La ambulancia que le había llevado hasta su casa en Alto Prado desde el Hospital Regional Nuestra Señora de Las Mercedes de Corozal acababa de irse, pero antes el personal sanitario había dejado la habitación de Linus preparada para una dolorosa agonía.
El médico había prescrito la desnudez del círculo de sus caderas para evitar que cualquier prenda o incluso la sábana pudiera rozar el pene ulcerado y con severas áreas de necrosis granular que aumentarían los ya intolerables dolores que le estaba causando el carcinoma escamocelular infiltrante de pene en fase terminal.
Linus entreabrió los ojos y vió a sus dos hijos a los pies de la cama. Dolores no estaba.
Le observaban sin atisbo de emoción alguna. Podría haber jurado que estaban aguardando, sin prisa, su muerte.
Un cura y un fleto. Menuda suerte había tenido en la vida. Él, un ateo recalcitrante y un contumaz defensor de la salacidad había tenido como hijos a un cura y a un fleto.
Linus había nacido en Palizá, área rural del departamento de Sucre, donde la zoofilia era una práctica culturalmente aceptada y desde muy temprana edad había tenido frecuentes contactos sexuales con burras, ovejas y cabras, incluso con perras.
Siempre había sido promiscuo y lascivo. Y nunca había querido tener una pareja sexual estable. Había preferido explorar el placer sexual que pudiera obtenerse de cualquier ser vivo, fuera humano, o fuera no humano, y estuviera vivo, o incluso, no lo estuviera.
Recordó aquella deagradable ocasión que se produjo al poco de ingresar su hijo Iván en el seminario. Había vuelto a pasar las vacaciones de navidad al hogar y, sin llamar siquiera a la puerta, se plantó en su habitación, alarmado por los gritos de “Canalla”, el perro de Linus. Su cara se desencajó al descubrirlo desgarrado y agonizando en un charco de sangre. Tampoco en aquella ocasión demostró enojo hacia Linus, pero con profunda tristeza, le dijo :-“Padre, lo que haces está prohibido en la Biblia desde el inicio de los tiempos; el Levítico, 18, 22-23 dice:-«No tendrás trato sexual con una bestia, haciéndote impuro con ella.” A lo que él sin inmutarse, contestó con cinismo:-“Hijo, no debes sentir celos de nada ni de nadie, en mi corazón nadie está por delante de ti.”
Si no hubiera sido por su amigo Matias, nunca hubiera dejado de ser un campesino iletrado, pero éste le convenció para emigrar a la ciudad y allí aprovechando las distintas oportunidades que le fueron surgiendo, consiguió entrar como auxiliar en Bancolombia.
En la ciudad pronto se dio cuenta de que para obtener en la vida lo que se deseaba solo eran necesarias dos cosas: una actitud extremadamente educada y cordial o el uso de la violencia. A veces excluyentes, a veces complementarias. Pero siempre efectivas.
Resuelto el sustento, decidió asegurarse un hogar bien atendido y un sexo “a la carta” y se buscó a una mujer del montón, bajita y con sobrepeso que no soñara con un príncipe azul demasiado guapo. No le fue difícil encontrar a una mujer resentida con su propio cuerpo y con la vida, pero que, en un increíble equilibrio cósmico, estaba enamorada de su propio intelecto. Aunque tal como Linus había previsto cayó, como mosca en miel, ante sus manidos y falsos halagos.
El uso del sexo preñó a Dolores a los pocos meses del matrimonio. Nació un varón. Y sin cumplir la cuarentena, Dolores quedó embarazada de su segundo hijo. También varón.
Linus aguardó con paciencia a que el mayor alcanzara los ocho años para probar su sabor.
Linus recordó con desagrado cuando Dolores le descubrió en una siesta amando a Iván. Descontrolada empezó a gritarle y a insultarle, pero Linus, que odiaba la estridencia, saltó de la cama y le asestó dos contundentes bofetadas que la enmudecieron. Dolores parpadeó varias veces inspirando todo el aire que podía entrar en sus pulmones, pero no pudo controlarse, y siguió insultándole y manifestándole el nauseabundo desprecio que sentía por aquel monstruo. Pero no consiguió terminar sus palabras, la paliza que le propinó Linus le convenció de que era mucho mejor callar porque era difícil que pudiera sobrevivir a otra paliza así.
Aquella noche, cuando los niños ya dormían y ya había sido montada por Linus, éste le explicó que hubiera preferido no tener que utilizar la violencia contra ella, “pero se había puesto muy tonta” y no había tenido opción, también le pidió que no volviera a provocarle y le dejó muy claro que nada de lo ocurrido podía salir de las cuatro paredes del hogar por el bien de todos. Y ella comprendió la profundidad del infierno en el que se había convertido su vida.
La situación se agravó cuando, apenas transcurrido un año, el hijo pequeño, Raúl, enseñó a Dolores la colección de coches clásicos en miniatura que le había regalado su padre por haberle ganado en todas las “luchas” que echaban en la siesta. Un escalofrío recorrió la espalda de la madre al imaginar a su hijo recibiendo el premio de amor de su padre.
Dolores sufrió un ataque de nervios. Las piernas le fallaron y tapándose las orejas con las manos y apretando los ojos, empezó a lanzar alaridos. Los niños aterrorizados, empezaron a llorar, y Linus atraído por el estrépito, apareció en la habitación dispuesto a sofocar con contundencia y rapidez el incidente.
Vio a Dolores presa de violentos temblores, chillando, hiperventilando y sudando por cada poro de su piel, y sin pensárselo dos veces, vertió sobre ella una tunda de golpes que tras romper su brazo derecho y cubrirle de hematomas su espalda, sus piernas y su bajo vientre, la dejaron inconsciente.
Aquella paliza terminó de doblegar la voluntad de Dolores que se sumió en una realidad paralela para huir del terror que sentía por su marido y de la ignominia de reconocer que su supervivencia como madre se había quedado un paso por detrás de su supervivencia como persona. Nunca más pudo volver a mirar a sus hijos a los ojos.
Dolores encajó mal la paliza. No se recuperaba como en anteriores ocasiones. La fiebre no le abandonaba, no comía, era un gemido continuo y Linus llegó a temer un desenlace fatal. Le bloqueaba la posibilidad de tener que explicar su fallecimiento ante los demás. Pero, afortunadamente las gruesas carnes de Dolores habían protegido sus órganos vitales y después de un tiempo, también pudo salir de aquella.
Patética Dolores … Aunque al final había sabido hacerse útil en su vida.
Recordó cuanto le había jodido que un viejo conocido le hubiera querido advertir del ridículo que estaba haciendo su mujer, babeando detrás del director de la biblioteca en la que trabajaba. Era un bollo cincuentón que traía locas a jovencitas y maduras, y su mujer era una más de ellas.
Aquella noche, después de montarla, se mofó de ella explicándole que, si se había mirado a un espejo alguna vez, sabría que nunca podría conseguir que aquel bollo le dirigiera ni tan siquiera una mirada. Las lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas de Dolores. Se creía lista y era una estúpida emocional. Linus decidió que había llegado el momento de darle una lección de vida y envió a los niños al pueblo con su hermana. Y luego contrató un viaje a Estados Unidos para disfrutar de un paquete de turismo sexual ofrecido por Douglas Spink en su granja del Condado de Whatcom donde cada uno de los participantes podía elegir el animal que más les atrajera.
Dolores no podría creerlo. ¿Estaba ofreciéndole su marido copular con animales?
Linus le explicó que era algo muy normal, que, él lo llevaba haciendo desde muy joven y que había comprobado por sí mismo que el apareamiento era tan placentero para él como para el animal. Sabía que Dolores estaba necesitada de afecto y que podría cubrir esa carencia con un animal doméstico. No había que escandalizarse, casi todo el mundo tenía un animal doméstico y había oído, incluso que, en Dinamarca, había prostíbulos en los que era posible mantener relaciones sexuales con perros o caballos.
Noqueada por el horror, Dolores se sumió en el silencio que había aprendido a guardar.
Después de las vacaciones, al regresar a casa, compraron un perro al que llamaron “Canalla”.
Y allí estaban, unos años después, el cura y el fleto. Cada uno había encajado el desgarro existencial que les había tocado vivir, de manera distinta.
Iván, que siempre había adorado y perdonado cualquier exceso a Linus, había entregado su vida al sacerdocio para conseguir que Dios perdonara a su padre su execrable vida de pecados.
Y Raúl, reivindicativo e inconformista, y cuya mirada transparente siempre había reflejado el enorme desprecio que sentía por su padre, fue valiente y aceptó, sin malherir a nadie, su propia naturaleza.
Dolores entró en la habitación y pidió a sus hijos que salieran de la habitación porque su padre necesitaba descansar.
Se acercó a Linus y, sin poderlo evitar, su mirada se posó en los genitales de su esposo. Parecía una coliflor rosácea de la que supuraba un hediondo líquido que se depositaba en los testículos.
Una sombra de sonrisa desquiciada dibujó sus labios. Por fin, aquel malnacido, había recibido el castigo que se merecía. Muchas veces había temido fallecer antes que él y no poder ver su muerte. Pero la vida, por una vez, le regalaba justicia.
Linus notando que un golpe de dolor irruptivo estaba volviendo, exigió a Dolores que le suministrara el fentanilo.
Dolores le colocó el comprimido sublingual y, sentándose en el taburete, le dijo :-“Me quedaré aquí mientras se disuelve y te hace efecto.” Y paciente, esperó a que transcurrieran los quince minutos que dejarían aletargado a Linus. Luego, sacó la navaja que llevaba escondida en los churrines y de un tajo le cortó los genitales putrefactos.
La sangre negra empezó a empapar las sábanas blancas y Dolores, escupiéndole a la cara, se despidió de Linus para siempre:-“Termina de pudrirte en el infierno.” y lo dejó solo en la habitación.
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