Autor: Federico Villarruel
No es cuestión de clase social, creanme que no, sino de una situación en particular de una experiencia muy viva, cuyo final, puede ser vendida como una verdadera tragedia.
Volviendo de una clase bastante aburrida, y con aproximación a llegar a mi casa. El mundo se me detiene por un segundo, al poder percibir la maldad del ser humano. La camioneta azul, una Hilux si mal no recuerdo, estaba echando a su propio perro a la calle. Hay detalles que preferiría omitir, pero en verdad estaba bonito, bien cuidado, rechoncho, entonces me pregunto ¿Por qué? ¿Qué situación, por más que sea injustificable que sea, hizo que ese perro esté hoy viendo qué comer?
Con esto se demuestra que los monstruos no existen, que gente de mierda convive con nosotros, que el colmillo feroz es solo para la defensa, cuando del otro lado, un grito fuerte hizo retumbar los oídos de ambos. En ese momento, me sentí un cobarde, no sentí ni la fuerza ni la reacción física del movimiento. Estaba intentando comprender qué pasó con el posible niño al que le regalaron el perro, estaba intentando comprender qué iba a comer el perro ese dia, y estaba intentando, solo en mi mente, acercarme a esa camioneta.
Cuando llegue a mi casa, tratando de asimilar todo, y con la afirmación casi de noticiero informativo de que hacía mucho frío, tanto así que uno podía jugar con el humito que sale de la boca, me recuesto, me desvelo, me critico, me muero de desamor por mi.
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