Eso que llaman amor es, a menudo, un espejismo, una vana ilusión. Muleta que apuntala nuestro andar sin dirección, cuando no existen estrellas que iluminan el camino. Surge de una necesidad imperiosa de caricias. Es imperativo de una soledad que duele, y a veces hasta mata. Cuando se desvanece y amanecemos huérfanos entre los gigantes brazos de la negra noche, solo queda la infinita amargura de habernos traicionado a nosotros mismos.


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