¡Malditos Muñecos!

¡Malditos Muñecos!

Jorge Semerena

16/02/2018

Muchos piensas que los muñecos son los mejores amigos de los niños. Ellos juegan, cantan, les hablan y los acompañan a todos lados… Pero también hay algunos que, por desgracia, han tenido que conocer su otra cara. Un rostro siniestro y peligroso, una experiencia que no NO RESULTADA NADA BONITO.

Si hubiera que describir esa imagen, se podría decir que está construida con el mismo material de las pesadillas. Con solo ver ese rostro llegan la angustia, ansiedad, desesperación, nerviosismo, pánico y terror… Pero ese último tiene un sabor diferente, no es como el miedo que produce un acercamiento repentino o aquello que recorre tu cuerpo al ver una película o jugar un videojuego. Este es más… PERSONAL, ÍNTIMO.

Y es así porque viene de alguien que te CONOCE PERFECTAMENTE, que sabe todo lo que amas, tus miedos más profundos, esas cosas que no le contarías a tus padres. Pero más aterrador es cuando esa cosa tiene la capacidad de burlarse, de hacer mofa de todas esas cosas que te constituyen en esa edad. Sabiendo qué botones apretar para quebrarte.

Tal como le sucedió a cierto niño, un día que soñó y lo que vio en ese lugar, ¡LO DEJÓ MARCADO PARA SIEMPRE! El pequeño adoraba a los muñecos, su habitación estaba repleta de estos juguetes. A cada lugar que iba llevaba uno o dos de muñecos de aquella colección junto con él, ya sea a la escuela, a casa de sus abuelos, al parque… Ahí estaban, haciéndole compañía.

El pequeño tenía una personalidad callada, reprimida y un poco insegura. Le era difícil hacer amigos, pero, con todos esos muñecos junto a él, pensaba que tenía una «legión de amigos» que lo esperaban en casa y esa idea lo tranquilizaba. Sabía que esos pequeños seres lo aceptarían como era, no lo juzgarían ni lo criticarían.

Eso pensaba, hasta que su visión cambió, se torció, se volvió oscura y tenebrosa que cambiaría su vida radicalmente. Todo comenzó de manera habitual, el chico se puso su pijama, se cepilló los dientes, se dirigió a su cama, la abrió, tomó a su muñeco favorito, al que consideraba su MEJOR AMIGO y juntos se metieron, se cubrieron con las sábanas y el niño empezó a soñar.

Lo que vio era alegre y feliz, se veía jugando con sus amigos dentro de la habitación, todo era alegría y felicidad, el niño cantaba y se reía en su mundo. Pero de pronto, algo cambió, se empezó a sentir un ambiente anormal. Aquél amigo comenzó a hablarle. aquellas palabras no fueron agresivas o intimidatorias, de hecho, su plática inició con un cotidiano -«Hola amigo, ¿cómo estás?»- a lo que el niño continuó, más emocionado que otra cosa.

Su conversación era natural y espontánea, acompañada con risas sinceras. Pero de pronto, ese ambiente se rompió. El niño notó que los ojos de su amigo se tornaron siniestros y aquella mirada le producía una sensación siniestra y perturbadora… macabra, si se quisiera ser más precisos. Aquel juguete tenía un destello de maldad muy peculiar, su sola presencia hacía sentir al niño muy incómodo y asustado a tal grado que esos ojos lo aterraban profundamente, más por el hecho de que seguía sosteniéndolo en sus brazos.

De pronto, el silencio incómodo que se vivía hasta ese momento se terminó con una pequeña risa perversa de la criatura, la cual daba señales del cambio en el tono de voz del amigo. El tono de la voz del muñeco era más grave… pero era sólo el comienzo, porque lo que vendría después sería peor…

La criatura hablaba, las palabras que salían de su boca dejaron al niño pálido, con gotas de sudor frío que recorrían su piel y una tremenda angustia que oprimía su pecho. Se burlaba sarcásticamente de su personalidad débil… -«¡Vaya!… Si se trata del pobre idiota sin amigos, que se consuela a sí mismo teniéndonos a nosotros aunque sepa perfectamente que a los demás les importa un bledo»- Esa frase se terminó con una carcajada burlona, macabra, perturbadora y que hiela la espina. Aprovechando la parálisis, ese ser se bajó del regazo del niño, se plantó en el suelo sin dejar de reírse y ahora su cabeza se arqueaba hacia atrás, continuando su burla por un rato para después retomar su monólogo inquietante.

-«¡Oye perdedor! ¿Qué te parece si primero destajo a tu mami? Así te vas a quedar completamente solo… Espera, creo que tengo algo mucho mejor… Veamos, ¡sí!… Gasolina, fuego… ¡Mejor hagamos que arda la perra!… ¡Suena mucho más divertido!… Pero creo que hay algo que se me está olvidando aquí… ¿Qué podrá ser?… ¡Ah claro!, tienes a papá que se nos escapa de la fiesta… Entonces si yo pongo… ¡ácido!… Claro, papá, mamá, ácido… Nos sé, piénsalo…»- De nuevo la risa salvaje y diabólica. Disfrutando de las sensaciones que producía en su pequeño amigo… SU MEJOR AMIGO.

Aquel niño simplemente miraba paralizado, como de piedra, no podía hablar, menos gritar o moverse, su cuerpo sólo reaccionaba con lágrimas y sudor frío. Su mente en blanco y solo observaba y escuchaba lo que esa cosa de ahí en frente le decía. Ese pequeño demonio que veía con gusto como había destrozado por completo a su víctima… al menos moralmente, así que decidió caminar alrededor del niño, observándolo, estudiando y tomándose su tiempo para buscar otra cosa que pudiera dejarlo peor. Luego de un breve momento, la cosa interrumpió su corto silencio con otra de sus carcajadas estruendosas, como si ya hubiera encontrado lo que usaría.

-«¡Hey, amigo! Se me acaba de ocurrir algo… Más bien, a alguien a quien nos puede acompañar en nuestra pequeña fiesta sangrienta. ¿Recuerdas a tu maestra del kinder? Estoy seguro que sí… Esa que pensaba que eras tierno… También podemos hacer que vengan tus compañeros, esos que ni siquiera te ven… ¡¿A poco no suena divertido?! Hacer que veas todo lo que llevan dentro esas personas… ¡Auténtica educación avanzada de calidad!-»

Mientras se carcajeaba, el muñeco seguía analizando a su víctima, asegurándose que continuara en ese estado paralizado… Era como ver a un depredador a punto de comerse a su presa, con precisión había cortado cualquier posibilidad de escape, cualquier modo de defenderse, toda resistencia… Sin embargo no daba el golpe mortal, como si algo lo detuviese, como si fuera adicto a ver al pequeño en semejante estado. Se podría decir que era el combustible del monstruo, por eso no acababa con él, por eso se tomaba su tiempo, un autentico EJERCICIO DE SADISMO.

Y justo como en anteriores ocasiones, un súbito cambio en el escenario. Justo cuando el muñeco caminaba y continuaba su evaluación, encontró algo que lo sorprendió, el niño reaccionó. El pequeño se lanzó rápidamente, en sus ojos se veía la desesperación, la angustia, el enojo y probablemente, el deseo por proteger a la gente que conocía de aquello que tenía frente a él. Tomó las piernas del muñeco, lo levantó lo más alto y rápido que pudo, para después azotarlo contra el suelo repetidas veces. El niño repitió los impactos y trataba que fueran cada vez más fuertes, teniendo la esperanza de que alguno de ellos rompiera su cabeza y acabara con lo que estaba viviendo.

Parecía que sus esfuerzos dieron fruto y aquella voz, junto con las risas dejaron de escucharse en la habitación. El niño recuperó el aliento y poco a poco su tranquilidad. Parecía que por fin estaba a salvo de aquella amenaza. Desgraciadamente, el logro no duraría mucho tiempo, porque en cosa de breves instantes… ESO regresaría.

Una sórdida carcajada fue la señal de su su llegada, el tonito burlón y tenebroso. -«¡Vaya, no sabía que al Señor Marica le habían crecido las bolas! ¡Bravo! Vamos a ver cuanto te dura ese valor… Nenita.»- Y así el niño repitió la rutina, golpeando fuerte al muñeco contra el suelo, especialmente su cabeza con la esperanza de quebrarla o de hacer que lo que fuera que tuviera control de su amigo se retirase de ahí pero no lo lograba.

La rutina llegó a un punto de repetición constante. El muñeco se burlaba del niño y amenazaba con lastimar a sus seres queridos, el pequeño lo tomaba de las piernas y azotaba su cabeza contra el suelo, la voz se callaba por un instante y luego regresaba para continuar con ese ciclo varias veces.

El niño vivía una gran angustia, dentro y fuera de su sueño, ya que gritaba y lloraba. Una parte de él deseaba poderosamente soltar a aquel monstruo, pero otra con la misma fuerza lo obligaba a no hacerlo. No sabía bien por qué hacía lo que hacía, estaba movido por sus instintos…

De pronto, el sueño terminó. ¡El niño abrió los ojos! Sudoroso, lleno de lágrimas, agitado pero más que cualquier otra cosa, el pequeño se sentía profundamente asustado. Tal era su miedo que se había orinado en los pantalones. La idea que lo tenía en ese estado era que en aquel cuarto habían tantos muñecos, tantos cuerpos en los que aquella criatura se podía meter para atormentarlo, para lastimar a sus seres queridos, a todos los que conocían… destruir su mundo entero. En su pequeña cabeza decía -«En mi sueño era uno pero… ¿qué tal si ahora vienen todos juntos?… muchos más que uno… ¡¿cómo podré contra tantos?!-

Aquella noche fue crucial, algo cambió en ese pequeño niño sonriente, dejó de lado los juegos, como si algo se hubiera roto. Tan radical fue su cambio que, desde aquella terrible experiencia rompió y se deshizo de todos aquellos «amigos», terminando con una gran hoguera los quemó. Sus padres lo vieron y se sorprendieron mucho del cambio.

Por supuesto, papá y mamá trataron de obtener información de aquella acción de su pequeño, pero él simplemente decía -«Es que son cosas de bebés y yo ya no soy uno»-, aunque ellos sabían que esa no era la verdad pero prefirieron no seguir investigando. El rechazo fue tan radical que el niño rechazaba cualquier tipo de juguete como regalo, ni importa si era su cumpleaños o como regalo por haber ido bien en la escuela.

Un detalle más en la conducta del infante era que en algunas ocasiones se le notaba nervioso o intranquilo cuando pasaba frente a los anaqueles de alguna tienda de juguetes que tuviera muñecos en exhibición. Movía la cabeza, como si tratara de evitat las miradas de aquellos ojos plásticos. Cuando pasaba mucho tiempo y el pequeño no podía contenerse más, algunas veces se le alcanzaba a escuchar una frase de sus labios -«¡Malditos muñecos!»- y nunca se le pudo sacar razón alguna de por qué decía aquello.

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