Mañana será un buen día. Lo sé porque así lo decreté antes de irme a la cama. 

Hoy tuve un día muy difícil. Pareciera que Alexa se hubiera enfadado conmigo. Olvidó despertarme a las seis en punto encendiendo mi equipo BOSE Lifestyle para reproducir  La Bohemia de Puccini previamente programada. La temperatura ambiente estaba varios grados por abajo de lo usual . El agua de la ducha estaba fría y la cafetera Hamilton Beach, no tenía mi café preparado. Para colmo de males olvidó  programar la recarga de mi Tesla X, por lo que tuve que llamar un Uber para ir a mi oficina, para lo cual me vi en la necesidad de pedirle a mi vecina su teléfono prestado, pues mi iPhone estaba muerto, al igual que mi Mac. 
Y todo porque Alexa no cumplió con su cometido. Molesto por esta inusual situación, abrí la ventana de mi penthouse ubicado en el piso diez de la Torre Diamante y arrojé a Alexa por la ventana, con tan mala suerte que aterrizó en la cabeza de mi vecino del cuarto piso; un general retirado de muy mal carácter, quien terminó con una herida que requirió una docena de puntos para su sutura. Y yo, como era de esperarse, en la comisaría rindiendo mi declaración acusado de intento de homicidio. 

Después de ofrecer mil disculpas a mi vecino, al que dicho sea de paso muy rara vez saludo, pude quedar libre habiendo pagado una fianza y los gastos médicos ocasionados por mi desplante. “Dé gracias a Dios que no pasó a mayores —me dijo el comandante en turno—. Pudo  haber resultado en algo mucho peor”. Creo que tenía razón. 

Eso me pasa por confiar tanto en la tecnología. Ya en un par de ocasiones Alexa me había hecho pasar tragos amargos, como el día que invité a la chica de la biblioteca a pasar una inocente tarde en mi suite con gaseosas, palomitas de maíz y pizza. Cansados de buscar alguna buena película en Netflix, Amazon Prime Video, Paramount, Disney y todos los canales de streaming disponibles, le pedí  a Alexa que pusiera una película romántica en mi pantalla digital Bang and Olufsen  de cien pulgadas, y tuvo la brillante idea de reproducir Cincuenta Sombras de Grey, ocasionando que mi conquista saliera corriendo de mi Loft. O la vez que, queriendo hacer alarde de mi inglés, le pedí que a mi café le pusiera un poco más de “water”, y como consecuencia de mi mala pronunciación, terminó poniéndole “butter”. 

Antes de caer en los brazos de Morfeo, aplico lo aprendido en mi clase de Ho’oponopono. Repito  tres veces en mi mente: Lo siento, Te amo, Perdóname, Gracias  y apago, de forma manual,  todas las luces. A los pocos minutos me encuentro sumergido en un profundo sueño.

Estoy en una cabaña en Tlamacas que me prestó Pepe, mi mejor amigo.  Sentado sobre un tronco de árbol, sostengo una libreta en la que escribo, a mano, un poema teniendo como fondo a los majestuosos volcanes del Popocatépetl, Don Goyo, y su inseparable pareja Iztaccíhuatl, La Mujer Dormida. Aunque es cierto que extraño a Alexa, disfruto mucho de un café de olla, del crujir de la madera consumiéndose en la chimenea, y de la penumbra de la flama de una vela que dibuja en el techo mil personajes misteriosos. 

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