Un amor universitario

Un amor universitario

Anónimo

15/11/2021

Salimos de la habitación y contemplamos la idea de tomar café. Ella me miraba sonrojada y ocultaba en sus cabellos risitas ahogadas desprovistas de razón, sus ojos continuaban luminosos y no podía evitar observarla, pues fue ese rostro tierno y delicado el que soñé besar; ahora que tomaba mi mano y me develaba su vida, sentía cómo el malestar y el vacío eran reemplazados por sentimientos palpables y libertinos, me indignaba pensar que ella notaría el desparpajo que configuraba mi ser, por lo que a modo de vergüenza, me secaba el sudor de las manos mientras aceleraba el paso. Mientras caminábamos pude ver que los vellos de sus antebrazos estaban en punta y cuando lo notó, torpemente bajó las mangas y se echó a reír, disimuló con comentarios sin sentido y sentenció una de las más bellas frases que me han dedicado: Te amo.

No lograba recodar la negatividad que reinó en mi mundo y sin darme cuenta, me vi envuelto en un sentimiento que jamás me perteneció, cada vez que volvía al pasado veía un niño tímido y confundido que no podía acceder a sí mismo, al parecer lo que era suyo se asemejaba a un libro entre abierto que no dejaba leerse, desprovisto de interpretación cercenaba sus propias hojas y lloraba errático al notar el resultado de su actual empresa. Ella, sin embargo, pegaba nuevamente las páginas y desafiaba la lógica al leerlas en desorden, pero como es de esperarse, no comprendía mucho.

En mis primeros años de universidad se sentaba a mi lado, no pronunciaba una palabra, pero me sentía perseguido porque me buscaba en los asientos hasta que me divisaba y se volvía hacia mí. La ignoré durante un par de semanas, hasta que el profesor de uno de los cursos, hizo un examen en parejas y para mi pena en esos momentos, tuve que trabajar con ella. Gran parte del ejercicio lo solucioné yo, mientras ella avergonzada me explicaba por qué no se había preparado, por lo que más rabia y fastidio me generó.

Una vez terminada la clase, me dirigí al campus para confirmar las respuestas de la evaluación, mientras ella pedía que la esperara. Me hablaba de los cursos que quería tomar el siguiente semestre y continuaba disculpándose por no haber aportado prácticamente nada, en la solución del examen. Abrimos los apuntes y nos dimos cuenta de que las respuestas eran correctas, por lo que respiré aliviado y orgulloso de ese pequeño logro. Ella no paraba de hablar y con tintes presumidos exponía las lecturas que había terminado en esos días. Se exaltaba cuando nombraba a Frege, Wittgenstein o Russell y yo solo podía pensar en el hambre que tenía.

Sé que hasta este punto, puedo sonar como una persona desagradable y amargada, pero había algo en ella que no me inspiraba confianza. El hecho de que invadiera mi espacio personal y siempre quisiera hablar de sí misma, hacía que la considerara una persona abusiva y pretensiosa, pues más allá de sus interpretaciones, no había lugar para opinar al respecto, ya que en pocos minutos estaba abarcando otro tema o hablando de otro autor. Me parecía insensible rechazarla y decirle que quería estar solo, así que después de algunas clases, ella me hablaba de sus gustos y yo la escuchaba con suma paciencia.

Con el tiempo comencé a disfrutar de su compañía, le preguntaba cosas que sabía le interesaban y con más ánimos entonaba la voz y manifestaba sus ideas; al notar que nuestras conversaciones duraban varias horas, empezamos a llevar nuestro propio café y reseñamos algunos libros con intención de abarcar nuevas lecturas. Me parecía un escenario muy bello, dos personas hablando de filosofía y literatura sin pretensión de imponerle los pensamientos al otro, solo de conversar y gozar del ambiente cálido que nosotros generamos. Me enamoré de ella, los zumbidos salieron de mi cabeza y supe, que quería quedarme así para siempre, aprendí filosofía del lenguaje para dialogar con ella y ella aprendió existencialismo para hacerlo conmigo y al día de hoy, considero que fue mi más bonita casualidad.

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