Le llaman desamor a la nada infinita que desarma al más valiente.

Tomé conciencia cuando ya era muy tarde y yo
estaba muy agotada de tanto pedir, perdonar y luchar.
La sensación interminable del fracaso sentimental.

Todas las señales estuvieron ahí cuando al fin
se rompió la luz que generaba mi agobiado corazón.
Se quebró el hielo circundante que recubría mi lastimado cuerpo.
Dejando al descubierto la sutil ausencia de templanza que padezco.

Observo el horizonte humeante y oscuro que
en la soledad se traduce en desesperación.
Desesperación honesta que no me abandona y
se hunde en mi pecho de arena movediza.

Cuando mi espíritu grita en el silencio ensordecedor y
el vacío estalla en miles de agujeros negros.
Mis alas arden y caen como hojas otoñales
quemando así el pasado pegado en el polvo de mis pies.

Las pupilas de mi reflejo borroso admiten el
incapacitante entumecimiento físico que siento.
La desazón incontrolable del no poder continuar que
arde y corroe como volcán en erupción.

Sólo queda esperar a la suave brisa del norte para que,
con su suave y delicada dulzura primaveral,
remueva las cenizas que cubren pesadamente
la chispa de vida que encierra mi alma inmortal.

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