Tras
tomar un café, Alicia penetro en el baño y se desnudó para darse
una ducha, entonces reparo en el espejo de cuerpo entero sin marco
pegado a la pared, ese tipo de espejos la producían sensación de
caída, como si las tonalidades de su cuerpo se desbordasen por sus
márgenes, se diluyeran sobre las frías baldosas blancas de la
pared. Y se enredaran en sus formas, resbalasen hasta el suelo y se
perdieran por el desagüe del mundo, es ese precipicio donde termina
ella y comienza; otra cosa.

Miró
su pelo negro, sus labios carnosos, su cuello; Bajó la mirada por el
contorno izquierdo de su pecho, los muslos, su vientre y su boca, sin
atreverse a mirarse a los ojos, pensó que tal vez la revelasen algo
de lo que ella aún no estaba preparada.
Entorno
los ojos con actitud de desaprobación ante ese pensamiento,
el
instinto la hizo taparse los pechos con las palmas de las
manos.

–olvídalo
–gritó su cerebro.

Apartó
las cortinas y se metió, descendió el pequeño escalón que
separaba el plato de ducha negro. (Tan grande como una bañera) del
resto del clásico baño blanco. Se sintió arropada por un mosaico
de largos rectángulos en vertical de azulejos simulando piedra de
pizarra gris envejecido, regulo la corriente de agua. (Antes
de entrar tenía la costumbre de dejar el gel de baño al lado de sus
pies y el de no utilizar esponja para enjabonarse). Se inclinó para
coger el bote de gel del suelo,
el
agua caliente se estrellaba contra su espalda salpicando como si el
contacto de esta sobre su cuerpo la volviera efervescente. Agarro con
fuerza el bote con la mano derecha, acomodo la mano izquierda en
forma de cuenco para recibir en ella el jabón con olor a almendras,
dejando que la gravedad se la llenara, está se la derramaba por
entre los dedos en finos hilos de marfil espeso, dejo el bote en el
suelo
de
la bañera y se
incorporó, se llevó las manos al cuello, se enjabonó la nuca y los
hombros mientras se daba un masaje levantando la cara con los ojos
cerrados hacia la lluvia artificial.
Una
lágrima se abrió paso por aquel torrente de agua, bajando por su
mejilla, bordeando los labios y mojando su cuello, que estupidez
pensó: pero ella sentía esa lágrima bajar por su cuerpo más
húmedo que el agua de la ducha, como aceleraba al pasar entre sus
pechos y detenerse ante la sima que forma su ombligo en la piel, un
par de segundos o un par de minutos, en esos momentos no tenía
percepción de tiempo, la bordeo por el oeste, esa fue la expresión
que la vino a la cabeza, lenta y ondulante como una serpiente
recorrió su vientre hasta introducirse en su sexo.

En
ese momento la vino a la memoria el peso del día anterior,
Esa
mañana había recogido todas sus pertenencias de casa de
Alberto, (ahora
su último ex) experimentó la contracción de su mundo, dolorosa
reducción a tan solo dos bolsas de deporte con bolsillos llenos de
nada sobre la cama. Todo innecesariamente colocado, enfermizamente
doble, dos mesillas iguales, una para cada uno que sirven de pedestal
a sus correspondientes lámparas de bronce en cuya base, incorporados
sendos relojes despertadores, una cama para ajustar lo único que no
tenía pareja, sus vidas, cama que Javier se apresuraba a enterrar
bajo sabanas y la colcha perfectamente colocadas, lo hacía cada
mañana, lo hacía antes de desayunar, lo hacía antes de saludarla,
lo hacía antes del primer antes.
Todos
los objetos se la hacían pesados en aquel cuarto, el espacio y todo
lo vivido allí se la presentaban con claridad en su mente, era el
tiempo de aquel espacio lo que se la escapaban, no podía relacionar
los actos en un momento concreto.
Desde
hacía
tiempo aquella relación fue un cruce de caminos entre la fe y la
razón, excavaron sin querer un túnel de realidad bajo aquel cruce,
ahora cada uno tenía que horadar la tierra sin el otro y construir
su propia salida.
Se
echó las bolsas de deporte al hombro, Inclino la cabeza hacia un
lado mirando la cama, incluso el peso de las bolsas de deporte sobre
esta no habían deformado la superficie ni un milímetro, en esos
momentos sintió un hormigueo en la nuca que la activo algo en su
interior. Comenzó a morderse el labio inferior, dejo caer las bolsas
al suelo, se subió de pie a la cama, se dejó llevar por la tenue
fuerza de repulsión que está ejercía bajo sus pies; pensó en
saltar para desarmarla pero cedió: Bajo agotada. Recogió las bolsas
del suelo, tiro las llaves de aquella casa sobre la cama y se marchó
para siempre.

–Por
qué recuerdo a ese mamón mientras me intenta violar una de mis
lágrimas. –se preguntó.
De
repente se dio cuenta de que tenía la mano derecha sobre su sexo,
los dedos indice y corazón llamando a las puertas de su vagina, los
dedos de la mano izquierda jugueteaban con el círculo de su pezón
derecho.

Las
yemas de los dedos resbalaron hacia los labios interiores quedando
solapados entre sus pliegues, marcando pequeños círculos, llegaron
los primeros espasmos que se introducían en lo más profundo y se
reflejaban en su vientre; los círculos se volvieron un remolino
arrastrando sus dedos en descenso por órbitas cada vez más
cerradas; los succiono como un pez hambriento atrapa a su presa, los
abrazo con fuerza acogiéndolos como propios, envolviéndolos de
calor y humedad, convulsionando a cada movimiento más rítmico y
acelerados.
Su
espalda fue resbalando lentamente por la pared hasta quedar en
cuclillas, el agua de la ducha ahora la parecía más caliente que
hace unos instantes, más húmeda, más torrente. Acelero el ritmo y
los jadeos palpando su interior como un ciego leyendo un libro de
cielos imaginados.
Acariciaba
y arañaba todo su interior con la yema de los dedos, liberaba y
succionaba con los músculos interiores sus dedos a un ritmo cada vez
mayor.

Tan
solo fueron unos segundos los que sus jadeos acompañaron el ritmo de
la succión, a borbotones de lo más profundo de sus galerías
comenzaron a estallar espasmos
de
placer como una corriente eléctrica que la nublaron la vista
tensándola todos los músculos y la penetrando en su cerebro; de
repente estallo, todo su cuerpo se descontroló, se aferró a la
cortina rompiendo tres enganches de esta al tirar de ella,
jadeo aún más,
grito aún más
y la tensión cayo en picado.
Se quedó tumbada
sobre el costado izquierdo con las piernas dobladas, sus pechos
aplastando sus rodillas respiraban libertad.
Su
vagina seguía lamiendo las yemas de sus dedos dentro de ella, el
agua cayendo efervescente.

Termino
de ducharse, salió de
la bañera y se acomodó una
toalla morada en la cabeza arroyándose el
pelo, se vistió con un albornoz de algodón blanco que se alzaba
unos diez centímetros por encima de sus rodillas, descalza y
mojada se preparó un
café, se sentó en un diván delante del ventanal
del salón con los pies apoyados sobre un puf de cuero negro.
Los
rayos de sol de la ya más que avanzada mañana la calentaban las
piernas y algo más abajo de la cintura.

Un
leve soplido sobre el café derramo por el salón el aroma agrio de
este.
Miró
el pequeño reloj digital que se encontraba sobre un estante de la
pared, al lado de una, fotografía en
la que aparecían Javier y Belén en alguna estación de esquí, un
sel-fin que se hicieron. Parecían felices. Se preguntó si
antes o después de esquiar.

Una línea de
viento levanto las cortinas blancas a medio cerrar del ventanal
que tenía enfrente,
subieron hacia ella hasta media altura, la cortina de la izquierda
hizo un bucle y floto hacia la pared bajando de nuevo como un
péndulo, la de la derecha se alzó con
movimientos de ondas rozándola los dedos del pie derecho, quedando
suspendida ondulando sobre ella,

el
roce la erizo el vello de sus piernas ascendiendo como fichas
de dominó hasta
la cintura.
La
cortina jugo consigo misma volviendo a su posición,
bebió
un sorbo de café y apoyo la taza caliente sobre su vientre, cerro
los ojos y se quedó dormida.

Esta
vez soñó con ella.

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