Supo de pronto que la poesía puede ser también
inerte, estática y fría.
Desistió entonces de escribir poemas.
Se escondió bajo las hojas
de un otoño, largo y ocre.
Dejó de escuchar el trasiego de orugas
que hacían mariposas;
y el tic tac de los relojes
separando los días de las noches
Y entonces fue que,
sin saber lo que sufría,
sacó la mano fuera de su última resignación,
la apoyó en el suelo,
encajó sus uñas,
levantó su cuerpo
y con una fuerza que desconocía
comenzó nuevamente a andar sobre los folios.
Se volvió a caer,
se volvió a esconder, se volvió a escapar.
Alguien sujetó su mano lenta,
alguien lo volvió a animar,
más de uno no vieron lo que escribía,
para muchos no existió.
Y por ahí cuentan que anda aún soñando,
que escribe versos,
que ríe más que antes
y que llora solamente
cuando dos palabras que ha juntado,
parecen de repente, que son una nueva.
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