¿A dónde van el dolor y las lágrimas? ¿En qué lugar se quedan luego de que uno logra sacarlos de adentro? Creo que así como no se puede ver el viento, tampoco se puede saber a dónde va todo eso? ¿Y que delicado no?

¿A qué lugar se irán la aflicción y los llantos de todos los demás? Porque el mío aún siento que aquí están.

Me levanto cada mañana, y es lo primero que veo al despertar. Está ahí al lado mío, y mientras me siento al borde de la cama, antes de poner los pies sobre el suelo, ya me está recibiendo con una alfombra de clavos. Pero yo, ya sabiendo esto, la noche anterior dormí con medias que tienen suela de metal. Y así empiezo.

Luego, yendo al baño, intenta hacerme sentir culpable por tener la dicha de levantarme un día más.

Pero yo, sé que la mejor forma de honrar a alguien que murió, es viviendo. O luego de una separación dolorosísima, que no está muy lejos de vivirse como el fallecimiento de un ser cercano, igual, a pesar de eso, sigo.

Luego en el espejo mientras me cepillo los dientes, se coloca detrás de mi reflejo, en un vago intento de hacerme ver horrible. Pero para ese entonces, yo en mi mente ya me estoy diciendo: -»Por más que nadie lo vea, la belleza que más me debe importar, es la interna. Si soy linda de cara o no, ya no me interesa tanto como cuando era más pendeja, y me parece lo más irrelevante del mundo ahora. Me quiero y me cuido para estar bien, pero preocuparme por la belleza, no, ya no.»

Así que los intentos del dolor por hacerme sentir como un monstruo y culpable por el solo hecho de seguir viva, fueron en vano.

Todo eso, indudablemente antes de que éste se presentara en mi vida, hacía mucho efecto. Y era de tamaño, altura, aspecto más grande como desagradable. Ahora su tamaño es como el de mi sombra, y si estoy de excelente humor, la mitad de eso. Pero lamentablemente nunca desaparece.

Creí que iba a superarlo algún día, o desaparecer al fin para siempre. Pero luego de tantos años, al no irse, sólo aprendí a convivir con él…y a diario.

Un día dejé de luchar contra él, dejé de hacerme la fuerte. Y sólo lo acepté. Pero los días en los que me encuentro débil aprovecha, y me ataca mucho más fuerte cada vez. Aprovecha en hacerse fuerte tomando confianza creyendo que va a ganar esa vez. Hasta que dejo de seguirle el juego, resignándome que algunos días van a tener que doler.

El dolor no se marcha. Después de años intentando superarlo, arrancarlo de mi ser, o simplemente ignorándolo, descubrí que fuera lo que fuera que hiciera, el seguía estando allí.

Y si hay algo peor que desterrarlo, es aceptarlo. Pero todo se vuelve mucho más liviano.

Va conmigo a donde quiera que vaya. Cuando estoy sola y vulnerable, me sirvo dos tazas de té, en  una demostración amistosa y absurda de decir: -»Nos tomemos un descanso, ya fue».

Cuando menos acordás, la canción más triste del mundo ya no lastima tanto como antes.

Las fotos ya no apuñalan tus ojos haciéndote llorar sangre.

Y los recuerdos ya no ahogan como antes. Entiendes que ese ser que ya no está físicamente, no merece una visita en un cementerio, si no, una verdadera en tu mente.

Así es como el dolor, de una forma sana, permanece. No puede marcharse de tu vida lamentablemente. Vino para quedarse hasta el día de tu muerte.

Lo más difícil es eso, aceptarlo, amigarse con él, resignándote a saber que va a ser una de las cosas que formarán parte de tu »yo» cotidiano.

Vas a poder seguir adelante, pero a veces, van a tener que hacer las paces y sentarse a tomar algo.

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