Directo al vació…

Directo al vació…

ESTEFANYA PARRA

03/12/2021

La semana aún tenía mucho por ser vivida, apenas era miércoles. Al ser el producto de nuestras decisiones, que bueno que me atreví a saltar al vacío.

Escuche rara vez decir «el maestro aparece cuando el alumno está listo». Lo curioso es que había terminado la universidad el día anterior y no sabía que ya empece nuevamente a ser estudiante. No era algo académico, más bien eran lecciones sin calificación, pero llenas de puntaje en mi conciencia, me faltaba un «sobresaliente» en el amor de pareja.

Ese día creí haberme ejercitado lo suficiente como para molestar a mis músculos, sin embargo, la vida una vez más me manifestaba «te falta una serie». Sonó el celular y del otro lado estaba Juliana para llevarme a vivir una nueva aventura.

– ¿Salimos a pasear?

– ¿ya estas despierta?, son las 05h30 AM.

– ¡Si!, por eso te lo menciono. Nos vemos a las 06h00 AM en la parada de autobuses.

Tomé una ducha de inmediato y preparé la maleta. El paseo era algo imprevisto, así que me asegure de llevar lo necesario: camiseta, pantaloneta, agua, frutas y una barra de chocolate. Por alguna extraña razón el tiempo pareció haberse esfumado y tenía 3 minutos para llegar a la parada de autobuses. ¡Dios santo, no llegaré!, mencione. El taxista aceleró. Aquella acción no fue suficiente. Juliana llamó para decir que el autobús en el que viajaríamos había salido. 

¡No, por favor!, ¡que alguien lo detenga!, fue lo primero que vino a mi mente. El tráfico volvía hacer de las suyas, era imposible alcanzar al autobús si me quedaba 1 minuto más en el taxi. Cancele el valor de la carrera y me baje a toda prisa. Aun con el apuro que tenía, me asegure de respetar el «cierre despacio», sin embargo, la puerta atrapo el tirante de mi maleta y cuando empezaba a correr, me detuve bruscamente. Sonreí ante los obstáculos que parecían atravesarse en mi camino, incluso llegue a pensar que mi maleta llevaba demasiadas cosas.

Estando en la misma cuadra del autobús, lo divisé y empece a correr con más fuerza para alcanzarlo. El autobús hizo lo mismo. No quería quedar mal, la puntualidad era algo que me caracterizaba, pero aquel día parecía todo lo contrario.

El autobús superaba mi nivel de carrera, y Juliana me ayudo. No detuvo el autobús, sacando su cabeza por la ventana y observando mi situación sonrió y empezó a alentarme a correr más duro. He de confesar que me dio un poco de coraje. Al final, el chofer del autobús se dio cuenta de que lo perseguía y paro.

Lo tenía claro, la familia comienza con la pareja. Y la mía, había logrado que hiciera cosas que yo nunca creí. Ella estaba segura de que la pareja comienza con uno mismo, así que siempre me decía «cuando te enamores de ti mismo, entenderás de lo que estoy hablando». Solo así dejarás de mendigar amores.

Conocernos fue inesperado, no obstante nunca lo olvidaré. Aquel día superé mi miedo a las alturas y ella se sintió acompañada. Como por obra del destino, la cobardía un «jueves por la tarde», nos hizo cómplices y al mismo tiempo dio paso a ese amor que tanto habíamos esperado los dos. Su amiga la llevo a realizar «Bungee jumping», y ya estando por lanzarse se desanimó por el miedo que la invadía. Yo acompañaba a mi amigo que quería lanzarse al vacío, según él para gritar tan fuerte y lograr que el corazón olvidara un antiguo amor por tanto desequilibrio cardiaco. Llegamos justo cuando Juliana salía de la fila al no ejecutar su salto.

Mi amigo al percatarse de la decepción de Juliana, me empujo hacia ella. Chocamos sin entender lo que pasaba. Pensé que se molestaría, y no lo hizo. Sin embargo, dio por hecho que yo quería saltar con ella. Por vergüenza, por compromiso y por esos ojos color café claro, con largas pestañas no fui capaz de negarme. Ninguno tenía en mente saltar con un extraño, y sin planearlo sujetamos nuestras manos y nos lanzamos al vacío. Grite como nunca, pero aquello era lo que más le hacía falta a mi ser.

Creo que cada recuerdo que tenemos juntos está lleno de adrenalina. Así que correr como loco tras un autobús hasta alcanzarlo no era la excepción. Al subir al autobús luego de agradecer al chofer por detenerse camine por el pasillo hasta el asiento de Juliana. Ella no paraba de reír. – Cálmate, confiaba en que lo lograrías.

Tuvimos una buena plática en el camino, y tras 1 hora de viaje llegamos a nuestro destino. El sol no se hizo esperar y todo imponente empezó a cubrirnos con su resplandor. El verdadero viaje apenas empezaba, el autobús solo era como el prólogo de un libro. El lugar a donde me llevaba Juliana tenía una cascada, y la idea de realizar un pícnic me gustaba. Un tramo recorrido estaba lleno de muchas rocas, cada paso que dábamos se volvía difícil. Nunca camine por un sitio así, por eso cada experiencia que vivía con ella me agradaba. Sin pensarlo iba coleccionando recuerdos y poniéndolos en mi mochila mental. De esta manera, al ir conmigo a dondequiera podía recordarlos cuando era necesario. 

Llego un tiempo que no me mantuve estático, ella me hizo entender que éramos viajeros en el camino de la vida. Al llegar a la cascada, me miro fijamente a los ojos y sujeto mi mamo. Me condujo hasta una roca muy grande y nos sentamos. En el autobús habíamos hablado de lo que vivimos en el pasado por relaciones de pareja. Había cosas en las que estábamos de acuerdo y en las que no, cada uno argumentaba y el otro era empático con la respuesta. 

Aquel día no solo pude olvidarme de mis problemas, preocupaciones y cosas cotidianas al observar el paisaje y sentirme parte de él por la paz que transmitía, pues Juliana me regaló una piedra que se encontró en el río. No entendía por qué lo hacía, pensé que me estaba haciendo una broma. De pronto aquel obsequio tomó sentido. Me decía que …

Las personas vivimos en el río del tiempo,  como piedras. Adoptamos distintas formas porque nos moldea con cada hecho que nos ha tocado con el fluir de sus aguas.

Era un significado totalmente diferente al mío, y muy acertado. Si yo hablaba de piedras, recordaba a aquellas que cargamos en nuestra espalda en una mochila imaginaria. Esas que únicamente pesan y debilitan porque no hacemos un espacio en aquella mochila para guardar herramientas que tras la experiencia que adquirimos nos pueden servir a fin de superar situaciones similares.

Sin duda alguna, tenía que detenerme a revisar mi mochila y con Juliana de compañía estaba a punto de caminar más ligero, sin tanto que cargar. Y si la vida era una aventura, estaba dispuesto a volverme a lanzar al vacío…

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