La sombra vuelve a observarme. Oscura e impasible, como cada noche. Ojos rojos llamean en su rostro, rebosantes de ira. Las dimensiones de su cuerpo son desproporcionadas. Cabeza grande, brazos largos y piernas flexionadas hacia atrás. De su cabeza sobresalen las astas de un ciervo. La criatura se acerca paso a paso, lenta pero inexorablemente. Aquel día estaba tan cerca que pude ver su rostro, iluminado por sus propios ojos, llamas rojas y titilantes que desprenden una luz fantasmagórica.  Su rostro es monstruoso, una larga sonrisa se extiende de oreja a oreja rebosante de colmillos afilados y puntiagudos, torcidos y magullados. Carece de nariz, únicamente queda el hueso. Sus brazos acaban en zarpas blancas y brillantes. Y sus patas, como las de un lobo acaban en garras blancas y brillantes. Su cuerpo está cubierto de pelo, antiguo y musgoso. Se acerca a la puerta y araña su madera podrida. Después mis ojos se cierran y despierto al día siguiente tirado sobre el suelo de mi dormitorio. El sol brilla y el cielo es azul, las cercanías están desiertas, el ser que acosa mis noches ha desaparecido.

Pero siempre se repite. Cada vez más cerca.

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