1.
UN GOLPE DE SUERTE
Interior – Exterior
Francisco corre temeroso y desesperado por las calles oscuras y aun empantanadas por la lluvia que acaba de caer. Con el corazón latiendo a prisa, se oculta detrás de unos arbustos. De su ceja izquierda cae un delgado hilo de sangre que se desvanece en su rostro sudoroso.
Minutos atrás salió de su casa –a las cinco de la mañana- en busca de unos medicamentos para su madre que empieza a sufrir una enfermedad respiratoria. No acostumbra salir a esas horas de la madrugada, se siente inseguro, con cierto temor a la oscuridad que le trae a su mente pensamientos pesimistas. Sabe que los siniestros ocurren a esas horas de la madrugada: no es extraño despertar por el sonido angustiante de una sirena de ambulancia; por el aullido de unos perros hambrientos; por los gritos de unos borrachos desadaptados, estrellando botellas en las paredes y en los andenes; por el sonido estridente de las motocicletas conducidas por jóvenes arriesgados haciendo piruetas en las calles; y otros comportamientos extraños de algunos seres que gustan de la noche para impedir que transcurra en completa paz y tranquilidad.
Mientras camina por la calle, tiene la sensación que alguien lo sigue y frecuentemente mira atrás para anular sus sospechas. A unas pocas cuadras de su casa y habiendo dejado a un lado la paranoia, entra al cajero automático para retirar el saldo que queda en la cuenta. Parado frente a la máquina, introduce la tarjeta, digita la clave libremente y, una vez la máquina expulsa el dinero, toma el pequeño fajo de diez billetes de la denominación más alta (es todo el dinero de la mesada que ganaba su madre, equivalente a un salario mínimo, menos los descuentos de ley). Lee el recibo y verifica que no alcanza para un nuevo retiro, por mínimo que sea -su madre le ha dicho que retire hasta el último centavo. Mira el billete de encima como si nunca hubiera tenido uno en sus manos, y piensa que, como su madre le dijo que había renunciado al trabajo debido a su enfermedad, tendrán que hacer rendir ese dinero cuanto sea posible; pagando lo estrictamente necesario como los servicios públicos y dejar para una mesurada alimentación. No sospecha que alguien lo observa y sigue en sus cavilaciones, pensando en la manera de multiplicar siquiera por dos ese dinero: ideas absurdas como jugar a la suerte, en las máquinas, o en la ruleta, o los dados. Sin contar, dobla los billetes por la mitad y los guarda en uno de los bolsillos de adelante de su jean. Da la vuelta y una silueta negra lo impresiona y se asusta. Solo los separa la pesada puerta de vidrio. Desde adentro, no puede ver muy bien; en el recinto, la luz de la lámpara encandila impidiendo la vista al exterior, solo puede divisar que es un hombre de gran estatura, viste todo de negro y se cubre la cabeza con la capucha de la chaqueta dando la espalda. Francisco presiente que es un ladrón, pero tiene que salir del lugar porque bien podría ser un usuario del cajero esperando su turno.
Se decide a salir. Toma aire y abre la puerta lentamente tratando de identificar al hombre o esperando a que deje ver su cara. Apenas abre unos centímetros, el hombre se da la vuelta, pone la bota para sostener la puerta y evitar que se cierre, violentamente empuja a Francisco impidiéndole salir y le pone el cañón del revólver en un costado.
–¿La plata? -pregunta afanosamente.
Francisco inconscientemente levanta los brazos y el hombre le esculca los bolsillos para sacar los billetes. Francisco no opone ninguna resistencia intimidado por el arma que el hombre presiona sobre su vientre, sólo puede levantar la mirada para ver el rostro de su verdugo que permanece cubierto con un pasamontaña.
–¡Callado maricón!, no salga de aquí hasta que yo vaya lejos, -le advierte el ladrón y sale corriendo.
Francisco piensa unos segundos, su miedo se transforma en coraje y un impulso desmedido lo lleva a correr detrás del ladrón, quizá movido por la misma preocupación de la necesidad del dinero. Abre la puerta y choca fuertemente su cabeza con el borde, pero no se detiene, sino que corre con la sola intención de alcanzar al enemigo. Lo ve doblar en la próxima esquina donde otro hombre lo espera; trata de alcanzarlos sin dejarse descubrir, pero los pierde de vista, entonces, apresura su carrera por otro camino para tratar de llegar antes al sitio en el que sospecha se ocultan los ladrones.
Atraviesa el parque central del barrio. Llega a la última cuadra que linda con un cerro y, en la última casa, se oculta en los arbustos que rodean el jardín. No logra resignarse a perder la esperanza de recuperar su dinero. Conoce bien quiénes son aquellos que se dedican a delinquir en el barrio y le parece extraño no haber siquiera identificado la voz del ladrón, y también, que él no lo hubiera reconocido; por tal razón, quiere saber quién se ha atrevido a robarlo. Escondido en los arbustos y esperando ver algún movimiento extraño de los delincuentes, lo sorprende las luces centelleantes de un automóvil. El auto se estaciona a unos metros de donde él está. El señor que conduce el auto y al que no puede ver muy bien, se baja rápidamente con una bolsa deportiva grande, camina unos pasos, la envuelve y la mete entre los arbustos, de inmediato sube al auto y arranca aceleradamente haciendo sonar el pito. Francisco entiende el sonido del pito como una señal y en ese instante se da cuenta que tiene que huir. Sale de su escondite y al ver la bolsa enredada en las ramas de los arbustos, la toma y corre hasta doblar la otra esquina.
Desde ese nuevo lugar se detiene a observar por unos instantes antes de emprender la huida. Alcanza a ver a un hombre con el mismo porte del que lo robó, entrando a la casa donde estuvo escondido entre los árboles. Atrás viene corriendo otro hombre y también entra a la casa, puede comprobar que sí eran aquellos que lo robaron. Francisco se dispone a correr y nuevamente ve salir a los dos hombres de la casa. Los ve que buscan algo entre los arbustos y luego discuten manoteando y mirando para todos los lados.
Francisco está seguro que los ladrones no lo vieron y toma de nuevo la gran bolsa que tiene a su lado, aun desconociendo su contenido y camina de prisa sin mirar atrás. Escoge una nueva ruta y cuenta con suerte que únicamente se escuchan algunos ladridos de perro. Después de unas diez cuadras de camino llega a la puerta de su casa.
Antes de entrar mira por última vez si alguien lo ve con el gran paquete. Sube directamente a su habitación. Con mucha ansiedad la desamarra y saca tres camisetas y luego unos fajos de billetes envueltos en otras camisetas deportivas. Aunque desde que vio al tipo esconder el paquete, sospechó que era dinero, no imaginó que fueran tantos montones. No pudo siquiera calcular la suma de dinero en la tula, pero creyendo que podía quedarse con ella, la mete debajo de su cama. Se sienta pensativo y no deja de imaginar que alguien lo pudo haber visto. En ese momento tiene muchas preguntas por hacerse, creándose una ansiedad por averiguar el inesperado suceso. Después de unos minutos de meditación, decide primero no quedarse estático, segundo actuar normal para no generar ningún tipo de sospecha, ni siquiera en su propia casa. Por su mente pasan muchas cosas que lo hacen ilusionar, pero también, el principio de la realidad le hace entender que en cualquier momento podrá ser descubierto y tendrá que devolver el dinero. Le tranquiliza saber que mientras nadie lo haya visto y él no despierte sospecha a la hora de salir a la calle, el dinero estará seguro. Se lava la cara y ya no se nota la pequeña herida de su ceja, luego se viste con el uniforme del colegio. Mete la mano debajo de la cama para alar la tula y sin mirar, saca varios billetes de uno de los montones y los guarda en el bolsillo de su chaqueta. Se siente cansado, sudoroso y con mucho miedo, con la misión de salir a buscar la droga que su madre le ha encargado.
Mira por la ventana y la luz del día empieza a salir, falta un cuarto de hora para las seis. En unos pocos minutos sonará el despertador que llama a su hermana Andrea y a su hermano menor Santiago para ir a estudiar. Baja las escaleras y escucha a su madre toser, no entra a su habitación, sino que sale a la calle sin hacer demasiado ruido. Necesita comprar los medicamentos, pan y huevos para el desayuno. Por la calle, camina observando más de lo debido: las ventanas y puertas de las casas, la poca gente que a esa hora transita por las calles; trata de leer algún indicio como queriendo saber si la gente se ha dado cuenta que tomó un dinero que no es suyo, sin poder deshacerse de la impresión que alguien lo mira o lo sigue. Lleva sus manos temblorosas dentro de los bolsillos de la chaqueta y con sus dedos palpa los billetes nuevos del fajo que sacó de la tula.
Se detiene en el supermercado de la esquina que apenas abre sus puertas. Al verlo, el tendero lo llama:
-Joven Francisco, ¿qué anda haciendo por acá a estas horas?
-No don Maxi, que necesito unos medicamentos para mi madre.
–No me diga que otra vez está enferma Fabiolita, muestre a ver si yo tengo…
Francisco le pasa un papel con el nombre de los medicamentos.
–Mire que afortunadamente si tengo esa droga, para que no vaya hasta el centro. ¿Y hoy qué le pasa?, que lo veo con cara de asustado.
–No, nada, deme también una barra de pan y ocho huevos, y ¿cuánto le debo?
Cuando don Maximiliano le pasa las cosas le dice:
– Primero coja sus huevitos y el pan y venga le explico: -Mire, ésta droga es costosita, pero dígale a su mami que si hoy no tiene me la pague en la quincena, y de una vez me la saluda.
–No Don Maxi, no se preocupe que ella me dio dinero para pagarle.
–¡Ah, bueno!, pues si es así, aquí está la cuentica.
Francisco observa la suma que tiene que pagar, y sin sacar el fajo de billetes, mete la mano a los bolsillos de su chaqueta y calcula que con un solo billete le alcanza para pagar. Don Maximiliano dobla el billete y lo frota como es costumbre hacerlo con los billetes de alta denominación para comprobar su veracidad, y luego dice:
-¡Uy!, ¿de dónde sacó billetes tan nuevecitos?
–Del cajero don Maxi, los últimos que quedaban en la cuenta.
–Bueno, joven Francisco, gusto haberlo visto en el día de hoy, no olvide decirle a su mamita que le deseo se mejore.
–Bueno Señor.
Sale del supermercado sin poder dejar de ver algo que le parece malicioso. Cotidianamente, frente al “supermaxi”, permanecen algunos hombres que transportan gente en sus motocicletas, llamados moto-taxistas, muy conocidos por la comunidad del barrio. Entre ellos hay uno grande y corpulento que le es sospechoso; no sólo porque no lo había visto antes entre los ya conocidos sino porque el tipo no le quita la mirada de encima. Sin duda, el hombre es muy parecido en el físico al que lo robó en el cajero, pero no tiene la plena certeza. Atraviesa la calle y pasa por su lado sin atreverse a mirarlo, solo voltea a ver en la próxima esquina y el hombre viene en su motocicleta a marcha lenta. Mientras camina piensa que, si se detiene, podrá generar más sospecha, por si el hombre sabe algo del dinero; entonces, decide seguir su camino normal hasta su casa. Parado en la puerta de su casa mira a un lado y ve al hombre devolverse.
A las seis y treinta sus dos hermanos ya están listos para ir al Colegio del barrio. Francisco, aunque sin deseos de asistir, recuerda que no puede mostrar comportamientos extraños y finge estar tranquilo. Desayunan los tres con el desánimo de la madrugada y del día lunes. Entra a la habitación de su madre para entregarle de su nuevo dinero, la cantidad que le robaron.
-¡Madre!, ¿cómo sigue? –le pregunta mientras pone un vaso con agua y unas pastillas en la mesa de noche.
-Ya mejor –contesta la señora a media voz e intentando levantarse.
Francisco ayuda a sentarla mientras le pasa el vaso para que tome la pastilla.
-Madre, aquí dejo la plata del retiro –mientras le señala un cofre de su tocador.
Doña Fabiola solo asiente con la cabeza manteniendo su mano en el pecho y evitando pronunciar palabras. Los tres hijos le piden la bendición y se marchan.
En el salón de clase, Francisco se ubica en el último puesto y permanece pensativo hasta que la hora termina. Por su mente pasan gran cantidad de ideas sanas e insanas, arriesgadas y piadosas, aventuradas y confusas; una lucha interior que no lo deja decidir. Necesita el dinero, es una oportunidad que quizá no se le volverá a presentar y que podría cambiar radicalmente su vida; sin embargo, afuera, en su mundo exterior, habita el peligro, la envidia y la venganza por la decisión que pueda tomar, pero no desecha la idea de administrar el dinero encontrado. Aunque es consciente de la realidad y sabe que en cualquier momento podrán descubrirlo, no puede no imaginarse disfrutando el dinero. Por un momento se ilusiona viajando por varios países en compañía de su vecina de la que siempre ha estado enamorado; también se ve como un gran empresario con muchos empleados, y también llega a verse perdido en las drogas y el alcohol. Con tanto dinero, cualquier situación de las que imaginó podría llegar a ser posible, pero hay un obstáculo que no lo deja tomar su decisión correcta y es el miedo en el obrar. Sabe que el dinero fue dejado ahí para unos delincuentes, pero desconoce de dónde proviene, quién fue el tipo que lo dejó, por qué lo hizo. De todas maneras, es un problema suyo ¿por qué le ha tocado a él?, ¿es acaso una ayuda de Dios o una prueba? Devolver el dinero, además de las implicaciones que puede tener, le causa una gran desazón en su alma, ¡nada bueno puede esperarse de un dinero administrado por malhechores! Quedarse con el dinero, además que no es nada ético, requiere de una gran cautela, de un control y silencio extremos, tendrá que guardar un secreto sin saber hasta cuándo y la forma de cómo utilizar el dinero lo hace dudar. En ese instante, solo sabe que tiene esas dos posibilidades.
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