Cansancio, hollín y grasa me acompañan tras la jornada.
Entro en la lujosa portería, saludo al portero con cortesía, la indiferencia responde.
Asciendo por la escalera, cuanto más arriba, más oscuridad y menos ornamentos.
El aire se torna rancio y viciado. Llego a lo más alto, mi pequeña buhardilla.
Las maderas crujen a mi paso. Enciendo las brasas para calentar el agua del baño. Después daré cuenta de un mendrugo de pan con aceite y vino.
Abro la ventana, el aire fresco toma la estancia. Maravillado, contemplo todo París a mis pies, dorado con los rayos del atardecer.
OPINIONES Y COMENTARIOS