Llega diciembre, época de fiesta y unión con la familia. Todos son muy chiflados, excepto que me agradan porque son muy alegres y divertidos.
Cada 23 del mes de diciembre viajamos hacia las playas, alquilamos una casa rodante y vamos en busca de diversiones. Cuando llegamos, nos espera una cálida cabaña, es espaciosa y cómoda. Sin contar que no me agrada su decoración, pero eso no es tan interesante. Lo verdaderamente interesante aquí es lo loca que esta mi familia. ¡Dios mío!, que sería de mí sin ellos.
Sin embargo, luego de haber descansado tanto salí a caminar en busca de un bar. Tenía tanta hambre, que no miraba hacia donde caminaba, era como un ángulo agudo de 60° cuando debería haber caminado hacia una dirección recta. De pronto choqué con un chico, tenía 17 años, igual que mi edad.
– ¡Hola! –me dijo él.
– Lo siento, no vi hacia donde caminaba – Le respondí.
– Me llamo Lucas, y ¿vos? – Me preguntó.
– Me llamo Laura. Perdón es Lucia. (Estaba tan nerviosa porque era muy guapo y ni si quiera podía acordarme de mi nombre).
No obstante, ya habían pasado 5 horas de que nos pusimos a charlar, y le había consultado si quería cenar con mi familia y él aceptó gustosamente. Esa noche me había puesto un vestido blanco y unos zapatos negros. Mi cabello dorado y mis ojos brillaban más que las estrellas.
– ¡Ah!, que hermosa – Me dijo él y esa oración rodaba en mi cabeza por horas.
Seguidamente, estando en la cena mi mamá me pidió ayuda en la cocina cuando de pronto se escucha un sonido proveniente de la sala y sonaba así: ¡Zas! Y fue porque le tiraron una botella de vino a mi invitado. Estaba tan avergonzada que quise llorar pero todos se reían.
– ¡Caramba! – dijo mi papá.
– ¡ojo! Quita esa cara o se te saldrán arrugas – me gritaron.
¡Uf! Exclamé, al menos no se enojó. Fue una noche de locura y todos se arrojaron a las orillas del mar, incluyendo Lucas. Sin embargo, la diversión había acabado pronto, llegó enero y debía volver a mi hogar. Me despedí de él.
– ¡Hasta pronto! Te recordaré siempre.
– Espero volver a verte.
– ¡Ojalá! – me dijo él.
Fueron unas vacaciones de locos, porque nunca se sabe a quién conocerás o por cuanto tiempo ya no lo volverás a ver. Espero que aún me recuerde y que no haya olvidado a mi familia chiflada.
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