Quemados
ya los rastrojos
incinerados
el viento y el aire
soplando
cerca de una ceniza
muerta,
registremos, pues, lo
que
nos queda; serán breves
concesiones
al pasado, treguas
dinamitadas
por la lección del
silencio,
y esa dura roca disuelta,
que
examina un alumno de la niebla.
Calcinados
ya tanto sombra
como
amuleto, inspiraciones
de
antiguos memorándum, y
visitados
los viejos cementerios
de
mi patria y tierra, clavemos
pues,
una hita en mitad de este
desierto:
que las esferas se alarguen,
y
emitan brillo, mientras cantan
las
luciérnagas del valle. Heridos
de
todos modos, juntemos por primera
vez
cuerpo y alma, alma y cuerpo,
y
dejemos las pesquisas para más tarde.
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