—¡Nico, seamos novios!

Nata lo miró divertida, sonriéndole y, sin decir más, con picardía le rozó los labios con los suyos. Confundido, dudando sobre las intenciones de aquella incitante e insospechada invitación, Nico apenas logró asentir y, también sonriendo, temeroso e indeciso le devolvió el suave beso, esta vez cerrando despacio los ojos, mientras ella lo tomaba de la mano. Cumplido aquel breve encuentro de dulces sensaciones, del que Nico nunca deseó separarse y que siempre recordaría con especial calidez, Nata con una mirada traviesa lo invitó a pasear.

Desde siempre, Nico había padecido una oscura, extraña e indigna timidez, cuyos síntomas delatores eran esos nudos insuperables que le impedían el habla, y aquellos espontáneos y humillantes rubores que a él le causaban rabia y burla a los demás. No hallaba explicación aceptable, era indescifrable: la timidez le había arruinado amistades, deseos, aventuras, romances, sueños… ¡La vida que hasta ese momento lograba recordar! La timidez, invariablemente apabullándolo en todos los lugares y situaciones, en los encuentros formales y en los despreocupados, en el salón de clases, en los juegos sociales que deseaba intentar, en la presencia de jovencitas agraciadas o no tanto, pero sobre todo en sus íntimos anhelos de expresar sentimientos. Le habían fascinado los ojos miel y las trenzas castañas de Jimenita, lo seducían sus alegres travesuras, pero lo ocultó a todos, ¡nunca le dijo nada importante!; muchísimos días llegó a casa con los chocolates que se prometía obsequiarle y que nunca fue capaz; algunas veces la evadió para evitar padecer aquella lacerante impotencia… Todo terminó cuando Jimenita se mudó muy lejos con su familia, a otra ciudad; y entonces Nico tuvo que enfrentar una profunda sensación de derrota y frustración, que con mucho nubló aquella de descanso por no sentirse obligado todos los días a volver a intentar expresar y aproximar sus sentimientos hacia ella, pudiendo en consecuencia refugiarse en sí mismo, en el océano de complicadas fantasías con románticos finales felices.

Por eso, aquella naciente aventura con Nata le resultaba impensable e inverosímil; a veces creía que todo se trataba de una siniestra broma ideada por ella o sencillamente que él volvía a extraviarse en los sueños que lo separaban por momentos de su realidad. Inconcebible: a pesar suyo, ¡por primera vez tenía novia! Inimaginable: probaba deliciosos abrazos desde una sensación nueva de cercanía y ¡había saboreado su primer beso!, y luego muchos… Sin embargo, dentro de sí advertía una contradictoria actividad, pues, aunque Nata le parecía alegre, dulce, valiente, especial, bonita, sinceramente la quería y deseaba estar a su lado, del mismo modo era consciente de que en realidad su corazón desde hacía tiempo se hallaba cautivo por Tina, la mejor amiga de Nata; sujeción afectiva y emocional que le resultaba en ese momento casi tan fuerte como alguna vez lo fuera aquella que experimentara por la inolvidable Jimenita.

En fin, pasadas de prisa las primeras alucinantes semanas, una vez Nico logró convencerse de que no vivía un engaño ni un sueño y consiguió con trabajo asimilar las muchas mágicas emociones que habían atropellado y estremecido con fuerza su existencia, un día muy serio se decidió a preguntarle con sutil insistencia a Nata si lo amaba, si esa era la razón por la cual, desafiando las costumbres sociales, precisamente había sido ella quien le reclamara que fueran novios. Nata le respondía con carcajadas, abrazos divertidos y silenciosos, suaves besos en los labios, y audaces y fantásticas evasivas, para él nunca suficientes.

Los amaneceres pasaban y en las tardes se obsequiaban paseos tomados de las manos, la cabeza de ella descansando en el hombro de Nico, compartiendo helados de arequipe para él y de chocolate para Nata, dialogando pequeñeces y regalándose delicadas caricias en los labios. Pero las más de las veces, salían a espacios lúdicos, teatros, parques deportivos, salones de comidas y música acompañados por Tina. En esas excursiones, Nico procuraba no tomar de la mano a Nata, pero siempre guardando prudencia para evitar poner en evidencia su intención de mostrar cierta distancia respecto de ella, y también se esforzaba por dejar a salvo de la atención de las jóvenes las furtivas y profundas miradas que dirigía hacia Tina, y los vibrantes latidos de su corazón dedicados exclusivamente a ella.

Además de advertir entre Nata y su amiga pícaras miradas y sonrisas cómplices que lo intrigaban e inquietaban, también al principio la presencia de Tina aturdía a Nico hasta precipitar su timidez y esos detestables e irreprimibles enrojecimientos… Pero lentamente los fue dominando y su actitud emergió cada vez más desenvuelta, y la relación con Tina más sencilla y próxima, también porque ella consentía y su candidez lo invitaba. Por eso, porque gracias a ella estaba consiguiendo someter la timidez, cada día le gustaba más: deseaba verla siempre, escucharla a toda hora y seguirla por las redes sociales; se decía que quizás la amaba porque en ese momento sus sensaciones eran más intensas que aquellas que experimentara alguna vez por Jimenita. Sin embargo, ello también lo ahogaba al admitir que, de alguna manera, traicionaba el cariño que le obsequiaba Nata y engañaba la lumbre que ella encendió, que él avivó y cuya calidez en aquel momento disfrutaba con todos los sentidos; pero solo con los sentidos y no con el corazón, pues este le pertenecía a Tina.

Cierto día, paseando lejanos por una arbolada pensada para los enamorados o para aquellos que se atrevían a intentar enamorar, Nico insistió: ¿Nata lo amaba? Ella, esta vez expresando cierta seriedad, le respondió que no estaba segura, que tal vez…; pero casi de inmediato confesó que él le parecía tierno, detallista y cariñoso, que tenía bonitos ojos y la sonrisa dulce, pero que no sentía el amor que se expresaba aquella pareja que se besaba allá, justo en frente de ellos. Hizo una muy breve pausa, sonrió un poco y suspiró mirando el cielo, y divertida como siempre reconoció que, en realidad, conforme lo habían acordado inocentemente con Tina, Nata extrovertida y valiente se haría novia de él para ayudarle a vencer la timidez, a que aprendiera a vivir una relación, a experimentar besos y caricias y, de pronto, a descubrirse hacia el amor. A Tina le gustaba muchísimo Nico y anhelaba ser su novia, pero él por la timidez no se había atrevido a pedirle que lo fueran, aunque era evidente que lo deseaba. Al final, algo seria, Nata le expresó que continuaran en pareja porque había notado progresos, ahora la timidez no lo sometía hasta paralizarlo, pero aún faltaban varios detalles por reparar; concluyó con dulce malicia, que era divertido para ambos y que muchos afirmaban que juntos se veían lindos.

Nico, desconcertado, enmudeció pensando atropelladamente: ¡Tina lo quería!, ¡ella deseaba que fueran novios y él no lo había notado!; tal vez porque, para esos afanes existenciales, Tina también era tímida. Atrapó fuerzas de donde no existían en su ser y le dijo a Nata que el noviazgo debía terminar en aquel instante pues él amaba a Tina, y le agradeció el vital apoyo con algunas palabras vacías y un inexpresivo abrazo. El rostro de Nata inmediatamente entristeció y rodaron dos lagrimitas por cada una de sus mejillas, lo tomó de las manos y descubrió su alma diciéndole que ella lo necesitaba, que quizás lo amaba porque le dolía en el corazón que la dejara y mayor aflicción le causaría si se hiciera novio de Tina, justo porque ella era su mejor amiga… Sumergido en pensamientos hacia Tina, Nico no observó ni escuchó las súplicas de Nata, ni pareció comprenderlas, y se alejó.

—¡Tina, seamos novios!

Nico la miró sonriéndole y, sin esperar respuesta, delicado le rozó los labios con los suyos. Ella, insinuando una risita comprensiva, le dijo que no porque su mejor amiga Nata lo amaba y ella no podía traicionar de tal manera esa inquebrantable amistad; le devolvió un sutil beso en la mejilla y se marchó luego de un sencillo adiós.

Agobiado, Nico sintió odiar a Nata por amarlo y experimentó una calcinante opresión al entender su amor no correspondido, y de nuevo culpó a su timidez por ser la despreciable responsable de haber llegado tarde a Tina… También descubrió que en las relaciones amorosas, así fuera por instantes, eran posibles sentimientos parecidos al odio; y compendió lo doloroso que algunas veces podía resultar el amor, más si había que enfrentarlo buscando el olvido desde la soledad.

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