Convexo y cóncavo

Convexo y cóncavo

Laura 0.5757

23/02/2018

Entré. No te conocía y comenzaste a hablarme. Nunca había conocido a alguien como tú. Eras infantil, inteligente y dormido por toda la eternidad. Saltabas y corrías de un lado a otro. Tu cabello largo te causaba problemas. Hablabas de forma muy propia y con palabras que yo no entendía. Nos sentábamos en ese angosto espacio iluminado por el Sol. Dibujabas todo el tiempo en cualquier lugar. Y me enseñabas tus dibujos. Un día te dejé de ver, y esto se extendió hasta una semana, te habías marchado de casa y nadie sabía dónde estabas. Regresaste voluntariamente. De hecho, tú habías llegado después del inicio. En fin, había muchas cosas que desconocía sobre ti. Cuando volviste, tu cabello era aún más largo, pero esta vez sin reprimendas, por el riesgo de que volvieras a irte. Con el tiempo comenzaste a hablarme más. Llegaste y me abrazaste por detrás y te fuiste rápidamente. Siempre me abrazabas, sin importar qué. Era extraño. Siempre querías tomarme de la mano o abrazarme, saber que yo seguía ahí, contigo. Tomabas mi mano, la besaste cuando la viste herida. Llegaste corriendo me abrazaste y me levantaste del suelo, aplastaste mi cara y te fuiste. Me abrazabas regularmente. Olías a petate quemado. Sabía que era, pero prefería ignorarlo a preguntarte. Eras tan alto y el olor abarcaba toda tu vestimenta. Siempre me daba cuenta cuando no habías ido a tu casa, o no te habías cambiado. Seguías siendo amable, como siempre, pero algo había cambiado. Todo el tiempo me querías a tu lado, traición de no hacerlo. Tomabas mi mano, pero de manera impulsiva y torpe, con prisa. Noté tu antebrazo. Sin saber qué hacer. Atónita. Pero reprimí cualquier pregunta. Una vez pregunté por la cicatriz en la palma de tu mano, apartaste tu mano, y dijiste que no era de mi incumbencia. Tus piernas llenas golpes y heridas. Me marcaste, dijiste que era parte de ti, una propiedad. Lo hiciste varias veces, escribiste en mí. Desperté llorando de dolor. Fingí que nada sucedía. Creí que tenías una buena razón para hacerlo. Me aventaste, enfurecí y con una fuerza inverosímil de tuve contra la pared y me fui. Me quité y regresaste por mí enojado. Mis antebrazos se encontraban adoloridos, pintados y llenos de cardenales. Alguien te delató. Sin siquiera yo tener la intención. Saliste y me viste con esos ojos pequeños que posees, llenos de odio. Con el tiempo volvimos a hablar. Trataste de lastimarme pero algo te detuvo. Volviste a ser gentil. Me retaste pero antes me habías hecho prometer que siempre estaría contigo y nunca querría a alguien más que a ti. Rompí mi promesa. Hiciste todo lo posible porque acabara y acabó. Ya no olías a petate quemado, ahora olías a algo peor. Me hiciste pedir perdón. Acariciaba tu cabeza y tu cabello medio crecido. Tu cabello era sumamente negro y grueso, provocaba el reflejo del sol. Tu cara llena de diminutos puntos. Siempre observaba tu rostro a detalle con la luz del Sol iluminándolo. Un vello finísimo que apenas y cubría tu mentón. Tus cejas densas que enmarcaban unos pequeños pero vivaces ojos. Increíblemente tus dientes eran casi perfectamente blancos. Y tus labios delgados con un pequeño lunar en un extremo. Tus dedos eran largos y delgados. Llenos de cicatrices y quemaduras que pude notar. Te dije lo que sentía, volteaste, sonreíste y partiste. Revelaste mis sentimientos al mundo, pero no me molestó, tú hiciste lo mismo en su momento con tus sentimientos. Revisabas mis pertenencias, cada una con cuidado, las aprobabas o reprobabas. Me mandaste saludos desde el otro lado del río. Volviste. Estabas conmigo, pero cada vez te encontrabas más molesto. Creíste que era pertinente dejarme, que era lo mejor para mí que salieras de mi vida. Me abrazaste y te volviste a ir. Recuerdo que reías cuando yo entendía por qué hacías ciertas cosas, pronunciabas mi nombre en voz baja y me rodeabas con el brazo. Pero te diste cuenta que había seguido tus instrucciones y te arrepentiste de éstas. Trataste de llamar mi atención de nuevo, después comenzaste a agredirme cuando me veías, recordándome el orgullo que tenía. No volvimos a hablar. Y nadie volvió a dirigirme la palabra. Algunos dan muñecos afelpados, otros dan cartas compradas, tú me diste dibujos. Quemé el primero que me diste, el que estaba sumamente detallado y perfectamente arrancado del cuaderno. Tiré el resto. Me dijiste que nunca debía pedir perdón. Observé una imagen pegada en un cuaderno tuyo. Era mi obra favorita, Convexo y cóncavo. Nunca volví a dibujar.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS