LA VISITA.
Vino con su pata coja y su mal aliento.
No aceptó la silla ofrecida, quizá descubrió mis intensiones.
Como de costumbre, no intercambiamos sonidos.
Recuerdo haber balbuceado algunas inconexas sílabas.
Tampoco cruzamos miradas, imagino me miró, al igual que yo, cuando el otro no miraba.
Por costumbre le ofrecí agua, sin agradecer ni la probo.
Desde el umbral de la puerta, donde había permanecido, se marchó con su pata coja y su mal aliento.
Siquiera hizo ruido.
Chemonio.
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