Se regalaban gustosamente tiempo, el mismo que irónicamente desaparecía cuando se encontraban. No había horas ni segundos, a veces ni siquiera sabían si era de día o de noche. El tiempo solo se ajustaba a la risa, las profundas charlas con chocolates y vino, los besos húmedos que conducían ineludiblemente a un majestuoso sexo, que además del placer más animal, los coronaba con interminables abrazos y miradas de esas que roban el aliento.
Ahí estaban, casualmente unidos en tiempos diferentes. Parados en realidades tan distintamente iguales de sus vidas ante la maldita encrucijada de encajonar lo racionalmente aceptado contra el fluir del espíritu.
Entre el humo de varios cigarrillos y un intermitente brillo en sus ojos, se habían prometido no pensar demasiado; uno por el miedo a lastimar y el otro, por el terror recurrente de ser lastimado.
Y mientras burlaban al tiempo para encontrarse en un magnífico disfrute juntos, sin ser “nada”, estaban siendo tan ellos como jamás lo habían sido. Quizás era eso lo que los unía en cuerpo y alma, era justamente esa conexión la que borraba por completo el pasado, y aún más el futuro. Una amalgama perfecta que les brindaba la magia de hacer de cada encuentro un oasis entre el caos y convertir el presente en un constante deseo, de por lo menos una vez más… volver a verse.
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