Verdades de un Cielo Impostergable

Verdades de un Cielo Impostergable

Herí su piel, es cierto, pero la luz que emanó de ella nada tenía que ver con el rojo. Que gritó, si es verdad, no solo lo hizo, su grito rasgó mi piel, su temblor por un segundo acobardó mis pasos. Pero el clamor de un éxtasis puede hacer que el dolor y el placer hagan el amor, lo noté la mañana en la que mis yemas se hundieron en su blanco cielo. Como una rosa temblorosa sus labios, y como lobo hambriento sus desorbitados ojos imploraron que rasgue la burda seda que indigna y dormida reposaba en su vivo cuerpo, pero no alcanzó, pues por alguna macabra broma su alma no podía resumirse tampoco en su temblorosa y resbalosa desnudez. Un instante de pesar, un instante de resplandeciente soledad, pero el misterio de un horizonte, de un otro lado, de un latir, del galope de su estruendosa sinfonía, que llamaba, que exigía la verdad, y no cualquier verdad, sino ¡la verdad de las verdades!, clamando libertad hasta exponer la debilidad de un puñado de sonrojados ángeles. Me vi empujado por la urgencia de una pureza impostergable. ¡Por fin!, ¿adónde estaba ella y adónde estaba yo?, en ese lugar, en el final de los finales nada se escapó, eternizamos el abrazador instante, daba igual un callar de querubines que un atestiguar de infiernos, fue cuando por fin sus muslos, sus pechos y su piel en una cálida luz se desgajaron en mis dedos, para aplastar por fin la mediocre mentira de una divinidad inalcanzable y postergada. Desde entonces todo ha sido burdo, menos el hambre por volver a nuestro cielo…

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