José Luis Sampedro ubica, en el comienzo de su novela La sonrisa etrusca, al viejo sentado frente al sarcófago en el museo de Villa Giulia, en Roma. El viejo, que viene de un pueblito del sur de Italia espera la llegada de su hijo mientras observa, inmóvil, la escultura de terracota. Es en realidad una urna cineraria y muestra a los esposos reclinados en un lecho (kline), celebrando un banquete en el más allá.

Más allá de la influencia griega (jónica), la atención dedicada al gesto es un elemento típicamente etrusco. De hecho, la mujer fue tenida en gran consideración en la sociedad etrusca y, en este sarcófago de Villa Giulia, los movimientos de las manos de los dos cónyuges, el gesto afectuoso del marido para ceñir a su compañera con el brazo, así como las expresiones de sus rostros, enfatizan un profundo afecto y respeto mutuos.

Rafael Agustí Torres, historiador del mundo antiguo y especialista en arqueología clásica, explica:

“El gesto de la mujer de verter perfume sobre la mano del hombre y la representación de este acto, no apuntaría tanto a su representación como un elemento vinculado al banquete sino como un ritual vinculado a los difuntos y al culto que se les daba. Por lo tanto, la pareja representaría una doble imagen de los participantes como vivos/muertos, que celebran un banquete terrenal en el más allá, de hecho, la dignidad, la ausencia de una tensión vital y su sonriente seguridad, se adaptan al banquete eterno que, tal vez, se renueva y perpetúa gracias al uso y la exaltación del perfume.”

Tenemos entonces, a un viejo, que espera la llegada de su hijo frente a una escultura del siglo VI aC, quieto como si él mismo fuera una estatua. Salvatore Roncone, así se llama el personaje de Sampedro, es un hombre viejo, de mal genio, tozudo, que ha vivido en un pueblito del sur de Italia. Su hijo, ha formado familia y trabaja en Milán. Lo lleva a la ciudad para tratarlo por un cáncer, “la rusca”, según Salvatore.

Sampedro describe el choque de dos mundos: el de su hijo y esposa, quienes, junto a su único hijo, Bruno, de trece meses de edad, forman una típica familia burguesa y urbana, y el de Salvatore, del sur de Italia, mundo de sabores, de olores, de costumbres machistas y de rencillas familiares.

El pequeño nieto se llama Bruno, que era el nombre que recibía Salvatore en la clandestinidad partisana. Se establece así una fuerte relación entre el abuelo y el nieto, en quien vuelca el viejo su ternura y su amor. Vive con intensidad hasta el final, al punto de volver a enamorarse en ese tramo final de su vida.

José Luis Sampedro Sáez nació en Barcelona, en 1917. Fue un escritor y humanista licenciado en Ciencias Económicas. Murió en abril de 2013, en su residencia en Madrid, a los 96 años de edad. Según palabras de su viuda y esposa de sus últimos doce años, Olga Lucas, Sampedro no tenía ganas de protagonizar “el circo mediático en torno a la muerte de los famosos”, razón por la que sus restos fueron incinerados antes de publicar la noticia de su muerte.

En una entrevista realizada en 1911 habla de su vida y de su formación intelectual. Al mencionar su actividad como economista explica: “Hay dos clases de economistas, los que se dedican a hacer más ricos a los ricos y los que se dedican a hacer menos pobres a los pobres.” Él se ubica en este segundo grupo, pero reconoce que tienen más influencia los primeros y por eso el mundo está como está.

Sampedro, como su personaje Salvatore, vive con intensidad su vida hasta el final, fiel a su estilo y a sus convicciones. Su esposa Olga afirma que lo mejor que le sucedió en la vida fue conocer a José Luis. Tal vez, la imagen de los esposos etruscos represente en todo su esplendor esa relación de amor y la búsqueda de la felicidad como último sentido de la vida.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS