Estábamos jugando al fútbol en el colegio y nos faltaba uno. ‘Ruso, llama a Lázaro’ Yo era el ruso, no tenía otro nombre. No sabía si tomármelo como un halago o no, pero era así. ‘Ya está, me toca llamar a mí a la princesa’ pensé. No era difícil encontrarle, solo había que seguir al enjambre de niñas y bingo, ahí estaba en medio de un corro el chico de oro. Todo en él era dorado, desde su pelo hasta su piel, parecía un medallón olímpico. Existía en un mundo aparte al del resto de los chicos y me inquietaba y atraía. No sabía como tratarlo, y realmente no quería tratarlo mal, pero cuando un chico es mas guapo que las chicas que le rodean, en esos tiempos y en ese colegio solo había una manera. ‘Princesa nos falta uno’ le solté. Y todas las chicas, como abejas a las que se les quiere robar su preciada miel, saltaron a una como un resorte. Me dijeron de todo, todas a la vez. Me clavaban los ojos con sus caritas encendidas, realmente indignadas, y me conmovía su defensa, aunque también me daba rabia. A mi las chicas solo me miraban de reojo y como mucho se reían. Lázaro sonrió y accedió, y yo, con los oídos aún zumbando por todos los chillidos, me fui con el trofeo arrebatado a esas locas. ‘¿Has jugado alguna vez, princesa?’ ‘Timur, no me gusta que me llames así’. Me sorprendió oír por primera vez mi nombre en boca de otro, bien pronunciado, y cuando me volví, el delicado Lázaro era tan grande como yo. Todo él era una furia hermosa, plantado inmóvil, manteniéndome la mirada con sus enormes ojos verdes. Había en su enfado mas sinceridad de la que nunca vi entre mis compañeros de equipo, realmente me intimidó y aparté la mirada. Me sentí estúpido y me di cuenta de que ambos, por motivos muy distintos, no encajábamos, y que teníamos mas en común de lo que yo estaba dispuesto a aceptar.Cuando me enteré de la muerte de Lázaro, ya estaba en el instituto. Habían pasado años y no existió ninguna relación aparte de ese incidente, pero me afectó mucho mas de lo que esperaba. La primera sensación era de vacío por una pérdida cercana, pero sin palabras ni razonamiento algo me decía que se escapaba de las manos de cualquiera el haberlo cambiado. Lázaro parecía haber nacido en la época equivocada, como un intrépido precursor de lo que está por venir que se había atrevido a hacer una fugaz visita, para marcharse después de haber dejado un destello imborrable.

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