Mesa Tres

Petrus
corría de un puesto a otro, dando
instrucciones
sin
parar. Mientras
revisaba
las salsas y
revolvía las vegetales, daba indicaciones del postre que los
ocupantes de la
mesa
tres
pedían
cada semana. Lo fastidiaba, hoy no lo iba a negar. Había estudiado
en los mejores restaurantes de Francia, preparaba
platillos con gran dedicación, pero
estos comensales no renovaban su paladar.

Trató
de seducirlos enviándoles con la camarera una creme brulee, cortesía
de la casa, en tanto él los observaba por las rendijas de la puerta
que lo separaba del comedor.

Los
comensales apartaron el recipiente conteniendo ese manjar cremoso,
sin delicadeza. Horrorizado manifestó para sí que eso no lo iba a
tolerar. Se aproximó a la mesa lentamente, con la música de fondo
sabía que las otras mesas no escucharían si debía cambiar de tono.


Buenas
noches, — dijo con un tono fingidamente amable.

Los
comensales levantaron los ojos sin emitir sonido alguno. Petrus
volvió a decir.


Buenas
noches.

Tres
de los cuatro comensales, levantaron los ojos nuevamente sonriendo,
al menos eso creyó él. El cuarto comensal, siguió mirando su
plato, sin inmutarse. Tenía un cuerpo robusto para su estatura, una
mirada penetrante con los párpados entrecerrados, pelo revuelto de
color negro y blanco. A los demás solo los miró distraído.

Petrus
sopesó la situación. Decidió devolver la sonrisa a quienes le
sonreían, dio media vuelta sobre sus talones y regresó a la cocina.

Al
entrar encontró algunas miradas furtivamente burlonas, el resto de
sus colaboradores, cabezas gachas metidas cada una en sus ollas.

Lo
supo, el respeto que le tenían, había descendido. Trato de no
pensar, pero durante el servicio no pudo dejar el tema atrás. Así
que terminada la jornada, cuando los clientes y el personal se habían
retirado, recorrió el salón vacío acomodando los manteles.

Llegó
a la mesa tres y la inspeccionó, preguntándose… ¿Qué tenía de
fantástico esa mesa?, ¿ Por qué esta gente llegaba una hora y
media antes de cerrar?, ¿Por qué comían siempre lo mismo?

Le
intrigaba también que solo tomaran leche con la comida. Serán
religiosos, pensó.

Su
orgullo de chef estaba minado por la duda, caminaba de una mesa a
otra y por fin concedió que tal vez estuviera haciendo algo mal, en
voz alta determinó: “Será que la sazón no es la adecuada”.

Volvió
a la cocina, se puso el delantal, bajó las ollas, respiró hondo y
comenzó.

Recorrió
uno a uno los platos que fomentaron su fama de buen cocinero.

Llegó
el turno de esos platos que todos los martes elaboraba para la mesa
tres.

Carpaccio
de salmón, Dados de pechuga con verduras al wok, Pastel de merluza y
Atún al horno con finas hierbas. Los observó, limpió los bordes
del plato y los llevo a la mesa tres. No pudo evitar tomar asiento,
se llevó una mano al bolsillo, aun decidiendo si llamaba o no a sus
amigos, era tarde, bastante tarde, sin embargo tenía la certeza que
estarían despiertos.

Petrus
se sentó en la silla que ocupaba el único comensal que no lo miró,
sus
amigos en las demás.

Todos
coincidieron que la comida estaba deliciosa, a modo de broma
conjuraron varias teorías… qué tal vez le faltaba una pizca de sal, aunque el otro dijo que no le agregue nada pues estaba riquísimo.

El cocinero se retiró a la cocina para traer el postre. Al llevarlo a la mesa,
los amigos se miraron sorprendidos. Ante ellos estaba un gran tazón
de arroz con leche .

Entre
chanzas los amigos le dijeron que no se había esforzado demasiado
con el postre. Uno, un poco mas serio, le reprochó que ese postre le
arruinaba el futuro recuerdo del festín.

Les
explicó que debía hacerlo todos martes para los comensales del que
tanto hablaron un rato antes.

Era
muy tarde y al otro día cada uno debía seguir con su vida laboral.
Petrus los acompañó a la salida, al levantarse observó que sus
ropas estaban llenas de pelo de gato, al igual que sus amigos.

Regresó
a la mesa tres,
sacó
los platos, mantel y la
examinó detenidamente
.

¡Estaba
toda rasguñada! y las patas de las sillas astilladas .

Sorprendido,
observó algo que brillaba bajo la silla, lo levantó del piso y la
acercó a la luz. Era una medallita en forma de pescado con la inscripción Michifus.

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