Hay una carnicería que abre toda la noche,
es blanca, sin letrero ni esquinas.
Dentro se cometen rituales con mi fiebre.
Los animales no tienen cara. Gimen y se vacían.
Sueltan sus heces mientras bajo mi cuchillo.
Ese animal que nace de una madre va a dar de comer a otra madre.
Hay cuerpos para mi cuchillo, tantos como epidemias.
Cuando una madre, con depresión en las manos,
compra los restos del día, no hago nada.
Sigue cantando n´el instante furtivo
mientras caen los gritos de su familia a lo lejos.
Dejé de escuchar a los pájaros para oír sólo sus cantos.
He vuelto a llorar por la ansiedad de estos animales como lo hiciera
cualquier otro hombre.
He vuelto a escuchar a los pájaros a través de la puerta.
Vuelvo a teñir cada instante de uñas
porque sé que aún me quedan años en esta carnicería,
tantos como los que he perdido.
Ahora limpio y afilo los cuchillos,
dejo el cinturón para los consejos de mi padre,
y espero para vender los últimos restos del día.
He perdido otra tarde tratando de escuchar a los pájaros.
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