Es un lugar divertido, donde tu, yo y ellos vamos a distraer o atraer pensamientos y
sentimientos, a revivir o darle vida al amor y hacer crecer el odio o dejar morir a la alegría.
Lo único que debemos hacer para llegar allí es caminar o correr, según sea el caso, hasta
percibir que se está cerca por un olor indiscutible a vulnerabilidad. Una vulnerabilidad que
brota por los poros de unos, una que alimenta el vuelo fantasioso entre estímulos sensitivos
cuando la inhalamos o la dadivosa vulnerabilidad con olor a empleado mal pago. Tantas y
diferentes todas ellas en el mismo lugar, cercanas o distantes experimentan un poco de lo que
aspiramos tener algunos, libertad.
En el parque todos juegan, algunos se deslizan por el tobogán de mentiras para asegurar no
caer sobre sus heces, otros se balancean en columpios ajenos con un toque de mediocridad
para ocultar que lo no hecho nos sobrepasa, varios eligen armar figuras en la arena queriendo
construir obras de arte que al final cuando la lluvia cae solo quedan sin valor, ciertos eligen
disfrutar de sube y bajas emocionales para mendigar un poco de atención. Al final todos
jugamos en el parque, porque nos gusta divertirnos y también soñar con ser un poco menos
de lo que ya fuimos.
En la noche aquel lugar que alguna vez fue la diversión de algunos, es el lugar para que otros
descansen, sobre lo que algún día vivieron sin mirar el futuro, abrigados con lo que dijeron
sin esperar una respuesta, soñando con lo que habrían hecho al saber aquella respuesta. En el
parque, un lugar divertido, tu, yo y ellos vamos a descansar.
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