que rompa la promesa de cuidarte, pero así lo has decidido, no continuar e ir a buscar tu corazón al más allá” luego se volteo, y mirándome directamente a los ojos me estiro una pluma para que la tomara y me dijo “cuídalos a los dos”. Desperté, no supe como en dia saltos estaba junto a la cama de aura llorando y abrazándola, le pedía perdón por no haberle creído y no se de donde ni cómo me salieron las siguientes palabras “ dejaste un vacío muy grande, Picarito voló hacia ti, no pudo alcanzarte, no está vida, pero seguro seguirá buscándote, en algún instante del universo se van a encontrar”. Por primera vez desde que recuerdo “Aura me abrazo, me abrazo con todas fuerzas, por primera vez como lo hacen los niños de verdad, como quien despierta de una pesadilla en medio de la noche y busca el refugio en los brazos de su madre. Las dos lloramos, lloramos por mucho rato, le dije que podía hablar de su familia cuando quisiera que ya no tendría miedo, que conocía a su hermano y que yo iba a cuidar de ella, pasó sus manos sobre mi cara y dijo “eres una buena mamá, siempre lo fuiste, por eso te tenía que volver a encontrar”. 

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