Aquel lunes de febrero, me presentó por la tarde Patricia, la vecina. Ella era mí amiga y me quería, pero no podía ayudarme.

Aquella noche de Luna llena cargada de humedad y espesura, era la noche en que empezaría a vivir con ellos. Me consideraba un tanto particular; pero esperaba adaptarme y que ellos también me quisieran…

Pronto mí esperanza flaquearía y desde el día del accidente, se desataría la maldición de mí linaje.

Esta es la historia y el porqué ese incidente desencadenó mi furia y odio hacia él. Por ahí ustedes lo perdonen o le tengan algo de lástima; pero de mí parte no fue indiferente el dolor impactado en cada uno de mis huesos, la mayoría de ellos rompiéndose. Mis músculos se hicieron elásticos y mí piel se desgarrába llenando mí cuerpo de sangre caliente que no podía contener. Sentencia que agotaría mí última estancia en esta vida. Por eso mismo;ese día, cuando se produjo el accidente y él estaba en su coche, emitiendo agravios e improperios hacia mí, queriéndome hacer responsable de aparecerme de la nada, mientras que en realidad unos momentos antes de eso,era él, el que quería irse de la casa a las corridas y hablando de manera acalorada por su teléfono con una voz que yo desconocía pero sonaba dulce y atrapante. <Él ya no me quería, ya no me prestaba atención> pensé por un instante. Y con ese pensamiento de ira y frustración empecé a condenarlo.

Al día siguiente de lo ocurrido, me dediqué cada rato de mí recuperación a pensar un plan maestro mientras lo miraba y analizaba, como si quisiera cargarlo con el mismo peso que el me perjudicó.

Le empecé a estropear cada café que tomaba en las mañanas tirándolo o dejando algún aroma especial que le molestará. Paseaba insistentemente de un lado a hacia otro con mí cara feroz y enfadada. Él me sentía molesta y me ignoraba, no buscaba compensar o mostrar algo de cariño. Mí enojo se exaltaba como su corbata arrugada que se ataba de prisa todos los días antes del trabajo. Mí ojos lo seguían hasta que la puerta se cerraba y echaba un vistazo más, que lo vigilará por el hueco de la ventana donde mí alma lo condenaba a la peor de las suertes.

Todo siguió así, y aún peor, no nos hablábamos. Hasta que un día él enfermó y llamó con un alarido a su mujer para que lo atendiera. Le explotaba la cabeza, no aguantaba el dolor, su frente transpiraba miedo pero aún así no se dignaba a sugerir o mostrar algo de arrepentimiento. Se agarraba fuerte la frente y gemía. Manifestaba que sus ojos le dolían y yo victoriaba el triunfo de mí silenciosa maldición. Mientras él gemía, yo maullaba; convirtiéndome para él en un sonido dilacerante. Pagaría el muy bastardo por haberme atropellado aquella noche en la cochera haciéndome perder la sexta de siete vidas que me quedaban.Y yo como su gata a la que creían poder darme direcciones bajo el nombre de Oriana, con mis ojos color amarillo, como un oro perturbante aquella noche vengue su hazaña intercambiando su vida por la mía. Él no lo supo, pero con mí hechizo, él fue sacrificado para que a mí me quedará, una vida restante…

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