Con cada paso sentía que las huellas dejadas tras de sí, le arrancaban algo que amaba; aún así caminaba con la prisa que los escalofríos en la espalda sugerían.
Nunca se imaginó lo que sucedería en aquella lejana tarde, en que el sol rompía con furia el pavimento del patio de la escuela.
Si lo hubiese imaginado, quizás igual hubiese seguido adelante, sin sopesar que las consecuencias imaginadas dolerían más cuando se enraízan en la piel y se sienten en las sienes.
Ella no era la más linda ni la más popular, pero no era necesario decirlo de esa manera, con cada grito, con cada risa maquiavélica, con cada herida vocalizada que arañaba su corazón, se fue acercando más el puñal a su triste final.
Ella no necesitaba destacarse, no quería ser visualizada entre la multitud, quizás solo seguir al paso de esta, y sonreír de vez en cuando.
Con cada paso que daba sentía que su imagen la hundía más y más en los dolores causados a aquella que ni siquiera quiso conocer, no acuerda de su apellido, solo sabe que ya no está, que no podrá saber lo que piensa, que la historia de sus hijos no se contará, pues nunca nacerán.
Es confuso, es triste, pero ni siquiera se acuerda ya de su voz.
Con cada paso que daba le arrancaban esas huellas su propia vida, caminando directo hacia el patio lleno de hierros que le acompañaran por largos días.
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