La recamara adyacente

La recamara adyacente

Dante Bolle

17/07/2021


La recamara adyacente a la habitación de Alicia; un pequeño cuarto con luz tenue y acogedor ambiente estaba vacía. La sorpresa de la ausencia de la señora Valderrama se hizo notar pasada la media noche; cuando tras sueños ahogados y falta de aliento hizo que la mujer mayor con rasgos europeos llamada Alicia, despertase de un sueño estremecedor donde la soledad cobijaba su pequeño cuerpo desnudo, agrietado y miserable; mientras recorría lentamente avenida Vicuña Mackenna a la altura de Irarrázaval. Cada paso que daba era una sensación de dolor indescriptible. La planta tanto de su pie izquierdo como derecho se escarchaba con el frío cemento y con un movimiento como de vaivén dejaba con cada pisar, parte de su piel en la acera. El momento parecía eterno, hasta que sintió algo que finalmente generaría el desenlace a aquella pesadilla. Sus lagrimales ya secos tras tanta lagrima derramada comenzaron a desprenderse de su pupila con su rostro quebrajándose. Sus pequeñas manos ásperas, inquietas y arrugadas temblaban con ímpetu, mientras con la desesperación de una anciana tratando de vencer a la muerte; trataba de rearmar aquel rostro ya casi extinto; donde como destellos de múltiples piezas de un rompecabezas familiar comenzaron a caer los rasgos característicos que separan a una sombra de un ser humano; era una situación caótica; ya que cada sentido había sido robado y cada detalle que moldeaba desde su mandíbula hasta su frente yacía a sus pies convertido en polvo.

Aquella sensación fúnebre de un viaje esperado acercándose le genero un poco de taquicardia e hizo que aquel sueño estremecedor desapareciese como un mal recuerdo del pasado, pero como un posible adelanto del futuro.

La anciana de ochenta y tres años vestía su bata blanca sobre un largo vestido celeste con bordes de decorativos florales que dejaba ver parte de sus delgadas piernas, las cuales eran dos alargadas extremidades de piel y hueso.

La recamara adyacente a la habitación de la anciana estaba vacía. Su cuidadora, la señora Valderrama no había dejado rastro de vida, y con ausencia de vida, solo habría muerte.

y tras aquella deprimente experiencia de muerte en aquel sueño profundo solo necesitaba una cosa; compañía.

La anciana vivía en Ñuñoa, en una residencia que pasaba desapercibida entre las viviendas del pasaje Juan Moya Morales que era paralela a una avenida con el mismo nombre y que se encontraba junto al parque Juan XXII, lugar del famoso anfiteatro que era el escenario de un sinfín de obras teatrales callejeras. La residencia era de material solido con ladrillo estucado y sombrías características. Un muro celeste desteñido por los años obstaculizaba la visual de los grandes ventanales cerrados de la fachada del primer piso y una pequeña puerta de madera, fierro y oxido era la única entrada y salida. El segundo piso, el cuál había sido construido por Alberto, difundo esposo de Alicia, era casi invisible por un tulipero; un árbol que rara vez florecía en primavera en aquella residencia y sus hojas amarillas persistían en cada época del año como una maldición; pero por una extraña razón, nunca caían a pesar de la falta de nutrientes. Aquella residencia era demasiado grande para Alicia. su cuidadora, aquella mujer blanca con rasgos familiares, con abundante cintura y delgado rostro era quien acompañaba sus pesares e inspiraba sus recuerdos de juventud. Una juventud sobria, sin grandes logros personales, pero si pequeños instantes de felicidad absoluta.

Pasada la media noche y tras aquel deprimente sueño. La anciana, se armó de valor y tras acariciar su paladar con su lengua, mientras su mandíbula crujía, levantó su agrietado cuerpo de su cama para tomar un bastón de madera pulido con sus iniciales en la parte superior de este; acomodó rápidamente su brazo derecho con fuerza sobre aquel apoyo y comenzó a caminar lentamente, mientras que el suelo de madera crujía por el desgaste. Cada paso que daba, le generaba una sensación de éxtasis como si caminar fuese el mayor logro de su último tiempo. Sonreía en la oscuridad y su piel pálida hacia juego con su abundante cabellera blanca; su sonrisa era hermosa, como de una niña pequeña a punto de descubrir alguna aventura mientras compite con sus pares en un patio comunal; que recuerdos aquellos, cuando podía saltar y correr.

Las facciones de su rostro se dejaban notar con cada mueca distinta y al momento de fruncir el ceño, aquellas marcas que se generan por un drástico cambio de humor no desaparecían; quedaban enmarcadas en su piel áspera, como recuerdo persistente de un cambio de ánimo variado.

A veces reía y otras veces lloraba; rara vez mantenía una sola emoción en un margen de minutos; la señora Valderrama la entendía, era su mejor amiga.

Tras avanzar, separándose un par de metros de su nido, aquella litera matrimonial, se acercó a la manilla de su cuarto, y tras girarla lentamente con sus manos frías, empujó con entusiasmo la puerta de pino cepillado color café claro para adentrarse en un pasillo alfombrado con cuadros decorativos de sus recuerdos con fotografías en blanco y negro, y otras más actuales a color.

La recamara adyacente estaba frente a ella con la luz encendida.

La señora Valderrama era una mujer de atributos atractivos que había sido víctima de una serie de eventos inesperados que la hicieron crecer con un lecho materno ausente y la presencia de un padre estricto y alcohólico. Sus días se distribuían en el que hacer de casas particulares donde era la encargada de la limpieza y el cuidado de personas ajenas a su sangre.

Alicia tenía una historia similar, pero sus recuerdos para ella eran pruebas dadas para poder ganar el acceso al paraíso y no quedar eternamente en un purgatorio de sueños intrínsecos de un alma perturbada.

La recamara adyacente estaba desierta, una pequeña luz tenue, recorría los rincones de aquel pequeño cuarto que estaba rodeado de cajas y cachivaches viejos con telarañas en sus bordes. La ventana estaba abierta; por lo que con un acto casi involuntario Alicia caminó lentamente para no resbalar o tropezar con algo en aquel cuarto inhabitado. Con algo de destreza y temor inclinó su brazo derecho para dar más firmeza a su caminar y acarició con sus dedos aquel bastón que era su acompañante aquella noche.

Sintió la escarcha nocturna tras acercarse a aquella ventana, y aquella brisa helaba sus huesos y le recordaba aquella sensación caótica vivida en un sueño premonitorio para ella; tarde o temprano volvería a convertirse en polvo.

Con sus manos temblorosas, dejó el bastón apoyado en una caja que contenía diversos álbumes fotográficos familiares y con lentitud, pero cuidado cerro la ventana, para luego correr la persiana y finalmente ocultar aquella recamara con una cortina café que oscurecía aún más la habitación.

Tras un par de minutos ausente, memorando una infancia inquietante, volvió en si y al girar su cadera con delicadeza, apoyar su brazo nuevamente en su bastón y cuando estaba decidida a volver a dormir pensando que quizás la señora Valderrama simplemente la había abandonado; sintió un estruendo en el primer piso como si un vidrio hubiese sido expuesto a un golpe letal que lo había destruido. Acarició nuevamente su paladar con su lengua y frunció su ceño como un acto de defensa; su única defensa en aquella noche fría era su bastón.

La señora Valderrama organizó su mañana, mientras Alberto leía el Mercurio sentado en el viejo sofá en la sala de estar junto a los ventanales de aquella residencia en Nuñoa. El viejo televisor familiar JVC de madera transmitía el matinal de un canal nacional; Alicia amaba aquellas mañanas observando desde lejos a su esposo, el cuál le daba fortaleza mientras la observaba con sus grandes ojos pardos y le sonreía resaltando un bigote rojizo que decoraba su piel. Aquel recuerdo le dio fuerza a Alicia, mientras bajaba con cuidado los peldaños de madera de la residencia apoyada en su bastón mientras sus piernas tiritaban como si fuesen a ceder. Si aquella situación nefasta ocurría, sería el fin de sus días.

Al momento de finalmente apoyar su pie izquierdo y generar estabilidad en su pasar, Alicia perdió el cuidado y en la oscuridad tránsito por la sala de estar donde el televisor seguía en el mismo lugar que había tenido durante años, pero ya no tenía señal y por una extraña razón al momento de fallecer Alberto, el televisor nunca más encendió.

La humedad empezó a helar los pies de Alicia, atravesando sus zapatos de noche y generando una sensación incómoda para ella. Estaba sola en aquella casa, quizás con una persona que solo quería hacerle daño. La humedad aumento en el ambiente y sintió como una extraña brisa helada recorría su cuerpo desnudo bajo aquel vestido celeste; por lo que con fuerza cruzo su bata, pero con un movimiento mal calculado; ya que resbaló y su cuerpo se dejo caer en la alfombra persa que había comprado junto a su marido. Sus parpados se cerraron y tras minutos de agonía por el dolor del impacto se desmayó.

El comienzo de primavera se hizo notar en Nuñoa y en todas las comunas de Santiago. Los árboles habían florecido aquella mañana mágica. El tulipero de la entrada de la residencia familiar había florecido y sus hojas verdes cubiertas por el roció de la mañana, empapaban la ventana de la habitación adyacente y el sol iluminaba cada centímetro de la sala de estar.

Alicia, despertó entre saltada, pero sin sueño que recordar como la pesadilla pasada; acarició su rostro y sintió como sus arrugas habían desaparecido y en su lugar, su piel estirada y firme le recordaba sus días de antaño. Sus grandes ojos dejaron ver una pupila verde que era iluminada por el sol.

Con fuerza, como si fuese una mujer joven nuevamente se colocó de pie y tomó el bastón con sus iniciales A.V, el cuál ya no le era de mayor utilidad por lo que lo dejó en el sillón donde normalmente estaba su difundo esposo.

Observó las puntas de su cabellera rubia y sonrió. A continuación, como por inercia frunció el ceño y noto que, al momento de generar una nueva mueca, su frente arrugada volvía a estar lisa como seda.

Caminó hacia el lugar donde la noche anterior había escuchado el estruendo, y tras dar vuelta la manilla del cuarto de baño, observo el espejo quebrado en trozos de diversos tamaños. Al momento de levantarlos uno a uno, observo su rostro y noto como su piel había rejuvenecido y sus atractivos atributos estaban a flor de piel; había florecido como la primavera.

Su rostro se enrojeció al escuchar su nombre por una voz familiar y se llenó de alegría.

-Alicia Valderrama, te he llamado tres veces para venir a desayunar – Alberto imponente, pero con un tono gracioso le hablaba desde el comedor.

Será una velada matutina mágica, pensó Alicia. Quien tras sonreírle al espejo dejo su piel agrietada y su miedo a la muerte por un pase directo al paraíso.

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