Se levantó como siempre temprano y contemplo el cielo aún un poco oscuro, azul, inmenso en contraste con algunos árboles, no tan frondosos. Éste patio solía darle la sensación de plenitud que necesitaba para vivir. Sentia el susurro de las hojas con el viento y el baile de algunas de ellas al caer. 

La tierra regalaba un purfume a humedad característico de las mañanas otoñales, mientras algunos hilos de bruma jugaban a las escondida entre los pastos. Volvió a subir la vista y sintió que la cúpula caía sobre ella hasta atravesarla con suaves ráfagas de frio. Agradeció a Dios por tanta belleza. El agua la llamo con un silbido.

Le costó voltear. Siempre se hipnotizaba al sentir la vida, pero una necesidad profunda la guió como autómata hacia el interior y con la somnolencia a cuestas comenzó su ritual.

Si tenemos suerte lo primero que se siente al nacer es  una respiración fria, como la de hace unos minutos  y casi inmediatamente, el calor de un abrazo. Esos eran alguno de los objetivos de su misión. Molió con algo de fuerza solo un poquito, no tanto como para que se desperdiciara su magia en momentos de ausencia, esos que se cuelan en la vida de las gentes al distraerlas con nimiedades, atontándolas… Era un trabajo simple pero no por ello dejaba de ser  respetuosamente metódico; debía crear una evocación, una magia que llenara de tibieza la nariz fria, desatando una sensación de deseo, de rendición, una evocación tal como para dejar caer los párpados ante su aroma salvaje, mientras una inspiración eterna  hiciera sucumbir sus labios y su paladar ante el oscuro brebaje.

Era una poción mágica para incitar un haz de luz, un rayo… un abrupto despertar.

Lo preparó todo, silenciosa y concentrada.

Fueron cayendo las primeras gotas de infusión en su cuenco favorito, ideal para abrazar con ambas manos. Volvió a mirar a su patio pero ésta vez através de un vidrio un tanto empañado.

Lo tomo entre sus manos y al percibir  sus primeros efectos se sintió satisfecha por su buen trabajo. Cayo ante su maravilla. Y lo aceptó, como se acepta la vida, con todo a cuestas. Bebió su primer sorbo de café.

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