Hay arañazos en la pared. Marcas de uñas hechas con desespero, residuos de un ataque efectuado con fiereza a una pared blanca que, ¡oh, quien hubiese pensado!, no cedió. Distingo capas en estos arañazos. Es evidente que hay algunos mucho más viejos, que se hicieron con más fuerza y llegaron más profundo; sobre ellos, los hay que se van evidenciando más recientes cada vez. Encima de estas capas veo las marcas de aquellos cuya presencia es más joven. Escurren sangre.

Conforme el tiempo baila a su son y ritmo y la sangre fresca resbala por la superficie malherida, mi mente elucubra lo que a temprana vista se revela como una historia. Y es que, me doy cuenta de que aquellas cicatrices viejas y profundas son las que llegan más alto de entre todas ellas. Me pregunto pues ¿acaso su meta era el techo de la blanca habitación? Suelto una risotada ante este absurdo, pues no existe techo alguno en este pozo blanco. Aquel que osó lastimar la pared luego pareció tomar un rumbo distinto, pues las lesiones de mediana edad, que eran largas y frenéticas, se extendían a diestra y siniestra desde el centro de la pared. Y así me cuestiono ¿acaso, esta vez, la meta eran las otras paredes de la habitación? Y una vez más la risa histérica se apodera de mí. ¡Pero qué irreverencia! Si es más que evidente que en este abismo no hay más paredes que la que ahora mismo observo. Y, como es natural, los ataques más jóvenes, llenos de sangre y dolor, parecían bajar cada vez más y más. Inquiero esta vez ¿puede ser que, finalmente, la meta pasó a ser el suelo de la habitación? ¿cavar y cavar en el suelo, haciendo un túnel? Y no puedo soportarlo más, un ataque frenético de risa estalla en mí como una esponja llena que es apretada de súbito. ¡Qué insensatez, si es que cualquiera puede ver que en este limbo no hay suelo alguno!

La risa me hace olvidar durante breves soplos de tiempo el verdadero problema. Ahora mismo no lo recuerdo, pues sigo riendo, poseso del absurdo que he vivido.

Sin embargo, la naturaleza del ser es poderosa incluso encima de su propio existir, y esa naturaleza es inquisitiva.

¿Cuál sería el objetivo, ahora que los anteriores se han revelado incoherentes? Me pregunto.

Y la risa amaina como los coletazos de un huracán. Y la interrogante se burla ahora de mí. Y el vacío de la blanca habitación se vuelve sofocante. Y me cuestiono ¡¿Dónde?!

Pero la respuesta la he tenido siempre, y lo sé, y la abrazo.

Observo los arañazos que cubren entera la pared blanca, y en un acto de desesperada cobardía, como lo he hecho siempre con aquella vieja pared, ahora me araño a mí mismo, en busca de un resquicio de esperanza, mientras la sangre escurre.

Y me pregunto ¿por qué?

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