La tumba de mi hijo

La tumba de mi hijo

Alexis Jiménez

06/11/2021

Lo vi en su ataúd, tan pequeño y frágil, no era para este mundo. Sus ojos cubiertos de ojeras, mostraban sus parpados cerrados, como una estatua que duerme entre el sueño de lo inerte y lo que se encuentra fuera de este mundo. Quería aferrarme a su piel pálida y muerta mientras la tocaba, pero su frialdad me hacia temblar y lo único que lograba era llorar tanto que el dolor se asemejaba al ritmo de mi vida, como si mi corazón latiera sufrimiento y no lograra sentir dicha. Solo esperaba a que se levantara; quería que siguiera vivo y por eso grite su nombre tantas veces como para levantarlo del sueño permanente y escuchar sus palabras que me hacían amarlo. Entonces me hundía en el delirio ya que no lo vería mas. 

En el mausoleo de mi familia dejaron su tumba, junto a la de mi esposa; se quedarían unidos por toda la eternidad. Mientras, me perdía en los recuerdos recurrentes que la mansión vieja y gastada manifestaba en mis largos desvelos, transformándome en un sonámbulo deplorable que solo emitía lamentos en los oscuros parajes de la noche. Vivía para el dolor que la muerte posee y deja en los vivos rastros de angustia dentro del alma. 

Buscaba desesperadamente entre mis recuerdos, como fue que mi hijo se deterioró hasta caer en la enfermedad y la muerte. Meses atrás, lo veía pasear en nuestro hogar con particular alegría; su sonrisa reflejaba la tranquilidad con que vivía. La muerte de su madre no lo dejó con el mismo vacío con el que me dejó a mi. Él siempre creyó que estaba con nosotros, que no se había ido; me repetía constantemente que ella seguía en la casa esperando el momento para llevarnos a su mundo. Sus fantasías me aplastaban el corazón, por lo cual la bebida fue mi único bálsamo para soportar la desgracia. Poco a poco, fue perdiendo la luz que un vivo muestra cuando la vitalidad está en sus venas y fue decayendo en extrañas expresiones sombrías de su ser. No dormía y había momentos en donde caminaba diciéndome que la noche era igual al día, como si fuera una criatura de las sombras. Para sus últimos días, su cuerpo estaba gris y delgado, parecía que algo lo consumía. 

Volvía continuamente a su cuarto, tratando de ordenar mi memoria, sin embargo, perdía la armonía de mi mente y terminaba en largos llantos. Mi hogar se volvió una serie de acontecimientos dolorosos que me arrastraban a los bordes de la desesperanza. Los cuartos y todos los rincones eran como una jaula que me castigaba, era un hombre el los brazos inquisidores de la muerte. En ocasiones, salía de la mansión para apreciarla en la lejanía; su fachada y toda su imagen era la sensación de un espacio maldito, todo su color antiguo y deteriorado me mostraban cuando estuve con mi familia, lo que me llevaba a permanecer unido con este lugar. 

Una noche, mientras deambulaba en los pasillos largos de mi casa, quise refugiarme en el jardín trasero de la mansión, las flores y plantas me traían cierta calma. Me quedaba viendo sus fragilidad; entonces me senté algo embriagado entre las tinieblas y las lóbregas siluetas de los arbustos. En la penumbra vislumbre una pequeña forma, similar a la de un niño que se dirigía hacia dentro de la casa. Me levanté desesperado de mi letargo y con impaciencia perseguía ese imagen. No sabía que pensar, solo esperaba ver a mi hijo con la esperanza de un padre atormentado. La sombra se dirigía hacia la habitación de mi niño, pero no lograba alcanzarla, como si sus pisadas aumentaran su andanza. Atravesó la puerta y cuando llegue al cuarto, dentro en la densa oscuridad, unos ojos brillantes me vieron fijamente desvaneciéndose en un parpadeo.  

No soporté ver esos ojos y entre en frenesí; esa luz que contenían me despertaron anhelos olvidados. Después de gritar y caer en un largo sueño que contenía todos los deseos evaporados de mi pasado con mi familia, desperté en el atardecer. No había salido del cuarto de mi hijo, aunque sentía la irrealidad de la noche anterior. Trate de despejarme, pero esa sombra de niño con ojos brillantes no salía de mi mente. Entonces, en un ataque de nervios que se fueron transformando en euforia, tuve la idea de ir a visitar el mausoleo de mi familia para revisar la tumba de mi hijo y confirmar que seguía ahí. 

Llegó la noche y cargando el peso de la tristeza como la exaltación de las emociones que pasaban por mi cuerpo; caminé hacia el mausoleo. Cuando me encontré frente a la puerta me detuve unos minutos; todo mi cuerpo temblaba y ninguna extremidad reaccionaba, a pesar de la torpeza de mis partes la abrí. Dentro se encontraba un pasillo que terminaba en unas escaleras y estas llevaban hacia abajo en donde las tumbas de mis familiares yacían acomodadas en las dos paredes paralelas y en el centro la pequeña caja que guardaba a mi hijo, debido a que era el familiar que había fallecido mas joven. Todo el lugar se encontraba hundido en un silencio helado, a medida que caminaba entre sus espacios sentía la frialdad que se enterraba en mi piel y congelaba mis miembros. Baje las escaleras y de manera inconsciente prendí una vela que se hallaba en el último escalón; lo primero que vi frente a mis ojos fue algo que no tiene nombre y hasta el día de hoy la demencia me persigue con solo recordarlo. Mi esposa estaba sujetando a mi hijo mientras engullía su sangre con su boca; su piel ya no era la misma de antes y sus brazos largos parecían los de un reptil, su cuerpo cadavérico mostraba sus huesos, era como si estuviera en medio de una metamorfosis. Mi hijo gozaba de ser parte de su alimento y de un golpe, los dos me voltearon a ver esperando para unirme a su festín. 

Salí huyendo de ese abismo y abandoné la mansión que me pertenecía por herencia, maldiciéndola por el resto de mi vida.  

  

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS