Desencuentro en Flores

Desencuentro en Flores

Enrique Casanovas

28/07/2021

Desencuentro en Flores

«Y me consolé volviendo al sol y a la lluvia, y sentándome otra vez en la puerta de casa. Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados como para los que no lo son».
(Fernando Pessoa)

Dormía. De pronto una campanilla en medio de la noche me despertó. Claro, debía de ser el celular, ¿qué otra cosa podía ser?
Lo mejor hubiera sido seguir durmiendo, pero por alguna razón estiré el brazo hasta que mis dedos sintieron la superficie plana del aparato. Con seguridad, se trataría de alguna tontería.

Pero no; era un mensaje de texto que decía: «Encuentro con Noemí y Diego el sábado, en Flores».

¿Encuentro con Diego y Noemí? ¿Habría olvidado alguna cita? Qué raro pensé, pero quería seguir durmiendo así que arrojé el celular sobre la cama y me abracé a la almohada.

La alarma sonó, implacable, a las 6:00 A.M. Me levanté con ese letargo que se había ido pronunciando con los años. Aún medio dormido y antes de cepillarme los dientes, puse un poco de café en el microondas. Mi jornada laboral empezaba a las 7:30 A.M. y recién a esa hora podía decirse que estaba despierto. El trabajo en la oficina era a la vez una necesidad y una costumbre, pero cada vez con mayor insistencia daba vueltas por mi mente la idea de que esa no era la vida que había planeado para mí. Lo que había comenzado siendo un trabajo circunstancial era ya parte de los últimos veinte años de mi vida, ¿qué había pasado con mis sueños?

A media mañana recordé lo del mensaje. Lo busqué, pero en vano, no lo encontré por ningún lado, ¿lo habría borrado sin darme cuenta?

Se lo comenté a mi compañero, él había hecho un curso en sistemas, así que le pedí que buscara el mensaje en mi celular.

«No, no recibiste ningún mensaje en las últimas 24 horas», fue su veredicto. Pensé que tal vez sí lo había recibido pero que, sin querer, lo había borrado. Se lo comenté.

—No, de haberlo mandado a la papelera, que es lo que podrías haber hecho por error, hubiera quedado un registro igual, y aquí no hay nada.

No estoy loco, me dije, no lo soñé, de hecho ese mensaje me había despertado en medio de la noche, algo raro sucedía.

Al mediodía, cuando me disponía a comer algo, sonó mi celular: era una llamada de Diego. Me sentí aliviado, eso significaba que el mensaje realmente había existido. Atendí:

—Hola, ¿Diego?

—Hola Enrique, ¿qué cuentas, tanto tiempo?

—Todo bien Diego, ¿y vos?

—Bien, acá andamos, ¿quieres pasar esta tarde por casa así hablamos?

No entendía nada. ¿De qué tendríamos que hablar? Pero de todas formas hacía tanto que no nos veíamos que no quise poner reparos.

—Dale, tipo 7:00 P.M. ¿te parece? Digo, porque para llegar hasta Puerto Madero, si hay mucho tránsito se complica.

—Sí, no te preocupes, si yo estoy en casa, ven tranquilo, mientras no llegues después de las 12 de la medianoche está bien, jajaja, nos vemos.

La situación era un poco extraña, ¿de qué me querría hablar? El mensaje hablaba de una tal Noemí, ¿sería la Noemí del secundario? Supuse que sí, pero no podía estar seguro, hacía tanto que no nos veíamos.

Se me ocurrió algo: tal vez hubieran organizado uno de esos encuentros de ex alumnos y querrían contar con mi presencia. Pero de ser así, podrían haber esperado hasta una hora más prudencial para avisarme, no en medio de la noche.

A Diego lo había visto por última vez hacía un par de años, pero a Noemí hacía muchísimo que no la veía. Nos habíamos visto por última vez, si mal no recuerdo, en un pasillo de la facultad. La crucé y la reconocí de inmediato, es que no hay tantas pelirrojas. Parecía triste, pero se animó cuando me reconoció. Me contó que las cosas no le estaban yendo bien con los estudios, que estaba pensando en abandonar. Recuerdo haberle dicho que no, que persistiera, que no era para tanto. No sé por qué no le ofrecí ayuda, a mí me estaba yendo bastante bien con las materias en ese entonces. Me pareció que ella estaba un poco deprimida… si en esa época hubieran existido los celulares, tal vez hubiéramos intercambiado números.

Pero no, no le dije nada. Si mal no recuerdo, ésa fue la última vez que la vi y de eso habían pasado unos… ¡treinta años!

Con Diego hicimos todo el secundario juntos, de primero a quinto año, pero ella se había pasado de división los dos últimos años, así que nos habíamos dejado de ver tan seguido.

Cuando terminamos el secundario hicimos una fiesta con todos los compañeros, pero poco después empecé a perder contacto con todos ellos.

Incluso con Diego, que se había mudado a la zona norte de la ciudad, y al que empecé a ver sólo en los cumpleaños o como aquella vez, en que pasé a darle el pésame por lo de su padre.

Él había sido el niño rico del aula y quizá por eso, o tal vez por su acento español, la víctima preferida de todas las bromas: le escondían los útiles, le ponían pasta de dientes en la vianda que traía de su casa, etcétera. Por eso fue que terminamos sentados juntos; yo nunca pude entender lo que ahora se conoce como «bullying», me parecía una crueldad sin sentido. Yo no conocí ese maltrato en carne propia, tal vez por no ser rico, ni tener acento extranjero o calificaciones tan buenas. Pero me parecían mal las cosas que le hacían y, tal vez por eso, terminamos como compañeros de banco y amigos.

Pero últimamente casi no nos veíamos; por eso me llamó la atención ese mensaje tan a deshora.

Pero pronto averiguaría de que se trataba todo.

Cuando llegué a la torre me encontré con un gran despliegue policial, móviles de los canales de televisión y la gente que se había congregado para ver a un «hombre araña» francés: era un especialista en escalar edificios de gran altura sin cuerdas, pero la policía lo esperaba abajo para arrestarlo. Tal vez por eso, los guardias de seguridad del edificio me pidieron los documentos y solo después de registrar mis datos en una planilla y de hacer un llamado me indicaron qué ascensor debía tomar. Sabía que Diego vivía en una torre pero no era consciente de cuán alto es un piso 40. Cuando el ascensor se detuvo, las puertas se abrieron dejándome directamente dentro del living de su apartamento. En realidad se trataba de un gran piso rodeado completamente de ventanales por dónde se podía ver toda la ciudad y el Río de la Plata.

—Pasa, ponte cómodo que yo voy enseguida, me dijo.

—Dale, no hay apuro, le contesté.

Me acerqué a un ventanal que daba al río y me quedé mirando las luces titilantes de los barcos lejanos y los aviones que iban y venían. Él apareció enfundado en una especie de bata de seda.

—¡Hola Enrique, cómo va, tanto tiempo!

—¡Hola Diego, qué decís! ¡Qué hermosa vista que tenés desde acá, se ve todo!

—Sí, espectacular, los días despejados se ve la costa del Uruguay. ¿Viste al francés ése que se trepó?

—Sí, abajo está lleno de periodistas y policías.

—La gente está cada vez más loca… mira que hay edificios en el mundo y de todos los edificios de todas las ciudades del mundo, ¡justo tenía que venir a elegir éste!

—Pero es que esta torre debe de ser la más alta de Buenos Aires, ¿no?, ¿cuántos pisos tiene?

—No sé, 57 si no me equivoco. ¿Tomas algo?

—Dale, un café ¿puede ser?

—Claro, ¡Juanita!, ¿me puede traer un café para el señor? y a mí la cajita de los tés, gracias. Yo a esta hora siempre tomo un té de hierbas, porque si tomo café, no pego un ojo en toda la noche.

—Yo no, en ese sentido salí a mi padre, no tengo problemas para conciliar el sueño.

—¡Qué suerte! Yo cada vez estoy peor, pero no quiero tomar pastillas, una vez que te acostumbras, ya no las puedes dejar.

Juanita entró con un carrito donde se veían juntos a las tazas de porcelana diferentes viandas.

—Gracias Juanita, si quiere vaya yendo, ya es de noche y usted tiene que viajar, yo me encargo.

—Gracias señor, buenas noches, con permiso.

—Es una buena mujer, me conoce mejor que nadie. No tuvo suerte en la vida, hace poco enviudó y antes su único hijo murió atropellado por una ambulancia; a veces parece que la vida se ensaña con los más buenos, ¿no? ¿Azúcar o edulcorante?

—Azúcar está bien.

—Bueno, Enrique, tú dirás, de qué querías hablarme.

—Vos me llamaste, no sé…

—Yo te llamé por el mensaje que me dejaste a la mañana.

—¿Mensaje? Yo no te mandé ningún mensaje, vos me mandaste un mensaje a la noche.

—No, yo te llamé porque recibí tu mensaje de que teníamos que hablar, ¿estamos de acuerdo?

—¡No! Yo no envié ningún mensaje, todo lo contrario, recibí uno.

—¡Sí que me lo mandaste! ¿Te lo muestro?

—Por favor.

Empezó a revisar su celular mientras yo sorbía un poco de café.

—¡No puede ser, no lo encuentro! Si yo lo vi, ¡no puedo haberlo borrado!

—¡Lo mismo me pasó con tu mensaje!

—¿Mi mensaje? ¿Y qué decía mi mensaje, se puede saber?

—No recuerdo exactamente, algo de un encuentro con Noemí.

—¿Con Noemí?

Se quedó como helado, con los ojos muy abiertos, luego se dejó caer sobre el sillón.

—¿Qué pasa Diego, te sentís bien?

—¡No lo puedo creer! ¡Mira, se me puso la piel de gallina!

—Pero, ¿qué pasa? Explicame.

—¡Qué decía ese mensaje, dime por favor!

—Bueno… estaba medio dormido, lo único que recuerdo es que vi tu nombre, el de Noemí y algo del sábado en Flores, algo así.

—¿El sábado, en Flores? ¿Con Noemí? ¿A qué sábado se refería, al próximo?

—Supongo que sí pero, ¿qué pasa? ¿Me puedes explicar?

Lanzó un hondo suspiro y comenzó a hablar, fue como una catarsis.

—¿Quieres que te cuente lo que pasa? ¡Pasa que mi vida es una mierda!, eso pasa.

—Pero, ¿por qué?

—Es que la gente está confundida, ¿sabes? Piensan que porque tienes un buen auto, porque viajas, debes de ser una persona muy feliz: te puedo asegurar que no es así.

A mí no me falta nada pero estoy solo, ¿entiendes? Es más, el otro día estaba pensando justo en eso, en la plata y la soledad. Cuando te falta la plata estás llenos de incomodidades, claro. Pero como necesitás de los demás, te acercás a ellos. Puede sonar muy interesado, pero es así. Necesitás trabajar y eso te lleva a relacionarte. 

En cambio cuando ya no necesitás trabajar, de a poco te vas alejando de todo el mundo y, cuando te querés acordar, estás solo, solo, solo.

Yo sé que no le importo a nadie, los chicos ya son grandes, apenas me llaman cuando necesitan algo, sino, ni eso. De la madre, mejor no hablar, solo me llama para que le salve el pellejo cada vez que tiene algún problema. Aunque te parezca mentira la única persona que tal vez tenga cierto aprecio por mí es Juanita, la señora que viste. Te digo la verdad, si esta torre tuviera balcones ya me habría tirado.

—¿Desde cuándo estás tan mal? ¿No buscaste ayuda? ¿Algún psicólogo?

—¡No me hables de los psicólogos! ¿Sabes por qué los psicólogos están condenados a no servir para nada? Te lo explico: para ayudar a alguien de verdad, tendrás que decirle un par de cosas que no le gustarán. Pero si a tu paciente (que es también tu cliente) le dices algo que no le gusta, lo más probable es que se busque otro psicólogo, ¿entiendes? Así los psicólogos, por experiencia, por una mera cuestión de ensayo y error, van adaptando su discurso hasta lograr que su pacientes no los abandonen. Así terminan aplicando, en la práctica, el adagio: «el cliente siempre tiene la razón», lo cual no sería nada grave si de vender autos se tratara, pero para los psicólogos es la garantía de brindar un pobre servicio. Mira, no soy psicólogo ni mucho menos y sin embargo, por mis años, he observado algo: cada persona tiene una suerte de «palabra clave». Digamos, una vecina te habla de su vida y la escuchas: «Sí, me terminé separando de mi ex porque era un verdadero hipócrita» y luego «con mi vecina no me hablo porque si hay algo que yo no tolero es la hipocresía» o «paso por maleducada solo por no ser hipócrita», etcétera. Siempre la misma palabra aplicada a muchas personas. Y ¿qué crees? ¿Quién será la hipócrita? Y los psicólogos, con las miles de horas que acumulan oyendo a la gente, ¿piensas que no se han dado cuenta de eso? Y saben, porque no pueden no saberlo, que para ayudar a la gente, han de hacerle alguna vez una pregunta del tipo: ¿nunca consideró la posibilidad de que la hipócrita sea usted? Eso sería como una bofetada para la susodicha (que, sinceramente, jamás habrá pensado en sí misma como una persona hipócrita), pero una bofetada que la haría reflexionar y, con suerte, mejorar como persona. Pero claro, ¿cómo decirle tal cosa a alguien que te ayuda a llegar a fin de mes? ¿Cómo arriesgarse a perder un paciente? ¿Entiendes? Por eso los psicólogos no pueden ayudar a nadie: no pueden decir lo que su «cliente» no desea escuchar y que, justamente, es lo único que lo ayudaría.

—¿Pero eso qué tiene que ver con Noemí? ¿Porqué te pusiste así cuando te la nombré?

—¡Ay Enrique! Dime la verdad, estabas enamorado de Noemí, ¿no?

—No, bueno, qué se yo, era linda, no te lo voy a negar, pero tampoco es que me volviera loco…

—¡Dime la verdad! Yo he sido sincero contigo, te conté mi drama, no me mientas, estabas enamorado de ella ¿no?

—Te dije la verdad, era linda, pero de ahí a estar enamorado…

—¿En serio me lo dices?

—¿Para que te mentiría?

—Siempre pensé que entre tú y ella había pasado algo…

—Si así fuera, te lo reconocería, ¿para qué negarlo?

—¿Te acuerdas del cumpleaños de quince de Andrea?

—Sí, claro, ¿a qué viene eso?

—¿Te acuerdas que tocaste la guitarra y cantaste?

—Ah, jajaja, sí, ¡ya me había olvidado!

—Bueno, ¿no recuerdas cómo te miraba Noemí esa noche?

—No, no lo recuerdo, es más, no recordaba que Noemí hubiera ido a ese cumpleaños. ¿Estás seguro de que fue?

—¡Claro que fue! ¿Cómo te puedes haber olvidado?

—Diego, no somos todos iguales, vos estarías muy pendiente de ella…

—Y ella de ti, ¿no te diste cuenta?

—No, es que en tren de confesiones… a mí me interesaba más Andrea.

—¿Andrea? ¿Me estás jodiendo?

—¿Por qué?

—¿Te gustaba Andrea?

—Y… digamos.

—¡Ah no, esto es muy fuerte! No puedo creer que te fijaras en Andrea y no en Noemí, ¿qué tenía Andrea? Era petisa, medio pizpireta, ¿en serio me lo dices?

—Para gustos los colores, como dicen en España.

—¡No sabes el alivio que me das! Siempre pensé que entre tú y Noemí… jamás se me hubiera ocurrido lo de Andrea.

—Igual, son historias viejas, ¡ha pasado tanto tiempo!

No importa el tiempo, en eso pensaba el otro día. Yo no tengo a nadie, ¡a nadie! ¿entiendes?

—Bueno, pero no creo que sea porque te falten candidatas. Nunca te faltaron.

—No, sí, ya sé. No es una cuestión de sexo. Tú sabes lo que pasa con ese tema, si tienes cierta posición, no hay problema. Al menos para nosotros, los hombres. Para las mujeres, sí, tal vez sea un poco diferente, supongo que es una cuestión social, no sé, no está bien visto que una mujer mantenga a un hombre. Pero para nosotros… si a mí mismo, así, panzón y todo, me dan su número de celular mujeres que no me darían ni la hora de ser chofer de taxi, ¿piensas que no lo sé? Es la naturaleza, la hembra quiere que su cría crezca segura. Imagínate, salgo con alguna de esas mujeres fabulosas, queda embarazada y ya está, pase lo que pase entre nosotros, sabe que su «cría» tendrá alimentos y abrigo por los próximos veinte años. Esa es la pura verdad. Y no las juzgo, es la naturaleza, el instinto de supervivencia de la especie actuando a través de ellas. Pero no me refiero a eso, al sexo, hablo de algo más, de esa persona que te hizo sentir algo cósmico, no sé, como si el universo entero girara a su alrededor. Supongo que te habrá pasado alguna vez.

—Sí, un «crush» le dicen en inglés, un enamoramiento. Pero, ahora que lo pienso, por algo lo usan para referirse a los de la adolescencia, tal vez ese primer enamoramiento es algo que no se repite, al menos no con esa intensidad.

— Llámalo como quieras, eso fue lo que me pasó con Noemí, algo que nunca me volvió a ocurrir. Y pensaba, ¿no será que ese enamoramiento tan intenso era una señal de que debería haber luchado por ella contra viento y marea, que al dejarla ir estaba incumpliendo, no sé, una suerte de designio cósmico que ahora me condena a esta infelicidad? En eso pensaba anoche parado allí, junto a ese ventanal, mirando las estrellas. De pronto, una llamarada, una estrella fugaz cruzó el cielo delante de mí. Y yo, que no creo en esas cosas, pedí un deseo. Lo pedí con toda la fuerza de mi alma: pedí volver a ver a Noemí para poder confesarle mi amor. Una locura, ¿no?

—¿A qué hora fue eso?

—No sé, a la noche, ¡qué importa!

—Es que yo recibí ese mensaje en medio de la noche.

—¿Qué decía exactamente el mensaje?

—¡Ya te lo dije!, hablaba de un encuentro con Noemí en Flores.

—Sí, pero Flores es un barrio grande, ¿adónde exactamente?

—No lo sé, en la plaza supongo.

—En la plaza Flores… ¿te puedo pedir un favor?

—Decime

—¿Podrías venir este sábado y vamos juntos para Flores?

—No hay problema, el sábado a la mañana estoy por acá.

—Muchas gracias, te debo una.

—No me debés nada.

Capítulo 2

El sábado amaneció gris, parecía que en cualquier momento iba a empezar a llover. Era el día en que «algo» pasaría en Flores. Algo, no sabía qué, tal vez nada, pero al fin y al cabo, en el peor de los casos, pasaría un rato charlando de los viejos tiempos con Diego.

Esperé hasta las 8:00 AM para llamarlo, sabía que no era fácil para él levantarse temprano. Me atendió enseguida:

—Hola, Enrique, ¿ya vienes? Te espero, apenas pude dormir.

Se lo oía ansioso, como si creyera que algo trascendente iba a suceder. Yo, por mi parte, estaba tranquilo, era un día como cualquier otro, un día en el que hubiese preferido quedarme a leer algo en la cama, pero promesas son promesas.

—Ya salgo para allá, llegaré tipo 9:00 AM. ¿está bien?

—Si dale, te espero abajo, así salimos directamente para allá.

—Ok

Eran las 8:55 A.M. cuando llegué a la torre, apenas me vio, me hizo señas desde su auto para que subiera.

—Hola, ¿cómo anda todo? lo saludé.

—¡Ni me hablés! no pude pegar un ojo en toda la noche, ¿tú bien?

—Sí, lástima el día, ¡que feo que se puso!

—¡Horrible!, no importa, al mal tiempo buena cara. Dime, ¿vamos para la plaza Flores?

—Sí, algo encontraremos por ahí para tomar algo.

—Como en los viejos tiempos ¿no? cuando íbamos con los chicos a la salida del colegio ¿te acuerdas?

—¿Cómo me podría olvidar?

—Te digo la verdad, creo que esa fue la época más feliz de mi vida. Aunque te parezca mentira, siento que desde entonces todo en mi vida ha ido decayendo, como si hubiera perdido el rumbo. Es cierto, me casé, tuve a los chicos, no me fue mal en lo laboral, pero todo lo hice casi como por inercia, como si cumpliera un deber, no porque lo decidiera íntimamente, ¿entiendes?

—Tal vez todos nos hacemos demasiadas ilusiones cuando somos jóvenes, tal vez la vida no sea más que eso, cumplir con una serie de mandatos que nos impone la sociedad.

—No, pero no debería ser así, creo que toda persona merece vivir una vida genuina, me refiero a una vida, no sé, que vaya más de acuerdo a nuestros anhelos.

—¿Y creés que muchos no viven así? El problema es que nadie está conforme con lo que tiene, te quejás por las limitaciones de una vida demasiado «burguesa», para decirlo de alguna forma, otros se lamentan de lo contrario, de que una vida demasiado bohemia les pasa factura cuando ya son demasiado viejos para hacer la vida que acostumbraban pero demasiado jóvenes para morir; es así, nadie está conforme con lo que tiene.

—Ojo, no estoy diciendo que me arrepienta de todo, es solo que nunca me dejé llevar, jamás tuve el valor para seguir a mi corazón, nunca pude, en fin, expresar sin pudores mis sentimientos a la gente que amaba.

—Como a Noemí.

—Como con Noemí sí, pero también como con mi propio padre. En los últimos tiempos, sabes, estaba tan flaco el pobre, tan delicado. Yo no tuve el valor para abrazarlo, para confortarlo como hubiera querido hacerlo. ¿Por qué? Porque era mi padre, el gran empresario, ¿te das cuenta? No hice lo único que tendría que haber hecho: mostrarle mi cariño de hijo. Ahora ya no está, ahora ya es tarde, no podemos volver el tiempo atrás, pero me enfurece, créeme que estoy enojado conmigo mismo. Y ya que hablaste de Noemí, te aseguro que también me equivoqué, es así, estoy convencido de eso. Creí, ¡qué ilusos somos cuando jóvenes! que más adelante iban a aparecer muchas Noemís, que me iba a volver a enamorar muchas veces. Pero ¿sabes qué? No, no aparecieron, jamás volví a sentir esa sensación, esa cosa que te transporta hacia otro mundo. Es como si el destino me hubiera puesto la felicidad al alcance de la mano y yo, por cobarde, por inseguro, por lo que fuere, no la hubiera sabido aprovechar. Por eso, aunque no creo en esas cosas, esa noche, mientras esa estrella cruzaba el firmamento, pedí con toda mi alma una oportunidad más, solo una.

Ya estábamos llegando a Flores e increíblemente el tiempo había cambiado de golpe. Un viento raro había empezado a soplar moviendo las nubes; de pronto el sol se empezó a asomar tímidamente y para cuando llegamos a la plaza, el tiempo ya era otro. El sol brillaba y el aire estaba más cálido, tanto que tuve que quitarme el abrigo.

—¡Qué tiempo loco! comentó Diego, hace un rato tan frío y casi con lluvia y ahora este sol y esta brisa.

—La verdad, nunca vi un cambio tan increíble en tan poco tiempo.

—Yo tampoco. A ver… creo que allí hay un lugar para estacionar el auto.

Capítulo 3

Al llegar a la plaza noté algo extraño, y no era sólo el clima que de pronto se había vuelto primaveral, era otra cosa… ¡Las rejas, la plaza no tenía las rejas! Se lo comenté a Diego.

—¿Te diste cuenta de algo?

—Sí, el tiempo cambió completamente, es un día espectacular, la verdad, me siento tan bien, hace mucho que no sentía esta sensación, se ve que extrañaba el barrio, no sé…

—Sí, pero no me refería a eso, me refería a la plaza, no tiene las rejas, está como estaba antes ¿te das cuenta?

—Hace tanto que no paso por aquí, para mí está todo igual.

—¡Demasiado igual! ¡La plaza no tiene las rejas!

—¿Las habrán quitado?

—¡No! ¡Mirá los coches! Un Renault 12, un Falcon, mirá aquel 504, ¿hace cuánto que no se ven esos coches?

—¡Tienes razón! ¿Qué está pasando?

—Vení, vamos a ese kiosco.

En el kiosco, una revista mostraba en su tapa a Arnaldo André y a Luisa Kuliok, una pareja muy famosa de la televisión de los años ochenta.

—¡No puedo creerlo! dijo Diego, ¿Qué está pasando? ¿Qué clase de broma es ésta?

—No sé, pero todo indica que estamos en algún momento del pasado, no me preguntes cómo, pero me parece que es así.

—¿Cómo puede ser? ¡Es imposible!

—No sé, vos fuiste el que pediste el deseo.

—¿Tú crees que…?

—Yo no creo nada, sólo digo lo que veo, mirá a tu alrededor, nadie anda con un celular ¿no te parece raro?

—No lo puedo creer, ¿y ahora qué hacemos?

—No sé, entremos a algún lugar a comer algo ¿te parece?

Finalmente terminamos en una pizzería. Cada vez era más obvio que estábamos en algún año de la década de 1980. Sobre todo por el aparatoso televisor colocado en un rincón; nada de pantallas planas y sobre todo, nadie con celular.

—¿Pedimos una pizza?, pregunté como si nada.

—La verdad, admiro como te tomas las cosas, estamos viviendo algo sobrenatural ¡y lo único que se te ocurre es comer!

—¡Es que no desayuné! Además ¿qué cambia? Yo no descarto que todo esto sea un sueño o que me encuentre bajo los efectos de alguna droga alucinógena, pero ¿qué más da? Todo esto me abrió el apetito, ja ja ja.

En ese momento se acercó el «mozo» y pedí una muzzarella grande con dos gaseosas. Diego seguía como en trance.

—¿Y ahora qué? ¿Qué estamos esperando?

—Tranquilo, disfrutemos la pizza y después vemos; las cosas se irán dando… supongo.

—¿Piensas que Noemí vendrá por aquí?

—Mirá, no sé, lo que está pasando es tan extraño, no tengo la menor idea, pero sea lo que fuere que haya obrado este milagro, podrá hacer que Noemí entre por esa puerta o que la crucemos al salir, lo que sea.

—¡Dime la verdad! ¿Tú tramaste todo esto?

—¿Vos me estás hablando en serio? ¿Pensás que soy el genio de la lámpara mágica para obrar milagros?

—Es que te tomas las cosas con tanta naturalidad…

—¿Qué otra cosa nos queda? ¿Qué ganamos con volvernos locos?

Justo en ese momento vi que entraba, por una puerta a espaldas de Diego, nada menos que… Noemí. Pero no una Noemí de nuestra edad sino una Noemí de aquella época, la Noemí del secundario.

—No te des vuelta, con disimulo mirá quien se sentó por el fondo.

—¿Noemí?

Se volteó para mirar

—¡Menos mal que te dije que disimularas!

—¡No te puedo creer! ¡Como dijiste!

—Es que creo ir entendiendo: vos pediste un deseo, poder reecontrarte con Noemí para poder decirle lo que en su momento no te animaste, ¿verdad? Bueno, no sé por qué raro sortilegio del destino, ese deseo se te está cumpliendo, está todo muy claro. Lo que no entiendo es por qué yo fui elegido para participar en todo esto.

—Bueno, somos amigos, siempre me diste una mano… y creo que ahora, de nuevo, la voy a necesitar.

—¿Qué querés decir?

—Que no creo que tenga el valor para hablar con ella, menos considerando que ella es una chiquilla y yo ahora, podría ser su padre, por no decir su abuelo.

—Tenés razón, eso no lo había pensado, no sé que decirte.

En ese momento vino el mozo con la pizza y las bebidas, cortó una porción para cada uno y la sirvió en los platos. No bien se fue, yo tomé mi porción y empecé a comer.

—No sé como puedes comer en esta situación, yo tengo un nudo en el estómago, es más, voy a pasar al baño, no me siento muy bien.

—Dale, andá, yo te espero y tranquilo, ¿eh? que todo va a salir bien.

En ese momento el mozo estaba en la mesa de Noemí. ¿A qué habría venido sola a la pizzería? ¿Estaría esperando a alguien? No es común que una chica joven se siente sola a comer en una pizzería. La veía con su hermoso pelo colorado, con sus pecas… tenía razón Diego, era muy linda, ¿por qué nunca me fijé en ella? En eso pensaba cuando ocurrió lo más increíble de todo, Diego volvió a sentarse pero ya no era el Diego de cincuenta y tantos… ¡era el Diego de dieciocho!

Él no se había dado cuenta, al parecer.

—Ahora me siento mejor, pero no sé qué me pasó, tuve unos retortijones, pensé que iba a vomitar, me temblaba todo el cuerpo, fue espantoso, supongo que fue por los nervios de ver a Noemí otra vez.

—Diego

—¿Qué?

—Mirá tus manos

—¿Qué tienen mis manos?

—¿Te aplicas alguna crema anti edad? Tus manos parecen las de un muchacho.

—¡Tienes razón! ¿Qué les pasó a mis manos?

—Y no son sólo tus manos, mirate en el espejo aquél.

—¿Tengo algo en la cara?

—Vos fijate

Se levantó y se fue a mirar a un sector espejado de la pizzería. Cuando se vio lanzó un grito ahogado, algunas personas se dieron vuelta para mirarlo.

—¿Qué está pasando Enrique?

—Bajá la voz que la gente mira. ¿Viste lo que me preguntaste antes de ir al baño?

—¿Qué?

—Cómo ibas a hablarle a una chica que podía ser tu hija, bueno, ahora tienen la misma edad.

—¿Cómo es posible?

—Ni idea, dije mientras saboreaba mi porción de pizza.

—No lo puedo creer, esto no puede estar sucediendo.

—¿No era lo que querías acaso cuando pediste el deseo?

—Sí, pero ¿que se supone que haga ahora?

—Yo diría que vayas a la mesa de Noemí y le hables.

—¡No puedo, no me atrevo!

—Andá y decile que de casualidad la viste, que estabas con… con tu tío comiendo y que la querías saludar, nada más.

—¡Imposible! ¡No me animo!

—¡Ay! que cobarde que sos, ¿a qué le temés?

—Es que no entiendes, esto es demasiado fuerte para mí.

—Ahora entiendo por qué estoy aquí: tengo que ayudarte. Bien, no hay problema, quedate aquí que yo voy a hablar con ella pero no lo olvides, soy un tío tuyo que vino de visita, ¿ok?

—Vale

Capítulo 4

Me acerqué a la mesa de Noemí. Ella buscaba algo en su bolso. Con razón Diego se había enamorado de ella, era hermosa. ¿Por qué no me di cuenta de ello en esa época? ¿O será que de grandes nos volvemos más sensibles a los encantos de la juventud?

—Hola, ¿Noemí?

—Sí, me contestó tímidamente, sus mejillas levemente sonrojadas hacían aun más bellos sus ojos verdes.

—Mucho gusto, soy el tío de Diego, creo que te conoce del colegio, ¿puede ser?

—Claro, sí.

—Bueno, él te vio y pensaba que si no tienes incoveniente claro, te invitaba a compartir su mesa, si es que no esperas a alguien.

—Sí… no, no espero a nadie, cómo no, ahora voy para allí.

—Gracias, te esperamos

Volví a la mesa de Diego con la satisfacción de la tarea cumplida.

—¿Viste que no era tan difícil?

—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo?

—¡Tranquilo, está todo bien! enseguida viene para acá. Le dije que la invitabas a compartir la mesa. Cuando venga, yo me voy con cualquier excusa, ¿te parece?

—Está bien, ¡ahí viene!

—¡Hola, como te va Diego!

—Bien, muy bien. Estaba aquí con mi tío y te vi entrar, me dije, tal vez podamos compartir la mesa ¿esperabas a alguien?

—No, está bien, ¿qué cuentas?

—Disculpen chicos, pero ahora me acuerdo de que tengo algo que hacer, si me disculpan…

—Bueno, no hay problema tío.

—Mucho gusto señor

Salí de la pizzería con una sensación ambivalente. Por un lado tenía la satisfacción de haber hecho lo correcto, pero por otro… no sabía. Es que hubo algo en la mirada de Noemí… ¿podría haberme reconocido? ¿Tantos años después? Imposible, ¿cómo relacionar la imagen de un adolescente con la de un hombre de más de cincuenta años? No, era imposible. Y sin embargo, me pareció que había algo en su mirada, en sus ojos verdes.

Me senté en un banco de la plaza a disfrutar ese clima, la atmósfera era tan acogedora… el sol, una suave brisa, me sentí como hacía mucho no me sentía, como me habré sentido, sin saberlo, en mi adolescencia. Creo que en un momento me habré quedado entredormido.

De pronto apareció Diego: —Vamos, me dijo serio.

—Pero ¿qué pasó? ¿Algo salió mal?

—Todo salió mal, se ve que mi destino es ser desgraciado.

Capítulo 5

La experiencia me había dejado conmocionado. ¿Aquello había ocurrido realmente o sólo lo había soñado?

Para colmo, no tenía ni noticias de Diego, no me había vuelto a llamar en más de un mes, ¿tan mal habría salido todo? Tenía una enorme curiosidad por saber qué había pasado aquel día, que fue lo que Diego le había llegado a decir a Noemí, si es que le había dicho algo.

En eso pensaba cuando recibí su llamada:

—Hola Enrique, quisiera hablar contigo, por lo de Noemí ¿sabes?, creo que te debo una explicación.

—Dale, no hay problema, ¿voy a tu casa?

—No, mejor nos encontramos en la plaza Flores mañana ¿te parece?

—Sí, no hay problema, hagamos así, mañana al mediodía en la plaza, ¿de acuerdo?

—Dale, perfecto, un abrazo.

¡Por fin! Desde el primer momento me moría de curiosidad por saber lo que había pasado, de qué habían conversado ese día. Pero no me animaba a llamarlo, era obvio que las cosas no habían salido bien y no quería meter el dedo en la llaga. Pero no por eso mi curiosidad disminuía, todo lo contrario, si no me hubiera llamado él, tarde o temprano lo habría llamado yo.

Cuando llegué a la plaza lo encontré sentado en el mismo banco que yo había elegido aquel día.

—Hola Diego, cómo andás.

—Y, las cosas no salieron como lo esperaba.

—Me lo imaginé, era obvio por tu actitud, por eso no te llamé ni nada, supuse que necesitarías un tiempo para elaborarlo. Pero, ¿Qué pasó? ¿No tuviste el valor de decirle?

—Debo decirte la verdad, lo pensé bien y llegué a la conclusión de que actuaste como un caballero, no te puedo reprochar nada. Por eso me sentiría como un canalla si no te lo dijera.

—¿Decirme qué?

—Piensas que fui un cobarde, y en parte tienes razón.

—Yo no dije eso, dije que…

—No, déjame hablar. Sí, fui un cobarde en su momento, era chico, sin experiencia; pero ya no soy aquel chico, entiéndeme, esta vez sí le pude decir lo que sentía por ella. Y no sólo eso, le conté todo, toda la verdad, los años transcurridos, de mi vida sin sentido, de la estrella fugaz, de mi pedido, todo, ¿entiendes?

—¿Y qué te dijo? ¿Te creyó?

—Sí, y no sólo me creyó, me consoló, me contó que ella me entendía perfectamente… porque ella estaba atravesando por lo mismo, que ella también sabía de esos atroces sufrimientos, de esos momentos de gloria mezclados con tantas horas de dolor.

—No entiendo, ¿ella también estaba enamorada de vos en secreto?

Hizo una pausa.

—No, no de mí lamentablemente, de otra persona.

—¡Ah! Lo siento, debió de ser muy duro oír eso.

—¡Qué te parece! Pero eso no es todo.

—¿?

—Es que la persona por la que ella sufría nunca la tuvo en cuenta.

—¡Pobre!

—Enrique: ¡esa persona eras tú!

—¿Qué?

—¡Yo te dije que te miraba de una forma especial! ¿Nunca te diste cuenta?

—La verdad, no. Es cierto que tenía buena onda conmigo, pero de ahí a pensar en algo más…

—¡Esto es un terrible desencuentro! Yo sufriendo por ella y ella sufriendo por ti, ¡y ni siquiera te diste cuenta!

—No puedo creer lo que me estás contando, ¡pobre Noemí!

—Y eso no es todo

—¿Cómo?

—¿Te acuerdas del deseo que le pedí a esa estrella fugaz? Bueno, ¡ella también había pedido un deseo a su propia estrella! ¿Y sabes lo que le pidió? ¡Le pidió un encuentro contigo, un encuentro para decirte todo lo que sentía en su corazón! Deseaba tanto ese encuentro que dijo que no importaba cuándo ocurriera, que no importaban las circunstancias, que se diera cuando fuera, en veinte o treinta años, ¿entiendes?

—No.

—¡Ese encuentro en la pizzería era también el momento que ella había pedido para hablar contigo! ¡Cuando fuiste a su mesa ella sabía perfectamente que eras tú! Sospechaba que ibas a aparecer con muchos años más, ella lo sabía porque se había resignado a que no te interesaras por ella en esa época, por eso en su pedido había jurado que te iba a esperar toda la vida. Para ella, ése era su día, ¡el día en que te iba a confesar su amor!

—Me cuesta comprender. ¿Te dijo algo más?

—Se puso a llorar, no podía contener su llanto, me pidió que la dejara sola.

—¿Y te fuiste?

—¿Qué podía hacer?

—¿Por qué no me lo dijiste en ese momento?

—No pude, te juro que no pude, disculpame, ¡yo estaba destrozado!

—Entiendo…

Capítulo 6

Los días posteriores fueron extraños. Por un lado, nada había cambiado, mi vida seguía tan rutinaria como siempre. Pero por otro, sentía que debía hacer algo, pero no sabía qué. De a poco fue creciendo en mí la convicción de que debía localizar a Noemí.

Había hablado con Diego al respecto, él lo había intentado pero sus búsquedas en internet habían quedado en la nada. Era comprensible, si bien «Noemí» no es un nombre de los más comunes su apellido sí lo era: González.

Intenté a través de las redes sociales con el mismo resultado que Diego, nada concreto, había demasiadas Noemís González y, al parecer ninguna era ella, ¿cómo podía ser? Cuando estaba a punto de resignarme, una pista me llevó en la dirección correcta. Se trataba de una vieja foto escolar en la que todos habíamos escrito nuestros nombres. En un rincón aparecía, junto a una firma, el nombre «Noemí González Nir».

¿Nir sería el apellido de su madre? Por suerte se trataba de un apellido poco común, así que pronto di, en una red social, con una señora de apellido Nir, ¿tendría algo que ver con Noemí? No tenía nada que perder, así que le envié una solicitud de amistad, aunque sin muchas esperanzas. Se trataba de una señora mayor que al parecer, vivía en el Gran Buenos Aires, en el partido de Ituzaingó.

Al día siguiente el sonido de mi celular me indicó que tenía una notificación: ¡la señora Nir había aceptado mi solicitud!

Lo primero que hice fue preguntarle si tenía algún parentesco con Noemí; me respondió que sí, que era… ¡su madre!

Además, para mi sorpresa, dijo conocerme, ya que en la fiesta de egresados, Noemí nos había presentado. Yo le confesé que lo había olvidado y le pedí disculpas. Finalmente fui al grano, le pregunté como podía hacer para contactarme con Noemí, ya que al parecer no usaba las redes sociales.

Me dijo que no, que no la encontraría en las redes, que si quería podía pasar por su casa, que con gusto me recibiría. No me animé a preguntarle si me podía dar el teléfono de Noemí, tal vez la comprometiera, por eso le dije que sí, que probablemente el fin de semana pudiera pasar por allí.

¿Qué estaba haciendo? ¿Para qué iría a la casa de esa señora? ¿Con qué excusa le preguntaría por su hija?

Imaginaba que Noemí habría formado su familia, habría hecho su vida, como todo el mundo. Es más, no descartaba que ese día, cuando fuera a la casa de su madre, ella se encontrara allí, esperando una visita que parecía volver del pasado. ¿Qué le diría? ¿No sería una situación un tanto ridícula?

Sí, definitivamente había hecho mal en contactar a esa señora, no tenía sentido, así que me propuse olvidar el tema.

Llamé a Diego para contarle lo sucedido pero no pude comunicarme; supe luego que no estaba en Argentina, que había viajado al exterior.

Pasaron varias semanas hasta que recibí un mensaje de la señora. Me preguntaba cuándo iba a pasar por su casa, que tenía algo para darme, algo que Noemí había dejado para mí. ¿Noemí tenía algo para mí? Tal vez fuera una foto, un recuerdo de nuestro paso por el colegio. En todo caso, ahora sí tenía un motivo para ir a la casa de esta señora. Le contesté que sí, que el próximo sábado iría sin falta para allá.

Llegué a su casa a las 5 P.M. como habíamos acordado. Era una zona de casas bajas, con veredas arboladas y donde cada casa tenía un pequeño jardín adelante. Toqué timbre y esperé; tal vez la que me abriera la puerta fuera Noemí en persona. ¿Cómo luciría luego de tantos años? ¿La reconocería?

Finalmente abrió la puerta una señora mayor, claramente, no era Noemí.

—Buenas tardes, ¿Enrique?

—Sí, mucho gusto, ¿usted es la mamá de Noemí?

—Sí, adelante.

La casa tenía las paredes repletas de fotos, no tardé mucho en encontrar algunas de Noemí.

—¿Quiere tomar un té?

—Sí, gracias, aquí le traje algunas masas.

—No se hubiera molestado, ya regreso.

Me quedé mirando las fotos que cubrían las paredes, por primera vez pude ver a una Noemí que no era la adolescente que recordaba. Me llamó la atención la falta de fotos de niños, lo habitual es que una abuela tenga muchas fotos de sus nietos y sin embargo las pocas fotos de niños parecían antiguas. ¿Noemí no habría tenido hijos? Pensaba en eso cuando la señora volvió con el té.

—¿Le gustan las fotos? Yo soy fanática, si por mi fuera llenaría todas las paredes con ellas.

—Sí, estaba viendo las de Noemí, yo la recuerdo con 17 o 18 años, esa es la imagen que tengo de ella, pero ahora estará tan cambiada, el tiempo pasa, ¿no?

—Sí, claro, pero para los padres, los hijos son siempre niños.

No me atrevía a preguntarle por sus nietos o en todo caso, por la ausencia de ellos, tal vez no los tuviera.

—¿Cuándo fue la última vez que la vio a Noemí? me preguntó.

—La última vez fue cuando cursaba el Ciclo Básico Común para ingresar a la facultad, nos cruzamos en un pasillo de una de las sedes del CBC. Ella andaba medio mal de ánimo en esa época, me dijo que tenía ganas de dejar los estudios, no sé que pasó luego.

—Se recibió, sí, por suerte pudo recibirse de contadora pública, mire acá está su título.

—¡Ah, qué bien! Recuerdo que ese día la vi un poco deprimida.

—Sin embargo le fue muy bien en sus estudios, estuvo a punto de irse a los Estados Unidos a trabajar en una consultora muy importante, pero no se animó. ¡Ojo! yo le dije que hiciera lo mejor para ella, pero a decir verdad, en el fondo me hubiera dolido que se fuera tan lejos.

—Y ahora ¿trabaja de contadora?

—Trabajó muchos años haciendo auditorías… pero debo decirle algo, hace unos años Noemí descubrió que estaba enferma, fue algo inesperado… la operaron, pero todo fue en vano, Noemí, mi hija, falleció hace tres años.

Los ojos se le humedecieron.

—Fue algo terrible para mí, devastador, ella era tan compañera conmigo, tan compinche… no sé cómo puedo seguir viva luego de semejante golpe. Sabrá, una persona puede sobrellevar la pérdida de un padre, pero nada nos prepara, nada nos puede preparar para sobrellevar la pérdida de un hijo.

Me quedé helado, no había imaginado semejante desenlace, me dio una pena enorme.

—Lo siento, no sabía nada, es algo terrible, tan joven…

—No, está bien, imaginé que no sabría nada de esto. Si algo me ayudó en mi dolor fue descubrir esos grupos de ayuda en las redes sociales. Gracias a ellos sigo viva, mi vida cambió gracias a enterarme que hay otras personas que pasan por lo mismo que yo, gente que perdió a sus hijos en un asalto, en un accidente de tránsito, o por enfermedad… compartimos historias, tratamos de que se aprueben leyes, es una forma de mantener viva la memoria de nuestros seres queridos, es una manera de sentir que hacemos algo por los que ya no están.

—¡Me hubiera gustado tanto volver a verla!

—Y a ella verlo a usted. ¿Sabía que usted fue el amor de su vida?

—(…)

—Sí, es así, pero nunca se atrevió a decírselo. Ella me contaba todo a mí, como le dije, éramos muy confidentes, es más, me dijo que un día usted vendría por aquí.

—¿Cómo podría saberlo?

—No lo sé, pero estaba segura de que usted vendría, de hecho, me dejó algo para usted. Ahora regreso.

¿Noemí sabía que yo iría a su casa? ¿Cómo podía ser? ¿Tantos años después? Pero ahora ya no estaba, había partido para siempre…

La madre regresó con un sobre.

—Ella sabía que usted vendría algún día, y tan segura estaba que me dejó el encargo de entregarle esta carta. Tome, es para usted.

Tomé la carta y no quise abrirla.

—La leeré luego, si no le molesta.

—Para nada, es algo entre usted y ella, no me corresponde entrometerme.

Me despedí con la promesa de volver pronto para hablar de Noemí. Para ella, con seguridad, hablar de su hija era hacerla revivir, tenerla presente una vez más.

Afuera, un viento se arrastraba por la calle, haciendo caer las hojas secas de los árboles. Levanté los ojos al cielo y vi a las ramas altas formando figuras sin sentido. Unas gentes pasaban, riendo entre ellas. 

No pude partir, me quedé cerca de la casa de Noemí, para sentirla, para estar en el lugar donde ella, tal vez, a veces me pensara.

¡Oh noche eterna, qué gran distancia entre mi honda emoción y tus altas estrellas! Y tú, luna, ¿por qué viertes sobre mí tanta tristeza?

Capítulo 7 (Final)

Querido Enrique. Si estás leyendo esta carta es porque yo ya no estoy en este mundo. Verás, cuando me di cuenta de que tenía ese bulto, el médico me dijo que lo que tenía era, casi con seguridad, una displasia mamaria, algo bastante común y benigno, pero para estar más seguro me mandó unos estudios que yo, imprudentemente, postergué. Pero, para qué hablar de esos detalles, a nadie le gusta oír hablar de enfermedades, ¿no?

Enrique, ¡cómo me gusta pronunciar tu nombre! ya sabrás que eres el amor de mi vida, pero he tenido que llegar a esto, a estar al límite de mis fuerzas para tener el valor de confesártelo. ¿Te acuerdas de la última vez que nos vimos? Sí, en la facultad, ese día en que me diste ánimo para no abandonar la carrera. ¡Sabía, estaba segura de que algún día te encontraría por allí, no me preguntes por qué! Pero te dejé ir sin decirte nada, cuando nos despedimos me sentí una tonta por no pedirte tu teléfono o algo. Es más, al alejarme de la facultad tuve la necesidad de volver sobre mis pasos, de buscarte, y así lo hice. Pero no te encontré por ningún lado, te busqué, pero en vano. Lloré una vez más, como tantas veces.

¡Ay Enrique! ¡Tengo tanto para contarte, tantos recuerdos! ¿Te acuerdas cuando en cuarto año nos separaron? ¡Ya ni recuerdo a qué se debió! No sabes las lágrimas que he vertido por eso, por pasar de vernos todos los días a sólo hacerlo en algunos recreos. ¡Para mi fue algo terrible! Pero igual me las ingeniaba para ir a tu aula con cualquier escusa, tal vez no te hayas dado cuenta. Como aquel día en que me dijiste que era linda. ¿Te acuerdas? Teníamos que ir a la rectoría para preguntar si nos podíamos ir antes, porque la profesora de matemáticas había anunciado que no vendría. Fue en ese momento en que me dijiste que fuera yo, que como era linda tenía más posibilidades de ser escuchada. ¡No sabes cómo me hiciste latir el corazón con tus palabras. ¡Yo, linda! Creo que la felicidad que me dio oír tus palabras me dura hasta el día de hoy; pero nunca te lo dije, tenía tanto miedo… miedo a que me rechazaras, no sé, a que te enamoraras de otra. ¿Te acordás de Mabel? No recuerdo su apellido, se sentaba atrás y vos siempre estabas hablando con ella, o eso me parecía. Te gustaba, ¿no? Como sea, ¡yo estaba tan celosa por su culpa! Creo que fui una tonta por no animarme a decirte lo que sentía por vos, pero quiero que me entiendas, ¡pensaba que si te lo decía y me rechazabas se me detendría el corazón! ¿Entiendes?

Y ahora, que ya es tarde, recién ahora no tengo miedo a nada, ni siquiera a la muerte porque ¿sabes qué? No existe tal cosa como la muerte, ahora lo sé. Pasamos de esta vida a la otra, nada más, mi fe es tan fuerte que ya no veo la hora de que todo esto termine, no me siento nada bien y mi madre ya está al borde de la extenuación. Pero estoy en paz, sé perfectamente a dónde voy, me fue comunicado, y sé mi amor, que algún día nos volveremos a encontrar y entonces sí, juntos, seremos felices para siempre.

¡Un beso enorme!

Tu Noemí

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