La tregua eterna

Es otoño otra vez en esta tregua eterna.
El árbol semidesnudo llena de hojas el balcón y le va haciendo cruces al calendario.
El tiempo, hoy se mide con la luz del sol, que cruza el ecuador de la pared del cuarto.
Días tenues que se acortan, Y esa última pitada de tarde cálida, que se apaga despacio y vuelve a rebotar con la primavera.
La tregua enfrió el café para dos que estaba servido en aquel lugar que ayer cerró.
Y ese silencio esperando que vuelva a sonar en vivo otra canción, que hoy se guarda en el cajón junto con algún amuleto, de esos que ayudan a nadar incertidumbres y hacerle frente a lo contingente.
La tregua eterna. La misma tregua que se llevó el carnaval en febrero, el fresquito del tablado y unas cuantas retiradas.
Hoy lo mundano sale caro, en tiempos donde lo existencial se vuelve tedio con preguntas que son misterio, como peldaños de escaleras alquímicas, que no llegan a ningún lado. Como las puertas que conducen a la nada, como las cosas que nos quedaron pausadas.
Miradas esquivas, que con dejo a picardía, les ganó la cobardía y se perdieron por el oeste.
Quedate un rato más, abril, y espera a que pase la tregua.
Que quedaron encuentros en el tintero, junto a la agenda semivacía que ansiaba ponerles fecha.
Quédate y tomate un café antes que enfríe.
O volvé mañana, que quizás el día amerita hornear, porque tal vez ahora sea momento de estar a tiempo.