Asperger, una discapacidad invisible.

Asperger, una discapacidad invisible.

Hoy os hablaré de mí, concretamente de una peculiaridad que aguarda mi personalidad y que clínicamente se conoce como TEA (Síndrome de asperger).

Al escribir esto, siento como palpita mi corazón de una forma inusual, el pecho se me oprime y en mi nace un deseo imperioso, compartir lo que siento.

Igual que otros muchos, nací en una familia de clase media, tiempos felices en los que mi mayor preocupación era ver desde la ventana del salón como los jóvenes jugaban a futbol. Por esas me apodaron el espía ruso, debido a mis rasgos poco comunes en la península. Al tiempo conseguí hacerme hueco entre ellos. Mi infancia discurría más o menos normal aunque en mi empezaron a cambiar cosas. Ya de muy crío comencé a adquirir unos patrones de justicia basados mayormente en el respeto y el apoyo incondicional a quien yo consideraba débil o en estado de indefensión. Ese ideal me llevó a mis primeras confrontaciones y ¨peleas¨ siempre iba a por los malotes, les afeaba sus conductas y me volcaba con las personas con mayores problemas. 

Más o menos cuando tenía 14 años me di cuenta que este mundo no era justo, veía en él una fealdad abominable. Detestaba la competencia tan abrumadora que padres y maestros inculcaban en chavales que aún estaban desarrollando su propia personalidad. Cada vez se me hacía más complicado aceptar normas o reglas no escritas. Por primera vez sentía miedo, a no ser querido, a ser juzgado, a no estar a la altura. En esa etapa empecé a no sentirme querido por mi madre, no sentía su afecto, no comprendía que fuera tan reacia a una buena palabra o un simple ¨Tu puedes, hijo¨. No fueron pocos los años en que la esperaba a que volviera de trabajar y me llevaba un varapalo tras otro. No,  entraba en mi cabeza tanta indiferencia por un niño. Tampoco encontré en mi padre el cariño que yo buscaba y ante sus riñas constantes, empecé a aparecer cada vez menos por casa y apareció la cerveza. De algún modo me ayudaba a canalizar y no pensar tanto. Asimismo, llegaron las primeras fiestas adolescentes, era realmente curioso mi relación con las chicas. Yo no ligaba, me ligaban; no sé si era timidez o incapaz de relacionarme de forma lógica. Tenía parejas poco duraderas y poca habilidad a la hora de lidiar con cualquier imprevisto. Contra peor tratado me sentía por mi madre, más inseguridad sentía ante amigas o chicas en general. En cuanto al plano académico, mi paso por la secundaria en un instituto privado fue un caos. Sentí un rechazo frontal hacia mi persona, pequeños autócratas consentidos se burlaban de mí por ser como era. Durante esa etapa, comprendí que no tenía unas habilidades sociales al uso. Sin embargo, quedaba esa rebeldía y no sentía el estigma del fracaso. Este llegó después, me repugnaba la sociedad en la que vivía, el sistema educativo, la educación que había recibido de mis padres. Mis mayores ilusiones eran leer y escribir, empecé a sentirme atraído por ramas de la sociología y la filosofía, en gran parte el estudio de la ontología me mantenía en ese mundo, cada vez más escurridizo para mí. Cuando cursé mis estudios de derecho, me di cuenta por fin que la justicia no era justa y que mis intereses distaban mucho de los neurotípicos. Ya en mis 20, llegaron las primeras depresiones, era incapaz de vislumbrar un futuro y amoldarme al mundo que me rodeaba. La soledad se convirtió en una compañera fiel. Lectura y poca luz, me molestaba muchísimo la luz. De los 20 a los 29 (edad actual) empecé a sentirme un juguete roto, no conseguía encauzarme ni en el estudio ni en el campo laboral. Sentía que mis proyectos siempre fracasaban y mis intereses eran cada vez más acotados. Días sin salir de casa, sin comunicarme con nadie, me daba pereza. Los días se convirtieron en meses y los meses en años. Mi incapacidad para entender ironías y un entendimiento únicamente literal de la realidad, empeoraron mucho mi vida. El mundo en movimiento era demasiado rápido para mí, no me gustaba salir, me producía un miedo atroz, todo ello sumado a la pereza que me producía el 90 por ciento de la población me llevaron a un encierro total y absoluto. Debido a ello y una serie infernal de pruebas y visitas médicas, a los 26 años me diagnosticaron Asperger, depresión, agorafobia y ansiedad. No soy raro, soy diferente. No me motiva competir, no me gusta discutir, no me gusta la injusticia y entiendo las relaciones de amistad y amorosas de una forma peculiar. Sin el apoyo necesario, me desvanezco, me derrito cual azucarillo y pierdo absolutamente el norte. Más allá de en mis amigos, jamás encontré apoyo, una mano amiga, un hombro donde llorar o el cariño que busqué. A día de hoy, mi familia me trata como a un tarado. Afirmaciones como ¨No quiere trabajar¨ ¨Es un don nadie¨ o ¨Vagabundo¨ me quitan las ganas de vivir. Siempre creí en el respeto, la diversidad, la lealtad y la justicia pero esos ideales han cavado mi tumba. Al final, queremos ser escuchados, no ser juzgados y que nos traten como a un igual. Pero hay una cosa clara, la sociedad no está preparada para el TEA y los TEA no estamos preparados para la sociedad. No tenemos ningún tipo de ayuda, se nos aparta como a unos inadaptados y se nos señala con el dedo. Esta diversidad funcional es peliaguda, en mi caso, al no tener un signo manifiesto de dificultad la gente ve en mi a un excéntrico pero no empatiza con mi dificultad para poder llevar una vida al uso. Desde mi experiencia, insto a padres a ayudar a sus hijos, comprenderles y llevarles a especialistas. Imploro al gobierno a que nos ayude, con medidas que favorezcan a un entorno laboral igualitario o adaptado a nuestras capacidades, singulares y no pocas. Podemos hacer grandes cosas pero es muy difícil que las hagamos solos.

Yo solo pido respeto, paciencia y reflexión. Lo que para un neurotípico puede ser cotidiano e incluso fácil, para nosotros puede convertirse en una odisea. No somos caprichosos sino que entendemos e integramos diferente. Y yo, he descubierto que soy una persona que lucha por entender a los demás, defiende la diversidad en amplio sentido y quiere mucho a su gente. También he comprendido que la vida me da miedo, un temor reverencial, y me ha pasado desde pequeño. Me asusta no ser comprendido, me asustan tareas sencillas y dormir siempre ha sido muy difícil para mi, pesadillas y angustia me han asediado desde que tengo uso de razón.

Y sí, si tenemos empatía aunque a veces nos descoloque la situación y reaccionemos de manera abrupta.

Para acabar quería acabar con varios mitos: 

Los Asperger no se casan. Muchos se casan y encuentran el amor pese a que sea una tarea algo más complicada de lo habitual.

Los Asperger son enfermos. No, somos personas con un trastorno del neurodesarrollo y no contagiamos.

No somos asexuales. En mi caso es muy importante el sexo.

No todos somos agresivos ni todos tenemos problemas para expresarnos.

Ante todo somos personas.

Gracias a quien haya dedicado su tiempo.

Humildemente,

Sergi González

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