MIRADAS QUE LO DICEN TODO Y OJOS QUE NO DICEN NADA

MIRADAS QUE LO DICEN TODO Y OJOS QUE NO DICEN NADA

Rosa Dichas

04/10/2021

Cuando tú estabas al otro lado, ocupada en servir un café, una copa o el menú del día, yo contemplaba cada uno de tus gestos.

Nada más verte, me prometí a mi mismo que mi próxima novela se basaría en ti. Porque eras de esas personas que merece la pena analizar, y averiguar cómo serán sus vidas detrás de la apariencia. Me llamaste la atención por tus ojos siempre ausentes en tus pensamientos mientras me servías la copa de vino de cada tarde, sin yo ni siquiera llegar a pedirla a veces. Para ti, estoy seguro de que yo era uno de esos clientes habituales, una de esas figuras que entran y salen del bar constantemente.

Aunque para mí, verte era mi momento favorito del día. Por tu curiosa forma de hacerte una coleta con tu abundante pelo castaño, largo y despeinado. Por tu mirada fulminante a aquellos hombres que te hablaban con deseo.. por tus manos ágiles, femeninas, para aportar cada pequeño toque a cada comida, a cada cosa que te pedían. Y por tu uniforme de camarera, ese que te hacía lucir tus curvas tan simétricas, casi rozando la perfección.

Aunque París fue una de las mejores etapas de mi vida, tuve que marcharme a los meses, por falta de dinero. Pero a la vuelta, la suerte me acompañó. Contacté con una buena editorial y me ofreció una generosa suma por el que fue mi primer libro publicado, con el título de “La mujer de enfrente”. La vida de escritor nunca sabes cómo te va a sorprender.

Pero a pesar de mi fortuna y mi triunfo, escondía una tristeza difícil de explicar con palabras, y me resultaba irónico porque mi trabajo siempre ha sido escribir, y precisamente por ellas, las palabras, puedo dar gracias a todo lo que tengo ahora. Pero como la duda no me dejaba avanzar, decidí volver para encontrarte, y también para encontrarme a mí.

Fui de nuevo allí, a mi refugio de París, completamente decidido a decirte cara a cara la fuerte inspiración que fuiste para mí. Te encontré seria, perdida, tal y como te recordaba. Me senté en mi silla, esperando el momento perfecto con una copa de vino y un cigarro para confesártelo todo después de mucho tiempo. Habían sido tantas veces las que te habían observado sin que tú te dieras cuenta, que era inevitable para mí sentir miedo.

Pero cuando tú clavaste tu mirada en mí, me quedé paralizado. Sentí que el tiempo se paraba, y que mi boca era incapaz de pronunciar todo aquello que me había aprendido de memoria para decirte. En ese instante me dí cuenta que el tiempo, irremediablemente pasa para todos, y que por mucho que nos esforcemos, hay historias que tuvieron su momento y secretos que es mejor no confesar, por temor a que toda la magia que los envolvía, se esfume por completo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS