Esta noche nuestros cuerpos son un rito y entiendo qué placer nos causa el encuentro.
Veo la terraza adornada frente al puerto de Mahón, con dos copas de cristal y un vino a explotar. Observo desde lo lejano que la expansión acaba de suceder, es la tercera guerra mundial entre unos abrazos malformados y miradas enfrentadas.
Todo lo que es relativo también es real para quien quiera creerlo.
La brisa de verano vuelve y nos sigo mirando
¿cómo se pueden acobardar dos en las alturas? ¿Cómo puedo besarte si estás tan abandonada como yo.?
Escucho risas, de esas que me intimidan y, a la vez, me hacen sentir valiente. De fondo los susurros de septiembre llegan al mar Mediterráneo.
Veo nuestras siluetas de la rebelión. La batalla entre sostener y liberar. Y el amor se desprende como cuando soplamos un diente de león, que no tenes idea hasta dónde llegará ni sabemos cuántos kilómetros recorrerá.
Probas el instante y lo demás es solo el deseo. Mientras sigo sosteniendo mi vista hacia la plenitud que no tiene tiempo.
Me distrae el aroma de la comida en esta mesa compartida y entonces, me das la mano, me desaparezco entre en un beso eterno y tus palabras mal habladas, y es así que entiendo el siguiente paso.
Me penetra hasta el cerebro tu olor a jazmín, tu mano en mi cara y la mía en tu espalda. No sé de qué estás hecha
La luna está inmensa.
El mar se silencia.
Las calles están vacías y las olas chocan contra los barcos
Cierro los ojos.
Me veo entre pieles y me olvido de todo, sobre esas tejas antiguas que están tibias aún por el sol.
Entonces memorizo el final y abro los ojos.
Me visto y salgo a andar sobre adoquines fríos en una mañana de noviembre y con mi sweater gris, recitando en mi mente, una vez más, la teoría de la mar.
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