LA PREMONICIÓN DE KILLARI

LA PREMONICIÓN DE KILLARI

Con un cielo encapotado y ventoso partimos de la Terminal del Sol de Mendoza, un 9 de septiembre del 2009 a las 19:00 horas. La sincronía cabalística con el número 9 me generó un extraño presentimiento de algo que en ese momento desconocía por completo. El autobús 137 iba lleno de pasajeros que tenían como destino la ciudad de Santiago de Chile y Lima, la capital peruana. Los viajantes de la tierra de los incas volvían al terruño patrio después de una prolongada ausencia, con la alegría pintada en el rostro. Pronto estarían en su tierra natal, dónde los esperaban con gran ilusión, seres queridos y amigos. 

A mi lado viajaba una chica muy carismática, que desde el primer momento me cayó muy bien, como si la conociera desde antes. Ella era natural de Piura, exactamente, de la provincia andina de Huancabamba, esa tierra linda de límpido cielo azul, de bellos paisajes naturales y de las esotéricas lagunas de Las Huaringas. A la joven le tocó el asiento que estaba ubicado en el pasillo y el mío al lado de la ventana. —Hola, mi nombre es Paulo. —La saludé apenas terminamos de acomodarnos en nuestros respectivos asientos.           —Hola, me llamo Killari. —Me contestó con una cordial sonrisa. Era una chica de facciones agradables, ojos grandes y de profunda mirada. Me llamó la atención lo original de su nombre.  —Killari, ¿es un nombre quechua? —Le pregunté. —Sí, significa luz de luna.—Tus padres te pusieron un bonito nombre, Killari.    — Le dije.  — Gracias.  —¿Y en qué lugar de Huancabamba vives? — Le pregunté con cierta curiosidad. —Yo vivo en el caserío de Salala, que pertenece al distrito de El Carmen de la Frontera. Desde mi pueblito las lagunas de Las Huaringas están a una hora caminando.—¿Y es cierto que las aguas de esas lagunas curan enfermedades? — Sí, eso es cierto. Hay testimonios de personas que han curado sus males ayudados por los rituales de los maestros curanderos. Lo sé también, por qué mi padre es curandero… pero, ojo él no es hechicero…—¿Y cuál es la diferencia? —La diferencia es que el hechicero hace maleficios y utiliza la magia negra para dañar a otras personas y el curandero opera las fuerzas mágicas blancas y utiliza la fitoterapia para curar, jamás para hacer daño a nadie. —Me contestó con mucha claridad que no me quedó la menor duda de lo distinta que eran estas dos actividades esotéricas ancestrales, que usualmente se suelen confundir, y que no son la misma cosa. 

Después de algunas horas de avanzar por la Ruta Nacional 7, llegamos al departamento mendocino de Luján de Cuyo. El bus siguió su marcha sin detenerse. En pocos minutos a lo lejos solo se veían las luces de la ciudad que habíamos dejado atrás. El autobús se desplazaba a gran velocidad y cada vez nos alejábamos más de nuestro punto de partida. A través de los cristales se podía ver los refucilos en el horizonte y de vez en cuando algunas gotas de lluvia lo golpeaban, empañándolos. Al parecer se avecinaba una gran tormenta. Avanzamos unos kilómetros más y al llegar a la altura del embalse Potrerillos comenzó a llover torrencialmente, truenos y relámpagos nos pusieron muy nerviosos a todos. Por algunos minutos escuchamos el ruido ensordecedor de los truenos. Después, la naturaleza nos dio una tregua y con el silencio de la noche a favor, intentamos descansar. El asistente del chofer apagó la luz y todos trataron de dormir un poco. Solo se escuchaba la lluvia caer golpeando el techo y el parabrisas del bus. Cerré los ojos e intenté dormir, pero me fue imposible lograrlo a plenitud. Mi compañera de viaje, en cambio, sí dormía profundamente hacía una hora. En ese momento un fuerte bache me hizo saltar del asiento y cortó mi último intento de conciliar el sueño. Justo en ese momento Killari estaba teniendo una pesadilla, se escuchaba su respiración agitada y susurraba palabras ininteligibles como si le sucediera algo terrible. Después de unos minutos despertó, cruzó sus dos brazos en el asiento delantero y apoyó su rostro entre ellos. Así se quedó por unos instantes. Luego la escuché sollozar bajito. —¿Qué sucede Killari? Le pregunté tocándole el hombro suavemente. —No, no sucede nada, Paulo… —Me respondió con cierto nerviosismo. —¿Y por qué has estado llorando entonces? —Le pregunté. Al verse descubierta se animó a contarme.—Es que he tenido un sueño horrible…—A ver cuéntame tu sueño, Killari… Puedes confiar en mí.—Soñé que nuestro autobús se despistaba y caía a un abismo. Vi como los pasajeros salían disparados por la ventanilla para morir aplastados. Los cadáveres se encontraban desparramados en el fondo del abismo. Lo terrible es que cada vez que tengo estos sueños premonitorios, suceden en la realidad. Y ese es mi gran temor…—Tal vez solo sea un sueño y no suceda nada. Tranquila Killari, no te preocupes. —Le dije, buscando que contenerla.—¡No, lamentablemente sucederá y no quiero estar en este bus cuando eso ocurra! —Me contestó a punto de tener una crisis nerviosa.— Cálmate. —Le dije. En ese instante una interrogante fulminante remeció mi cabeza. ¿Y si el sueño premonitorio de Killari se convierte en realidad? La respuesta en mi interior me asustó.—Paulo, no sé que vas a hacer tú, pero yo me bajo en Uspallata. —Me dijo resuelta y segura de su decisión. Cuando estuvimos cerca a Uspallata el chofer comunicó a los pasajeros que allí iba a hacer una parada y que tenían 30 minutos para comer algo o ir a los servicios higiénicos. Killari y yo descendimos del bus. Después que se cumplió el tiempo nos acercamos al chofer, antes que este suba al autobús. Killari le narró su sueño y le pidió por favor conduzca con mucho cuidado. El piloto solo atinó a sonreír irónicamente. Luego subió a su unidad y reinició la marcha. 

Después de esperar una hora abordamos un autobús que venía de la ciudad de Mendoza con destino a Santiago de Chile. Al fondo había dos asientos vacíos que estaban ubicados del lado derecho del bus. Caminamos de prisa hacia ellos. Killari me permitió sentarme pegado a la ventanilla, gesto que agradecí con efusión. Ella reclinó su asiento y se despatarró en él. 

Pronto llegamos al Complejo Fronterizo Los Libertadores. El trámite fue sin demora, tal vez por las escasas unidades de transporte que esperaban para el control respectivo. Después de salir del Complejo continuamos nuestro viaje sin ninguna novedad o contratiempo. Cruzamos el Túnel Cristo Redentor de tres kilómetros de extensión hasta llegar a la peligrosa Bajada de Caracoles, que es una zona que presenta 29 curvas muy cerradas con sus respectivos abismos. El chofer redujo la velocidad al mínimo. Otra vez los relámpagos y truenos reiniciaron su odiosa actividad. En ese momento me asomé a la ventanilla que estaba al lado del abismo. Un relámpago lo iluminó todo como si fuera de día. Al fondo del precipicio se encontraba el autobús 137 y a su alrededor se podía vislumbrar, cada vez que los relámpagos lo permitían, algunos cadáveres mutilados desparramados. Nos llamó poderosamente la atención dos de ellos, la lluvia que caía copiosamente lavaba sus heridas dando una escena muy desgarradora que estrujaba el corazón y nos llenaba de pesar por sus trágicas muertes. Al enfocar nuestras vistas en los rostros de los dos cadáveres, Killari y yo nos abrazamos y nos pusimos a llorar desconsoladamente.

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