Blaze! Capítulo 90

Capítulo 90 – De Reinas y vasallos.

Hänä se encontraba sentada en la orilla del mar acompañada por Claire, con el trasero apoyado en el piso y sus antebrazos sobre sus rodillas, con la cabeza colgando entre las piernas.

¿Te sientes bien? –preguntó Claire en el idioma de las ondinas, sentada al lado de su reina sobre sus falsas pantorrillas, preocupada por ella.

El oleaje sacudía el cabello de las muchachas mientras que las olas mojaban las partes de sus cuerpos que tenían apoyadas sobre la arena húmeda. Metros más allá estaba el cadáver de Don, amarrado a un madero para que las hambrientas aves lo devoraran, quien fue ejecutado por sus vecinos que tomaron venganza por algunos de sus amigos y familiares asesinados por el hombre años atrás, aprovechándose de que la maga lo había debilitado después de cercenarle las extremidades. Los pobladores también se adjudicaron todos los bienes del viejo, antes de prenderle fuego a lo que quedó de su hogar, satisfechos por la esperada represalia.

Estoy mejor que él –dijo Hänä con una mueca que intentaba pasar por sonrisa, tosiendo sonoramente, tapándose la boca con la mano derecha, quedando esta con manchas de sangre—. No sé qué tipo de maldición me habrá echado, pero es una fuerte. No espero menos tratándose de la reina de las sirenas, considerando que la cacé para desollarla, sin duda era la más fuerte de todas… Voy a necesitar un nuevo ritual de limpieza, esta cosa no está mejorando con el tiempo… Creo que me tenderé a descansar un poco, me duele y cuesta respirar…

Hänä había caído sobre sus rodillas rato atrás, cuando se alejaba del desmembrado viejo, no percatándose de la turba que pasaba a su lado para atacar al caído Don. La joven estaba con la piel completamente pálida, excepto por su rostro ojeroso, tendiéndose en la arena para esperar que las ondinas hicieran su trabajo, las cuales no dejaban que su sangre abandonara su cuerpo. Los pulmones de Hänä estaban desgarrándose, perdiendo su vital fluido por las pequeñas heridas producidas por la maldición que la reina de las sirenas le lanzó antes de morir, después de ser vilmente desollada por la maga para apoderarse de su piel.

Si no fuera porque sé controlar el agua, ya estaría muerta –dijo Hänä, con los ojos desorientados y apuntando en diferentes direcciones, tanteando en la arena en búsqueda de la mano de Claire hasta que la pudo tomar—. Y por ustedes… Claire, te dejo al mando.

La maga quedó finalmente inconsciente, siendo cuidada por Claire, quien la tomó en brazos y la llevó al hostal donde horas atrás comieron, arropándola para que no bajara su temperatura corporal.

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Mami, ¿de verdad tenemos que irnos de acá? –preguntó la pequeña Hänä a su madre, temprano por la mañana, después de que las carpas y carretas estaban listas para salir.

Sí, mi niña, ya no queda nada más para nosotros acá –dijo la madre, quitándole las legañas de los ojos a su hija que acababa de despertar.

Hänä se subió a la parte trasera de la carreta de su madre, acurrucándose entre las sabanas de las que acababa de salir minutos atrás, desordenándolas nuevamente. La luz y la sombra irrumpieron en el añoso vehículo varias veces, el paisaje cambió tanto como pudo y las paradas fueron contadas para atender las más urgentes necesidades, quedando en el pasado lejano el último lugar donde se habían establecido. Finalmente se reencontraron con la civilización, entrando en una pequeña villa inserta entremedio de los árboles del bosque. Hänä asomó su cabeza desde la carreta y vio a unos chicos siendo vapuleados por una muchacha de cabello rojo, nunca había visto a nadie con ese color en la cabeza y menos a una chica de su edad golpeando y venciendo a varios niños al mismo tiempo. Quedó embelesada, abriendo la boca y ojos al máximo, casi cayendo de la carreta aún en movimiento. Después de un rato se detuvieron en la orilla de un lago para abastecerse.

¡¿Nos quedaremos acá?! –preguntó Hänä con emoción a su madre, con los ojos vibrantes y relucientes, recordando a la joven guerrera que había visto unos minutos atrás—. ¡¿Sí?!

No es un mal lugar… –respondió la madre, mirando a los alrededores, sumergiendo las manos en el balde de madera que acababa de llenar de agua para refrescarse y mojar su rostro—. Veamos si nos llevamos bien con los lugareños primero. Ve a jugar un rato y báñate, que hace días que no lo haces.

No es que no quisiera, ¡me encanta! –respondió la niña, comenzando a sacarse la ropa, corriendo a toda velocidad entre las carretas de las otras familias que siempre viajaban junto a ellas, sumergiéndose en el lago con un gran salto.

¡Hänä! –gritó la madre de la niña, recogiendo sus ropas sucias, mirando a los hombres de las otras familias y también a los niños, susurrando—. Cuando va a entender que no debe andar mostrándose así frente a tantos hombres…

Hänä jugó por mucho tiempo en el agua, limpiando su piel y cabellos, nadando y chapoteando a pesar de comenzar a sentirse entumecida por el frío, siendo esperada en la orilla por su madre, que le trajo un trozo de tela para que se secara y ropas limpias y secas para que se vistiera.

Gracias, mami –dijo Hänä, saliendo del agua, siendo cubierta de inmediato por su progenitora, rezongando ante la premura de su progenitora—. Ma, no te preocupes, no hay nadie aquí.

Aquí no, pero si allá –dijo la mujer, apuntando en dirección a las carretas y sus dueños—. Te he dicho un montón de veces que es peligroso que te muestres desnuda así ante los hombres.

Lo sé, prometo no hacerlo de nuevo –dijo la niña, sacando la lengua, sabiendo que no era la primera vez que lo prometía sin cumplirlo.

Claro –dijo la madre, frunciendo el ceño, abandonando el lugar—. Queda poco para que almorcemos, no te vayas muy lejos.

Hänä quería ir a visitar la villa, para ver si podía encontrar y conocer a la niña de cabello rojizo, pero sabía cómo se ponía su madre si se escapaba cuando era hora de almorzar, prefiriendo quedarse en el lago por un rato más y pedirle luego a su madre que fueran de paseo después de comer.

Repentinamente, la muchacha escuchó como si una pequeña campana tañera, repitiéndose varias veces el mismo sonido, pudiendo seguirlo hasta su fuente. La niña encontró unas leves luces azuladas sobrevolando el lago, impactando una muy grande a otras más pequeñas, haciéndolas caer en la superficie del agua, diluyéndose estas hasta desaparecer. Cuando la niña se acercó un poco más, un puñado de las luces flotantes restantes volaron y se refugiaron detrás de ella, quedando en frente de la gran luz que las estaba golpeando.

Hänä no sabía que eran las cosas que tenía detrás de ella, pero sintió el miedo que estas emanaban en ese momento, percatándose de que eran alguna forma de vida.

Tú… Tú las estás molestando –dijo Hänä, apuntando a la luz con su dedo índice izquierdo, sintiendo como las luces puestas en su espalda temblaban de miedo, emitiendo un sonido que sólo podía interpretar como un llanto.

La luz se acercó lentamente a Hänä, quien retrocedió ante la ofensiva, recordando de repente a la muchacha de cabello rojo.

Yo también puedo ser fuerte –dijo Hänä, envalentonándose y enfrentando al pequeño corpúsculo brillante que tenía en frente, sacudiendo ambos brazos como si espantara a una mosca.

La luz evitó todos los manotazos con sutiles y rápidos movimientos, acelerándose e impactando la frente de la muchacha, haciendo que uno de los mechones de su cabello se elevara y no volviera a su posición original. La luz comenzó a agitarse velozmente en el aire mientras emitía un sonido que Hänä interpretó como una burlona risa.

¡Aaauch, eso me dolió! ¡¿Acaso te estás riendo de mí?! –gritó Hänä, sobándose la frente, encontrando algo raro en su cabello, incrementándose el ruido que la luz emitía al mismo tiempo que se elevaba su luminosidad. La niña corrió al lago para ver su reflejo en este—. ¡¿Qué… qué le hiciste a mi cabello?!

La luz carcajeaba realmente, consumida por la risa que le causaba el efecto del hechizo que le había arrojado a la niña, no percatándose del rápido movimiento que Hänä ejecutó con su mano, recibiendo el impacto y golpeando el piso con dureza, siendo vencida por ls joven. Las luces que se escondían detrás de la niña se dieron cuenta de que su agresora estaba fuera de combate, emergiendo de su escondite y rodeando a la muchacha, celebrando su inesperada liberación, saliendo otros millares más desde dentro del lago, volando e iluminando a una maravillada Hänä que aún no comprendía lo que había logrado.

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Dos días después, Hänä pudo despertar con sus pulmones casi completamente operativos, encontrándose recostada en una habitación desconocida, reincorporándose con premura.

¡Claire…! –exclamó Hänä con la garganta seca, buscando a las ondinas en la pieza sin encontrarlas, abriéndose la puerta de la habitación y entrando estas.

Estábamos cuidando que nadie entrara –respondió Claire con bellos trinos que sólo su reina podía comprender—. Iré por comida.

Claire fue y habló con los dueños del hostal, utilizando las pocas palabras que podía decir por sí misma sin problemas, esperando que le entregaran lo solicitado para llevárselo a Hänä. Las ondinas agradecieron por la comida, llevándosela a su reina, quien la comió con gran apetito, casi con desesperación, necesitando el alimento para recuperar sus fuerzas y para poder terminar de sanar sus pulmones.

Esa misma noche, Claire se dividió en dos volúmenes iguales, quedando su piel distendida en la habitación con su otra mitad dentro, saliendo junto a Hänä por la única ventana que tenía el lugar donde se estaban hospedando, dirigiéndose las dos al bosque para realizar el ritual de limpieza que la joven maldita necesitaba. Claire adoptó la forma de una pequeña niña, tocando el silbato con sus manos y boca, mientras que Hänä tocaba débilmente el pandero, moviéndose las dos en torno a una ardiente hoguera que tardaron un rato en armar y encender.

Creo que sólo caminaré esta vez –dijo Hänä, levantando a duras penas los brazos para hacer sonar el pandero, arrastrando los pies en la tierra y respirando con dificultad—. Si dejo de moverme, este ritual no servirá para nada.

Claire observó a su reina con preocupación, sin dejar de tocar el instrumento de viento, cerrando todas las ondinas sus párpados para no ceder a la ansiedad de ver a Hänä sufriendo. Después del ritual volvieron a la habitación, reagrupándose Claire para volver a su tamaño normal, comunicándose las novedades entre las ondinas que salieron y las que se quedaron y sentándose en una silla frente a la puerta para vigilar mientras que Hänä se echaba a dormir tanto como pudiese.

Hä… Hänä –susurró Claire en dialecto humano, de pie al lado de la cama donde descansaba su reina, llevando varios minutos intentando despertarla, con el sol de la tarde entrando por la ventana.

¿Qué…? –rezongó la muchacha, más repuesta de sus heridas internas, sintiendo menos los efectos de la maldición que la líder de las sirenas le lanzó antes de morir—. Es verdad, dije que iríamos a la playa.

Salieron después de desayunar, caminando lentamente a la orilla del océano, encontrándose el cuerpo de Don todo agujereado y desgarrado por los picos de las aves, con varias moscas sobrevolándolo. Los pájaros le habían comido los ojos y su mandíbula dislocada le estaba permitiendo a un hambriento ser alado el arrancarle la lengua a picotazos. Hänä y Claire miraron al cuerpo sin mostrar ninguna reacción.

Mi idea era arrancarle la información después, pero la maldición se me adelantó –dijo Hänä, dejando de mirar al cadáver, enfocándose en el mar.—. Ya no se puede hacer nada, al menos sabemos por dónde empezar. Supongo que, si entró por acá, el lugar donde se encuentra el Abysmal Greed no debe estar lejos.

Hänä caminó hacia el mar para sumergirse en él mientras Claire no hallaba la expresión facial correcta para decirle que tenía algo que quería decirle, prefiriendo callarse antes que molestar a su debilitada y malhumorada reina.

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