Pese a la imposibilidad de distinguir sus rangos faciales, la llorona aparenta ser una mujer alta y estilizada, cuyo atuendo es de color blanco y lleva flores multicolores maliciosamente relucientes en su brazo en señal de una criatura amamantando. Con frecuencia, parece desplazarse por cualquier vía sin rozar la corteza terrestre; de ahí,  se presume que no tiene pies, aunque es posible detectar su cuerpo contorneado, visualizable  en si cimbreante caminar.

Deambula por peligrosas llanuras y caminos muy angostos próximos al flujo urbano de Antabanba. Su eterno penar se debe a la búsqueda de un hijo recién nacido, a quien asesinó arrojándolo al rio con la finalidad de ocultar su conducta pecaminosa. En replica a su propia actitud y como parte de su penitencia, suele castigar a individuos que establecen relaciones amorosas ilícitas, por lo que no pretende sino acabar con estos apelando a un congelante abrazo mortal.

A medida que se desplaza por las  noches de luna menguante, con el gemido aterrador e impactante que despide al gritar, enloquece a los perros arrancando un aullido lastimero y funeral. En ocasiones, se presenta como un ser inofensivo que demanda consuelo y asistencia, despertando piedad en la población; pero cuando alguien de ese nivel  delictivo se acerca a consolarla le sustrae el alma con el propósito de alcanzar su salvación.    

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