Una palabra equivocada, un momento de sensibilidad, una herida abierta y un poco de impaciencia es todo lo que se necesita para que de un comentario se genere una discusión. Por supuesto que una discusión requiere dos personas, más que una palabra o dos, hasta diría que sin palabras se puede discutir, pero no sin personas… Que curioso como funcionan esas cosas, no se trata de lo que se dijo, se trata de cómo se interpretó, cómo se procesó, qué emociones desató… Se trata de la persona. Las mismas palabras y diferentes personas y el resultado generado se ve modificado. O no, pero más no sea ligeramente, cambia. Todo cambia según el ojo con el qué se mire, todo es cuestión de perspectiva, todo es relativo, dirían algunos… Yo entre ellos. Y pensar que hay personas que ante esto alegan no tener control, que buscan justificar sus reacciones con apoyo popular «cualquiera hubiera reaccionado así ante algo como eso». Me pregunto por qué si cualquiera hubiera reaccionado así yo también debía hacerlo… Me pregunto por qué nos justificamos a nosotros mismos, por qué nos juzgamos, por qué nos restamos poder. Hacerse cargo, tener la certeza de que reaccionamos de tal o cual forma porque así lo elegimos, porque así lo permitimos, porque así es como nos sale (para bien o para mal) nos da poder. Nos deja saber que somos dueños de nosotros mismos, que elegimos, nos demos cuenta o no, sea de forma consciente o inconsciente, siempre elegimos. Darse el poder de saber que somos lo que hicimos con lo que nos pasa, con lo que nos dijeron, con lo que sentimos, darse el poder de elegir que palabras son las equivocadas o las correctas y como nos afectan, sea el momento que sea, no es un lujo, es un permiso que solo nos podemos dar nosotros mismos.

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