Cielita Linda

“Ay, ay, ay, ay, canta y no llores…”

En un lago avanzaba un barquito cargado de una máquina de discos hacia la orilla del otro lado. Ahí vivía un viejo solitario amargado de la inexorabilidad de la vida. Su casa era muy pequeña y cuadrada. Tenía la función de un refugio sólido.

El año de dos 2 y dos 0, se inició la pandemia de un virus letal en China y luego se propagó por todo el mundo. El año de tres 2 y un 0, muchos desastres naturales azotaron las zonas urbanas como si hubiera alguna intención de alguien. Debido a esas calamidades, los humanos perdieron casi la mitad de toda la población. Después de unos años, aun no cesaba la pandemia y cada semana alguna de las ciudades del mundo se convertía en ruinas por terremoto o por tsunami. No había descubierto un remedio eficaz hasta entonces. El viejo era afortunada o desafortunadamente uno de los que sobrevivían en este mundo desesperante.

No había nada que hacer para él. Gracias al progreso de la tecnología, viviendo en esa casa de refugio, no era necesario tener preocupaciones de la alimentación ni de la seguridad. Así que él pasaba la mayor parte del día, recordando y lamentando de los amores perdidos en su vida.

Uno se lo perdió por ser tan egoísta.

Y otro se desvaneció por su inmadurez.

Y otro por perseguir demasiado el bienestar económico.

A demás la mayoría de sus ex-amantes ya eran fallecidos. Una se murió por el virus y otra por ser aplastada de un edificio caído por un terremoto gigante, y otro que le gustaba mucho comer sushi de salmón se murió por una enfermedad causada del consumo de la gran cantidad de salmones llenos de antibióticos.

Lloraba mucho, y pasaba tiempos huecos pensando que algún día se arrojaría al lago y se convertiría en la llorona masculina.

Sin embargo, la tristeza tiene fin. Una mañana, al despertar le llagó a su oído una melodía antigua. Y ésa se la recordó una memoria alegre de su vida amorosa, sobre todo la del país del cinco soles. Él no pudo estar sin cantar la canción.

“Ay, ay, ay, ay, canta y no llores…”

Cantando, cantando se alegró su corazón. Entonces alguien tocó la puerta de la casa del viejo. Abrió la puerta y ahí vio una niña de piel morena con un par de ojitos negros y un lunar junto a la boca. Tras ella, flotaba una barca amarrada a la orilla con una gramola. El origen de la melodía era ésta.

–¿Cómo te llamas, preciosa?

Preguntó a la niña y ella le contestó a trompicones esbozando una sonrisa tímida.

–Soy Cielita. Vengo de la Sierra Morena…

Y le alargó la mano como si lo invitara a salir.

–Bueno, Cielita linda, vámonos.

Dijo él tomando la mano y dio su primer paso a un espacio vacío como si pisara un peldaño de una escalera transparente.

La música no cesa. El viejo y Cielita se van subiendo al cielo.

Cantando, cantando, se alegran los corazones.

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