Pastora es una mujer fuerte, tosca, incapaz de demostrar ternura, con ojos fríos y manos duras. Su rostro muestra cada línea del tiempo, su boca es delgada incapaz de sonreír, tiene unas ojeras que adornan sus ojos cafés y esa profundidad de quien no ha dormido en décadas. Pastora tiene el cabello largo, a la cintura, ya es de color blanco y todas las mañanas religiosamente lo peina en la puerta, con tanta fuerza como si se tratara de arrancar la hierba, aún así a pastora no se le cae un solo cabello y se dejan entretejer formando una cuerda de trenza por donde podría escalar una persona. Pastora es muy fuerte, carga madera, corre detrás de las gallinas, no usa zapatos y las piedras ya no le lastiman. Pastora te mira hasta el alma, penetrante, sabe lo que piensas y no te permite mentir, pero no te juzga. Nadie sabe lo que ha vivido, lo que ha tenido que hacer y lo que la vida le ha quitado. En los últimos días de su vida la vi sonreír, ella sabía que se iba, y ahí en ese breve instante cuando se dio cuenta de que ya nada importaba, pastora se quitó esa máscara, se quitó los miedos, se quitó las cargas y ahí conocí a mi abuela, en esa cama de hospital, justo cuando la creía más frágil, me di cuenta que era más fuerte que nunca. Pastora estaba esperando a la muerte mientras reía.  

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