Es de noche ya, mientras enciendo un cigarrillo que acompañe mi agonía, te miro y estás allí como siempre has estado, con tu misma ropita, con tu misma cara de ángel. Sólo el simple transcurrir del tiempo ha sellado con desteñidos colores, aquel vestido azul que un día con las niñas te compramos. Me parece mentira que no hayas envejecido, claro, si jamás te has preocupado del por qué me dediqué a la bebida y del por qué a esta altura de mi vida ya no trabajo. Claro, si las muñecas no hablan, ni piensan, ni sienten, ni nada, sólo acompañan en la crianza de las hijas. Tal vez si hubiese tenido niños varones no estarías allí ahora, sentada sin decir palabra alguna. Sabes una cosa muñequita de trapo, no me explico por qué las niñas te quisieron a vos más que a mí; quizá será porque veían en esa marioneta a una futura mamá que hoy no quieren ser. Está bien, tienes razón, puede ser que te hayan querido más por mi falta de amor hacia ellas; pero anda, anda y deciles que yo siempre trabajé para educarlas, para que sean algo en sus vidas; bueno ya sé, tienes razón, aunque algunas veces me iba del laburo derecho para el bar, una distracción para despejarme tenía que tener muñequita de trapo. ¿Te acuerdas cuando tenía guita…? ¡ que tiempos hermosos!; si, la verdad que si, cada vez que lo recuerdo se me eriza la piel. ¿Te acuerdas cuando fuimos a la Balandra y te llevamos? Me acuerdo que mientras nos bañábamos en esas hermosas playas, vos preferías esperar recostada sobre alguna silla; claro, si las muñecas no pueden mojarse, pero mira que algunas sí pueden hacerlo, no te confundas. Se terminó el vino, voy hasta el almacén, espérame ya vengo, de paso compro cigarros que me quedan pocos.…Dos cuadras y media separaban mi casa de lo de Don Juan (El rotisero), mientras abría el portón de alambre artístico, único guardián del frente de mi vivienda, pensaba en cómo se fueron deteriorando las chapas del techo, los revoques y las ventanas; del mismísimo portón ni hablar, éste, no sé por qué causa, había quedado como suspendido entre dos postes de madera podrida, ya que desde sus laterales hasta las medianeras vecinas no había nada, sólo el aire hacía fuerzas para que no se cayera y me reía de ello, porque desde añares de estar así, yo como buen tozudo, en vez de salir por los costados, no me podía sacar la estúpida manía de abrirlo. Pero bueno, a esta altura de la noche no me voy a estar preocupando en hacer las cosas que debí hacer hace tiempo; así que hice una pausa, me levanté los pantalones tironeando desde el cinturón y despacito, muy despacito enfilé para el norte. La noche estaba fresca, yo no. Las baldosas flojas de las veredas me hacían perder el equilibrio, los árboles me saludaban y se corrían hacia un lado, dejándome el camino libre hacia la profundidad del asfalto, para luego en un intento de escalamiento hacia la vereda, se volvieran a colocar en medio demostrándome su majestuosidad impenetrable. Apoyándome en las paredes y con el aliento reseco, como si la mezcla de tabaco y alcohol hubiesen evaporado la humedad de mi boca, llegué hasta la despensa. Las luces apagadas y la puerta con llave, me transportaron hacia un desierto inexistente. Luego de un instante, donde abundaron los improperios entre dientes y las deslucidas evocaciones maternales hacia Don Juan; me dije, yo le golpeo, total a un viejo cliente no se le puede negar la atención. Pero mis llamadas fueron en vano, nadie salió. Pegué la vuelta sin más remedio que el desconsuelo y al llegar a la esquina, como encandilado por los brillos de la ciudad poblada, me dejé llevar por una vaga ilusión que reparara en parte mis deseos. ¡La pucha que vivo lejos!, me repetía cada vez que una nueva cuadra quedaba escondida detrás de mi trasero. De a poquito, así como cayendo por un embudo de ficción, a la hora y media me encontraba en pleno centro del hormiguero humano, aquel hormiguero que separa muy bien las vidas distintas del conurbano, con las del otro lado de las vías del ferrocarril. Vencido por el cansancio de mi largo derrotero, con el último átomo de oxígeno que alimentara mis músculos para seguir, desvié mi caminar hacia una plaza y un banco de madera desgarrada por las inclemencias del tiempo, hizo las veces de catrera. Y así, como cae al aire un papel viejo, así me dejé caer. Sin más seguridad que el destino de mi suerte y tapado por el manto cálido de las estrellas, me sumergí en el más profundo sueño de mi vida. Soñé que mi vida era otra, era tan fácil crear y hacer desparecer las cosas que yo quería, tal cual como lo hizo el “Creador” luego de la implosión que dio origen a este bendito universo de desazón. En él yo era un hombre bueno, el esposo más envidiado por las mediocres chancletudas del vecindario, el padre más ejemplar, típica personalidad con intento de imitación por las personas queridas. De vez en cuando yo “EL DOCTOR”, aparecía en los periódicos locales, mencionado con fina crítica que engalanaba las sonrisas familiares. Construí en un instante una bella casa de tejas rojas y aberturas coloniales; enredaderas verdes con puntitos azules trepando por las paredes, le daban “vida” y movimiento a la magia que habitaba dentro. Le puse alma a la pequeña muñequita de trapo y la convertí en mi esposa y reina de mis ilusiones, le coloqué un título universitario a cada una de mis hijas y me senté a descansar en un cómodo sillón pendular. Una noche recostado en ese mismo sillón y mirando hacia las estrellas, recordaba hermosos tiempos vividos de ese pasado ilógico, algo así como estar metido en un sueño dentro de otro sueño. Me imaginaba despidiendo a mi hija menor, en su primer viaje de egresados hacia una localidad del noroeste; una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su bello rostro, mezcla rara de inocente niña con pensamiento de pícara aventura. Recordaba la extraordinaria fiesta de cumpleaños de Angela, mi segunda hija, cuando llegaron sus quince tiernas primaveras; mi traje de un discreto gris de tela italiana, pasaba desapercibido, ante la pureza delicada de aquel blanco vestido, embadurnado de flores con un color rosado de buen gusto. Tras las altas puertas del salón, esperábamos que adentro las luces se apagaran; mi hijita tomada de mi brazo, me hacía sentir los apresurados latidos de su corazón que en lenguaje raro pero entendible, trataba de expresar el maravilloso momento que estaba viviendo. Entre lágrimas alcanzó a decirme con voz temblorosa “GRACIAS PAPA” y un escalofrío ganó mi cuerpo entero; pero con la serenidad de un hombre maduro, saqué fuerzas de donde pude para contestarle, que se secara las lágrimas y que viviera con mucha alegría esa noche. No hubo tiempo para más palabras, de pronto las puertas se abrieron de par en par y una luz que cegaba las vistas, acompañó nuestro andar cadencioso hacia el centro de la pista, donde allí mismo, una bola de espejos multicolor marcaba el fin de un largo camino de presentación. Y así, tan fascinante como veloz, pasó aquel sueño como tantos otros. En la ciudad, el frío y el rocío de la madrugada, trataron de tirarme del banco placero hacia un despertar que no estaba dispuesto a negociar. Quería que esa noche de ensueños no terminara jamás. Y así fue, el cansancio quizá pudo más que la propia naturaleza de la realidad. Seguí sumergido en una vida de irrealidad distinta. De pronto las imagines de mis espejismos fueron cambiando pero de una manera mas lenta, no estaba bien dormido en ese instante, pero notaba que de a poco, todo iba volviendo a la normalidad que se vive en un sueño. Pero a los dos o tres minutos ya sentía el llamado de mi hija mayor, que desde la puerta de la casa que había creado, me gritaba …“PAPA VENI, MIRÁ LO QUE ME HE COMPRADO”, cuando salí para enterarme de lo que estaba pasando, un hermoso automóvil lucía estacionado junto al cordón de la vereda. Con el producto de su primer juicio, la abogada, mejor dicho la doctora hizo realidad sus ambiciones de niña. Su alegría no se podía comparar con nada en el mundo, sólo la mía se acercaba tenuemente a semejante sensación, porque me sentía tan satisfecho y realizado como ella. Todo iba transcurriendo como si transitara el mejor camino, el más correcto que pudiera tomar un hombre como destino profético en la tierra. Pero todo llegó a su fin. En el mismo momento que el sol de la intemperie comenzaba a dar muestras de su maligno daño en mi piel, me despertaba lentamente ante un mundo en continuo movimiento, un mundo raro. No recordaba por qué causa me hallaba tirado aquí, en este banco rústico; los flejes de su armazón habían quedado marcados en mi cuerpo y con la ropa medio mojada por la húmeda velada y una transpiración aventurera, me levanté tratando que la brújula de mi mente me guiara por un camino cierto; levanté las anclas de mi desgano y puse la proa de mi nariz hacia la vieja casa, donde seguro me esperaba sólo la insensible muñeca de trapo.Sin un reloj que marcara el tiempo de mi propio existir, caminé casi confundido por un paisaje distinto al acostumbrado y al pasar por la despensa, recordé claramente los motivos de mi salida en la noche anterior. La cabeza me estallaba por un dolor continuo, entre nauseas y debilidad anciana, entré al local para esperar mansamente que las personas que estaban delante, fueran desapareciendo una a una, hasta que llegara mi turno. Ni bien abrí la puerta, tanto Don Juan como el resto de los presentes, cortaron abruptamente el bullicio existente y todas sus miradas se clavaron en el montón de humanidad que me mantenía erguido. Sentí vergüenza pero traté de todas formas en no darme por aludido, sabía muy bien por qué me miraban así y por qué había ganado el silencio. Haciendo un intermedio en la tradicional atención por orden de llegada, Don Juan me preguntó enseguida sobre lo que necesitaba, algo así como permitiéndome adelantar en el turno, por ser una persona importante o tal vez por ser el último de los trotamundos. No quería que las viejas se enterasen de lo que le encargaría a Don Juan, así que acercándome todo lo que pude al mostrador y con voz imperceptible, le pedí vino, cigarrillos, un salamín casero y un solo pancito bien tostado; mirándome con ojos de desaprobación, Don Juan puso de a una a la vez, todas las cosas junto a la caja registradora para luego expresarme a lo que ascendía en suma, el total de la mercadería; saqué el dinero de mi bolsillo y extendí los únicos cuatro bollitos que hacían mi fortuna, distinguiéndolos por sus distintos colores que marcaban netamente su diferencia de valores. Mientras me volvía hacia la puerta que me vio entrar, las miradas de desaprobación anteriores se duplicaban con la energía irreverente de unos pensamientos vacíos de comprensión. Me retiré lentamente como quien se desangra. Hola ya estoy aquí de nuevo, me traje un salamín, tengo un hambre tremendo. ¿A vos no te gusta el salamín, no?. ¿No me vas a contestar? Si, ya sé, las muñecas no hablan. Me tienes cansado che. ¿No te das cuenta que las paredes no me escuchan? Bueno se me pasó el hambre, mejor me acuesto a dormir. Y así con un dolor de panza producto de la languidez del vicio, me quedé dormido entre las sábanas malolientes y mugrientas de mi lecho, que otrora fuera mi lecho nupcial. El sueño fue más real que aquel otro, aquel que había terminado hacía pocas horas atrás. Unas tibias sensaciones de amor profundo fueron calmando mi ansiedad de hombre seductor, una tierna caricia hacia mi muñequita de trapo seguida de un abrazo amatorio, hizo juntar nuestros cuerpos sintiendo el calor excitante que sólo puede entregar una mujer; cada uno de los poros de su delicada piel, fueron sintiendo con apetecible regocijo, el bello calorcito de mi aliento, hasta que por fin, con claras muestras de acepción se entregó a la plenitud de sus instintos. Y nos amamos profundamente. Y nos volvimos a amar muy profundamente. Entre suspiros de satisfacción, ni bien terminé de apropiarme de todo su cuerpo y me saqué de encima la urgencia de mi sexo, me di vuelta hacia el otro lado y dejando que mi brazo proyectara mi mano hacia el piso de la habitación, como dejándola caer en una posición de comodidad placentera, me quede dormido; otra vez tuve un sueño dentro de otro sueño. ¿Qué cosa rara, no? Pero ese sueño jamás llego a un final…A la mañana siguiente ya corrían las primeras noticias…Titular de la primera plana de un matutino local: “PASION SEGUIDA DE MUERTE: De nuestro enviado especial. Un barrio conmovido por el horror, un hombre de pocos recursos económicos fue asesinado anoche en horas cercanas al cierre de esta edición. En medio del ulular de sirenas y balizas de las ambulancias, se pudo divisar desde la puerta de la casa donde ocurrió el macabro hecho, el cuerpo sin vida de un NN masculino de aproximadamente cincuenta años de edad; bañado en su propia sangre se pudo saber, desde fuentes policiales fidedignas, que el mismo poseía un impacto de bala en su parietal derecho. De los indicios recogidos in situ, aparentemente el autor habría sido su propia cónyuge, una pobre mujer que abatida por la miseria y la desaprensión, habría perdido sus frenos inhibitorios en busca de una solución a su antigua angustia. De las preguntas efectuadas a los circunstanciales transeúntes del lugar, todos vecinos de la casa donde se produjo el hecho de sangre, emergían las más diversas hipótesis pero todos coincidían en que se hizo justicia. Las primeras pericias indicaban… Ampliaremos en la próxima edición……”

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