El color de sus ojos cambiaba
según la luz que los atravesaba.
Verdes, amarillos o azules.
Solo se oscurecían un poco
cuando el miedo quería entrar
por alguna ventana y acechar la casa
como una sombra imprevisible.
La tristeza los ponía de un marrón muy claro.
Y así fue como los vi por última vez.
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