Yo no sé cómo es que llegué a ser lo que soy, siento que tengo tanta vida por dentro pero por fuera me veo inerte y calma.
Aseguro que tengo todo el deseo del mundo y toda la avidez para salir y recorrer las calles, los senderos de la cotidianidad, ver cómo es que todos se comportan en un mundo en constante movimiento, cuáles son sus ocupaciones y preocupaciones, sus intereses, la manera en la que se desenvuelven en un maravilloso mundo lleno de energía y movimiento, siendo uno solo con la sinergia, en aquel mundo del que yo no soy parte, ese bello mundo donde hay sol y donde hay luna, bella flora y fauna, y amor, ¡ah, el amor!
Cómo quisiera poder explorar y sentir todas las formas y colores y poder expresar todo lo que aquello me hace sentir, todo lo bello que he ido descubriendo hacerlo parte de mí y vivenciarlo, compartirlo, que me escuchen y hacer eso a lo que llaman comunicarse y conmocionar y conmocionarse.
Yo no sé cómo es que a mí me tocó perderme de la maravilla de sorprenderse por lo más trivial y por lo más fastuoso, me pierdo de admirar un amanecer o de contemplar la puesta del sol, me pierdo de los maravillosos colores que brinda ese lugar que tanto ha inspirado al mundo a través del tiempo, aquel lugar que sólo puede ser contemplado pero nunca tocado: el cielo. Me pierdo de sentir la textura de la tierra y del concreto, me pierdo de hundirme en un bosque y escuchar a las aves cantar y de oler la húmeda tierra mohosa, disiparme entre las ramas de los árboles y escalar alguno y desde ahí contemplar la hermosura de sus colores, la inmensidad de la noche y la luna que a veces se asoma y alumbra o a veces sonríe un poco y otras tantas se desvanece por completo.
Yo no sé cómo se siente pisar la arena y sumergirse en el inmenso mar, conocer sus secretos y probar su sabor. Me pregunto, ¿será cierto que la piel puede cambiar de color encontrándose en dicha situación? Es más, quisiera vivir eso a lo que llaman «dolor», «pena», hasta la misma muerte que todo lo rodea.
Yo no sé cómo es que llegué a ser lo que soy, siento que tengo tanta vida por dentro pero por fuera me veo inerte y calma, y es curioso cómo, cuando me llegan a tomar entre sus tibias manos, se maravillan de mi anatomía, de mis colores y una supuesta belleza que yo no logro ver; incluso he escuchado oirles decir que soy «auténtica», que no habían visto «nada igual» y hasta el risible adjetivo de que soy «perfecta», ¿perfecta? ¿cómo algo sin vida puede reflejar perfección? ¿Cómo un ser que no muestra emociones ni emite palabra alguna puede ser considerado así? La verdadera perfección es poder vivir, y crear, y soñar, y descubrir las maravillas del mundo exterior, del verdadero mundo que ofrece todos los matices y todas las formas que respiran y que dan la vida, y que la quita, porque allá, en ese maravilloso mundo existe la dualidad, la necesaria y omnipresente dualidad.
Estoy atrapada y podría vivir triste a través de los siglos implacables, en el anonimato del mutismo, sin embargo, muy en el fondo, yo sé, yo siento – si es que tiene sentido alguno seguir nombrando ese verbo- que tengo un corazón y un alma, no sé cómo, no sé por qué, pero así lo creo, siento cómo puedo transmitir amor cuando me ven y se maravillan y les brindo un poco de alegría o recuerdan con nostalgia tiempos mejores.
Yo no sé cómo es que llegué a ser lo que soy, siento que tengo tanta vida por dentro pero por fuera me veo inerte y calma, aunque segura estoy que, de una u otra forma, dentro de mi estructura gélida y dura de porcelana se esconde un alma.
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